20/7/14

Testigo de Cargo

Vamos con una del género de la toga que sé que muchos sois adictos y así yo sigo a lo mío, o sea, con el Dr. Wilder. Y es que esto de las películas de juicios engancha y viene de lujo para entretenerse en esta canícula con granizado en la mano (o con un poleo bien calentito en lo más crudo del frío invierno bien arropadito con la manta a cuadros que todo buen hijo de vecino tiene). La del Dr. Wilder no es una excepción y es muy resultona, la verdad. Los aficionados a esto de los juicios que también lo suelen ser al género policial ya encuentran miga en el asunto en la autora de la obra de teatro en la que se basa que es una adaptación propia de un relato corto del mismo título de Agatha Christie. Aunque, todo sea dicho, en esta exitosa y recordada versión cinematográfica destacan otras cosas y la historia queda algo tramposa aunque funciona su misterio con sus efectistas y efectivos giros que conducen a un sorprendente final. La cosa es tan fiesta sorpresa que el estudio añadió un aviso al final de la película en el que pedía a los espectadores que no se contara para no fastidiar al personal que aún no había ido a verla. El argumento de la Reina del Crimen cumple con creces como ejemplo de la clásica obra problema (¿Quién lo ha hecho?) y seguro que a los adeptos al misterio les atrapa pero el Dr. Wilder le añade sus puntos cómicos introduciendo personajes como el de la enfermera (sí, Elsa Lanchester esposa en la vida real de uno de los protagonistas, Charles Laughton*, y novia en la ficción de cierto monstruo**) y otros detalles más sutiles como el juego que da el juez, vamos, una pincelada por aquí y otra por allá, aunque tampoco se puede decir que sea algo tan personal como su Testamento.

Una de las más míticas entradas del "Sine mondial"
Tranquilidad que no voy a decir nada del final (por si aún existe algún rezagado que no la haya visto) pero sí de los actores y actrices y en plan delicatessen/cinéfilo de postín o pedante tal vez para unos cuantos o no tanto para otros que se fijan en estas cosas (que muchos somos en las viñas), sobre el trabajo de Alexandre Trauner. Este es notable como casi siempre y ellos y ellas están "essshtupendos". Un montón de secundarios de nivel y reputación y con más o menos seguidores (Elsa, John Williams -que no sé si también haría sus pinitos con la música en la intimidad, nótese el divertido guiño cinéfilo-, Ian Wolfe, Una O' Connor) y unos protagonistas de primera fila como el sorprendente Tyrone Power que demuestra sus dotes dramáticas, el veterano Charles Laughton que consigue una aclamada y reconocida composición y, por supuesto, la diva Marlene. La Dietrich es una de las indiscutibles diosas-mitos del celuloide, esas figuras de principios del sonoro que han seguido cautivando a generación tras generación, esas actrices que acabaron representando un papel paralelo en la vida real del que bien dejó constancia, precisamente, el Dr. Wilder en El Crepúsculo de los Dioses o en su Testamento. La Garbo, Bette, Crawford o Marlene, unas se recluyeron, otras siguieron al pie del cañón con mejor o peor fortuna y Marlene, pues Marlene, que evidentemente ya no tenía nada que demostrar por estas fechas, estaba por la labor de proseguir con su faceta musical y de vez en cuando se dejaba caer por el mundillo del cine y se ponía delante de las cámaras que tanto la querían. Por los años de Testigo de Cargo estaba entretenida con el gran Burt Bucharach puliendo sus afamados numeritos musicales y en esto del cine le quedaban un par de balas en lo que eran ya y definitivamente sus últimos coletazos cineros. Aquí está espléndida, aun siendo ella misma y para variar víctima de los encantos masculinos. De ella es la película, de ella, de sus piernas -y eso que sólo enseña una- y de su acordeón.

