10/1/11
Los Violentos Años Veinte
The Roaring Twenties, Raoul Walsh, 1939, EEUU, James Cagney, Humphrey Bogart, Priscilla Lane.
Película que cobra relevancia por poner fin al ciclo del cine de gángsters que brilló en la década de los 30, género al que tributa homenaje al igual que a la época que retrata: los alegres 20; conformando una revisión poética, nostálgica y mítica de ese período de la historia de los EUA pues esto es, en definitiva, el relato original en que se basa el filme, crónica del que, posteriormente, se convertiría en productor de prestigiosas cintas de cine negro, Mark Hellinger, quien se apoya en experiencias propias para retratar la sociedad del período citado. No sólo el nombre de este escritor devendría de especial significación en el desarrollo del "noir", sino que en esta obra se dan cita en distintas tareas varios hombres que se convertirían en figuras fundamentales en el mismo: Humphrey Bogart en la interpretación de un papel -uno de los más importantes de que dispuso antes de su llegada al estrellato- que se va acercando ya a su célebre tipo duro pero en esta ocasión sin ambigüedad moral: es un individuo insensible y avaricioso, Robert Rossen -coautor del guión y después realizador- y Don Siegel -aquí en la sala de montaje y a partir de los años 40 interesante director- además de contar con la briosa dirección de Raoul Walsh, hombre de cine con una trayectoria amplísima que se inicia con el mudo y al que si bien se le recuerda especialmente en el cine de acción y aventuras, rodó incursiones significativas en el género "noir", como por ejemplo la seminal El Último Refugio...toda una pléyade de personalidades futuras del género negro como se puede apreciar.
Con estos mimbres de entre los que descolla la dinámica e impetuosa narración tan propia de Walsh, la obra se conforma, utilizando el clásico esquema del cine de gángsteres mediante el que se expone la ascensión-caída del personaje principal, como filme entretenido que presenta una diferencia fundamental con los retratos del gángster que el cine ofrecía a principios de la década (Scarface, El Terror del Hampa y/o El Enemigo Público, por ejemplo) al proponer como causa de la carrera delictiva condicionantes no sólo sociales (Eddie Bartlett es un veterano de guerra desempleado) sino históricos (fin de la I Guerra Mundial, proclamación de la Ley Seca) que sustituyen a la mera ambición que movía a Tom Powers, Tony Camonte y "Rico" Bandello. Precisamente otra diferencia sustancial con ellos es la ambigüedad moral que exhibe el personaje de Cagney -no así el de Bogart- que tiene la oportunidad de redención como le sucediera a su Rocky Sullivan de Angeles con Caras Sucias (algo beneficioso tendría su conflicto con la Warner y en esta, su última actuación como gángster hasta Al Rojo Vivo rodada diez años después, aparece como matón oportunista, en el sentido de aprovechar las posibilidades que se le plantean para escapar de su situación social y que tiene su contrapeso en la ambición e inmoralidad del George Hally de Bogart. Es interesante el uso que se hace del alcohol para describir y mostrar la evolución del personaje que pasa de ser abstemio a estar alcoholizado), redención que se alcanza en un final recordado y alabado y que el propio Walsh puliría en la citada Al Rojo Vivo. Conclusión coincidente con lo promovido por el Código Hays y compartida por el propio protagonista real en que se inspiró Hellinger, el contrabandista de alcohol Larry Fay.
El estilo enérgico, ágil y sencillo del director hace avanzar el relato sin concesiones y este adquiere un tono semidocumental con unas escenas de montaje que a modo de hilo conector se intercalan en la acción y por las que se describen los diversos acontecimientos de la época llegando incluso a exhibir en pantalla el destile de alcohol, hecho que junto a la interpretación de estándares de ese tiempo por parte de una de las integrantes del clan artístico de las Hermanas Lane (Priscilla, quien protagoniza la parte romántica de la historia) le confiere ese carácter de revisión nostálgica al que se aludía más arriba y que otorga al gángster cierto cariz legendario. Gángster que cedería, a principios de la década de los años cuarenta, su lugar en el firmamento del celuloide a otros tipos duros que viven su existencia, entre luces y sombras expresionistas, a merced y marcados por la fatalidad del destino.
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