7/1/11

Ángeles con caras sucias



Angels with dirty facesMichael Curtiz, 1938, EEUU, James CagneyPat O'BrienHumphrey Bogart.

El cambio operado en la sociedad norteamericana de la época con el fin de la Ley Seca, la persecución por los poderes públicos del "gangsterismo" -cuando no la misma autodestrucción derivada de las luchas entre las bandas- y la instauración del Código Hays en la industria cinematográfica, entre otros motivos, podemos situarlos como origen de la moralidad de esta película que se encuadra en pleno ciclo del género de gángsters que la Warner especialmente cultivó con cierto aire social poniendo énfasis en el ambiente en el que crece la persona y por tanto en el posible origen social de la delincuencia. Este nuevo acercamiento a la marginalidad parte de la base del diferente camino que toman las vidas de dos amigos de la infancia como ya se hiciera en la producción de Samuel Goldwyn para la United Calle Sin Salida de un año antes y con ésta conecta en la idea planteada al final de la misma sobre la posibilidad de la esterilidad del sistema penitenciario en el que parece apuntarse que el adolescente que entra queda atrapado sin remisión en el mundo del delito pero sobre todo la obra pone de relieve la influencia -negativa- que sobre la juventud y el público en general puede llegar a ejercer una figura pública, un gángster en este caso. Aunque si la extrapolamos a la sociedad actual podemos pensar en la responsabilidad de los deportistas de élite, actores, cantantes, etcétera en el mismo sentido, a pesar de voces discordantes al respecto (recordemos el debate creado por el ex-baloncestista profesional norteamericano Charles Barkley a mediados de los 90).

Proyecto anhelado por el propio James Cagney, aunque curiosamente continua interpretando a un matón, eso sí, de manera excelente, que supuso su vuelta a la Warner tras la revisión judicial de su contrato, la película dota al personaje central del gángster de una complejidad moral superior a la del inicio de la década (desde luego lo hace mucho más atractivo que a cualquier otro personaje, no en vano todos los demás funcionan como estereotipos) y le da ocasión para la redención personal en un final ambiguo y muy conocido en el que con influencias expresionistas podemos pensar que Rocky efectúa el último sacrificio por su amigo, algo por lo que podemos inclinarnos si tomamos en cuenta el retrato psicológico del personaje que nos presenta muestras evidentes de la lealtad que siente hacia su antiguo compañero de trapacerías juveniles, o que, por el contrario, su reacción guarda sintonía con el tratamiento propugnado por el Código que se debe otorgar a los gángsters. Sea cual sea la conclusión a la que el espectador llegue el final del filme es una buena muestra del saber-hacer del artesano Curtiz, director eficaz que siempre plegado a las exigencias del estudio (este mismo año rodó Robin de los Bosques y un par de películas más) transmite con sobriedad técnica las ideas (excelente presentación del barrio, por ejemplo) e imprime un buen ritmo a la acción. Por suerte la parte romántica de la historia queda relegada por la relación entre los dos amigos y las correrías hamponas de Rocky. Éstas últimas protagonizadas por otro actor que pasaría a la historia por encarnar figuras de tipo duro, Humphrey Bogart, aunque aquí aún está alejado de esos parámetros.



Película de gángsters de rotundo éxito que cuenta con todos los ingredientes del género, desde el simbolismo de la vestimenta representado por el vestuario que se compra la pandilla juvenil -el grupo de actores denominado Dead End Kids en su obra más conocida- con el dinero que les paga Rocky por su colaboración, pasando por los rastros del expresionismo -excelente fotografía de Sol Polito- y llegando al uso del fuera de campo para referir la violencia o el empleo de los periódicos como instrumento narrativo, pero adquiriendo el gángster una profundidad mayor en su personalidad, es tal la ambigüedad apuntada más arriba que Rocky mientas presta apoyo a su amigo continúa con su actividad delictiva. Además, el filme denuncia la pasividad de la prensa por denunciar la situación de corrupción política que permite la existencia del crimen organizado ya que este actúa con la connivencia, cuando no con la colaboración, del estamento político. En el momento en el que el nudo de la trama acontece, es decir, el hecho que hace avanzar la acción del filme hacia su resolución, en este caso la decisión del Padre Jerry de denunciar toda la trama de corrupción, tan sólo un periódico está dispuesto a apoyar su determinación. Es hacia este punto cuando la película desvela de manera meridiana su mensaje de advertencia sobre la influencia del personaje del gángster sobre la juventud.

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