Y ella nos da el juego tartufero porque ¿cuál es la película tardía del Dr. Wilder que éste quería que interpretara Marlene?***
Las magníficas actuaciones (voy a ser original y voy a destacar también a Torin Tatcher haciendo de implacable fiscal) y la eficaz historia, incluido su efectista quiebro final (¡sorpresa!) hacen de esta representativa película de juicios una elección ideal para no calentarse mucho la cabeza y pasar un rato entretenido. Es obligada para los que les gusten las de juicios y los, como dicen los americanos, whodunits. Y ya en modo para curiosos es la última del galán Power y también de la casi octogenaria O' Connor y de las últimas de Marlene y de Sir Charles. Siguiendo con este plan curiosón y añadiendo una más que probable y enfermiza morbosidad la película se puede relacionar con los ataques al corazón ya que no sólo el abogado protagonista de la ficción encarnado por Sir Charles se encuentra convaleciente de uno, sino que el co-guionista Harry Kurnitz, el secundario Henry Daniell y la estrella de la película, el galán Power, murieron víctimas de esta causa. Por cierto ¿sabían ustedes que los herederos de Agatha Christie no autorizan la publicación de sus relatos breves en antologías? Este y no otro es el motivo por el que cuando usted compra una colección de cuentos policiales de diversos autores no ve entre ellos ninguno de la célebre escritora. Resuelto el misterio ya puede comenzar a desplegar sus energías en hacerse con los tartufos puestos en juego o limitarse a ver esta Testigo de Cargo con un granizado en la mano (o un buen té moruno, según el solsticio en que lo haga) y comprobar si el apuesto Vole es o no homicida como diría nuestro ínclito grupo patrio.

Tú desir verdad ¿Dónde estar tartufo?
La lucha por los tartufos es peligrosa
* Parece que esto hay que decirlo, so pena de obviar el Factor X de esta película pero ya digo yo que hay otro con más peso en la trama (mirar izquierda, por favor). Fiuu, fiuuu (silbido) + mirada al techo = actitud de disimulo.

** Juego tartufero: ¿A qué entrañable monstruo me refiero y, atención porque si no se contesta esta segunda parte de la pregunta uno se queda sin tartufo, cómo se presenta en los títulos de crédito al actor  que lo inmortalizó en la película de la reseña enlazada? La pista está en verde. Enhorabuena, si has contestado correctamente es posible que hayas sobrevivido al ladrillo del amigo Ca o que te hayas ahorrado su lectura tras una inteligente interpretación de la pista o que por tu útil -en todos los ámbitos de la vida- sapiencia cinera ya lo supieras y, lo que es más y muy importante, lo hayas podido demostrar. O sea, puedes degustar tu tartufo en paz.

*** Al contestar correctamente esta pregunta además de ganar un tartufo puedes demostrar tu fidelidad a este blog, con lo cual puedes ganar tres ¡sí, tres! tartufos. ¿Quién da más?

No olvidéis que los derechos de las fotos y vídeos pertenecen a sus creadores. Yo sólo las pongo para dar colorido y ambiente al blog.

¡Silencio, silencio, aquí viene su Señoría!

11/7/14

La Soga



La pretensión de acometer una especie de "obra de teatro filmada" llevada a cabo por Alfred Hitchcock, uno de los más importantes y afamados realizadores que ha dado el cine a lo largo de su historia, supuso un desbordante alarde narrativo a la par que un enorme artificio, pero ¡bendito artificio! Fue el cineasta de origen inglés un hombre siempre dispuesto a coquetear con las innovaciones del medio y con su técnica, siempre atrevido y virtuoso a la hora de rodar. Y, quizá en esta historia que adapta una obra de teatro de Patrick Hamilton (autor llevado con anterioridad al cine con gran éxito), esta querencia se haga más patente que nunca, al menos ésta puede que sea la ocasión en que queda más descubierta y ello pese a enfrentarse a alguno de sus propios principios fílmicos como le asegurara a François Truffaut en sus míticas entrevistas publicadas en libro. Desde luego, La Soga se convierte en todo un desafío técnico del que sólo alguien tan dotado cinematográficamente como Hitchcock  puede salir bien librado. El tratamiento del relato en tiempo real deseado por el realizador, su intención por rodar la acción de manera continua para conseguir el efecto en el espectador de presenciar una obra de teatro es un reto importante que optó por enfrentar con el rodaje de la historia en un único plano, rehuyendo al máximo la edición. Evidentemente, sabemos que por imperativo tecnológico finalmente hubo más de un plano, incluso algunos cambios son indisimulados, pero otros son camuflados con mayor o menor acierto fundiendo en negro sobre las chaquetas que visten los personajes o sobre algún mueble de los que integran el decorado. Un interesante ejercicio para el aficionado al cine consistiría en buscar las transiciones entre los planos que componen La Soga. Sabemos también por la literatura y porque el mismo Hitchcock así se lo expresó a Truffaut que el rodaje de esta película fue una suerte de coreografía con, por un lado, un plató móvil cuyos muebles y paredes se deslizaban constantemente sobre ruedas y, por el otro, un obligatorio y escrupuloso seguimiento por los intérpretes de marcas invisibles para el espectador pero cuya función era indicar la posición en la que debían situarse en cada momento, y eso por no hablar del movimiento continuo fuera de plano del fondo de rascacielos y nubes con la finalidad de hacer notar el paso del tiempo en la acción. En suma, estamos ante todo un experimento espacial por suceder su acción en un único decorado y temporal por relatarse casi en tiempo real y, sin ningún género de duda, ante un auténtico reto profesional para cualquier cineasta. Pero que la tan reconocida y cacareada vertiente técnica no impida prestar atención a otras cosas.

Y es que estamos ante una obra que contiene elementos genuinos, aspectos característicos del cine de Hitchcock y no me refiero al juego del cineasta con su audiencia a través de sus celebrados y acostumbrados "cameos". La cualidad hitckoniana de La Soga la podemos encontrar ya en su inicio con el plano picado de la calle, por no decir nada de la historia criminal que desgrana que aún no siendo propia encuentra puntos recurrentes de la obra de su realizador que éste se encarga de redondear con su habitual negro sentido del humor (y rizando el rizo con deliciosas referencias a su obra y al mundo del cine, figuras a las que podríamos bautizar como auto-meta-cinematográficas). Anonadados por el despliegue y el atrevimiento formal muchos achacan a esta historia basada de manera lejana en el mediático asesinato perpetrado por Leopold y Loeb la independencia de la cámara respecto al arco argumental. Puede ser, pero es precisamente en esta trama en la que se pueden rastrear motivos temáticos de Hitchcock y recurrentes en su filmografía tanto anterior como posterior. El crimen perfecto, el complejo de superioridad y la culpa, el valor de la vida humana son aspectos tratados por el director en muchas de sus películas, sin más, recordemos al Tío Charlie. Y es en el estilo formal de La Soga en el que se reconocen lugares que después se perfeccionarán (La Ventana Indiscreta), otros que, como mínimo, se volverán a intentar (Atormentada), algunos pretéritos que se retoman (la unidad espacial) y ciertos casi siempre presentes (la flema del "understatement"). Hasta podríamos encontrar coincidencias formales en películas no tan personales si recordamos la escena que aparece en su desembarco en Hollywood en la que el atribulado Maxim de Winter relata con su voz fuera de campo ciertos acontecimientos vividos por su esposa mientras la cámara se mueve por la habitación siguiendo sus palabras y la que nos muestra el salón vacío en el que se ha desarrollado el cocktail de La Soga a medida que la voz out del personaje encarnado por James Stewart expone que hubiera hecho en caso de haber cometido un asesinato. O si comparamos aquella en que el amnésico John Ballantine desciende de noche unas escaleras portando en la mano una navaja de afeitar que acaba siendo realzada mediante un plano detalle con la que sucede aquí cuando el profesor y mentor de La Soga juguetea, a la par que sigue caminando, con un trozo de cuerda que porta entre sus manos en determinado instante. Para ratificar el personalismo de la obra sólo cabe recordar la técnica del estrangulamiento "tan querida" por Hitchcock como demuestra su utilización en muchas de sus películas. Reconocida por su alarde técnico, sí, pero La Soga, aunque el mismo cineasta no acabara muy satisfecho del resultado obtenido, recordemos que él mismo la definió como un truco, es una película que entronca con el espíritu del conjunto de la obra de Hitchcock, además de ser la primera para él en varios asuntos: primera producción de su compañía Transatlantic Pictures, primer esfuerzo con el color y primera colaboración con James Stewart, que aquí y dicho sea de paso, está más que correcto.


Alfred Hitchcock demuestra sus capacidades fílmicas y vuelca mucho de su talento cinematográfico en esta película pero también insiste en ella con su personal ideario y alcanza a desarrollar de manera sobresaliente una truculenta historia sobre la que se permite salpicar su siniestro sentido del humor. El "truco" de La Soga acaba conformándose como una estupenda película en la que se descubren multitud de elementos característicos de su cine, algunos más casuales como la adecuada interpretación afectada de John Dall, precursora de la de Ray Milland en la ya citada Crimen Perfecto, y otros tan virtuosos, vistosos y efectivos como el momento en el que la criada retira la improvisada mesa en la que se ha servido el bufé mientras se escucha la conversación que mantienen los comensales en fuera de campo o la misma planificación y ejecución de la película.


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