La Belle et La Bête, Jean Cocteau, 1946, Francia, Jean Marais, Josette Day, Mila Parély.
Pocas veces a lo largo de la historia del cine se ha conseguido capturar el tuétano de los cuentos de hadas. Una de estas contadas ocasiones es la aproximación a la fábula de La Bella y La Bestia con la que el polifacético artista Jean Cocteau alcanza a desbordar de poética fantasía la pantalla colmando los sentidos de la audiencia. Toda una obra de Arte. Partiendo de la base de la versión que del famoso cuento publicara a mediados del siglo XVIII Madame Leprince de Beaumont, que revisa, a su vez, la variante de Madame de Villeneuve, Jean Cocteau construye un fascinante universo, plagado de singular y sugestiva imaginería visual, bajo cuyo poder al espectador no le queda otra que sucumbir, subyugado y entregado ante tamaña demostración de sensibilidad y mágica fantasía. Derroche de imaginación y de sensitiva intuición, obra que nos hechiza como si presenciáramos un romántico encantamiento, La Bella y La Bestia de Cocteau no es de extrañar que sea capaz de sublimar al aficionado al cine. Un despliegue visual asombroso adorna una fantástica historia en la que están presentes elementos mágicos característicos de los cuentos (el caballo Magnífico, el guante, los diamantes y tantos otros), desde luego, Cocteau alcanza mediante una creatividad desbordante a aunar la magia del cine con la de los cuentos de hadas en esta extraordinaria película, su obra cinematográfica más recordada y reconocida, posiblemente.
Ya con el preámbulo, toda una declaración de intenciones lanzada como andanada directa, el espectador se sitúa en unas coordenadas infrecuentes, el artificio queda expuesto y se nos invita, en audaz atrevimiento, a suspender uno de los axiomas del cine: el principio de impresión de realidad. La entrada al país de la fantasía romántica queda franca para que podamos adentrarnos en él con los sentidos abiertos. El espectador atraviesa el umbral del mundo universal de los cuentos pero tamizado con la personal interpretación de Cocteau. Llevado de la mano por este artista, se embarca en una travesía mágica, en un viaje de puro cine que le obliga a creer acontecimientos que, ya se nos ha explicado, sólo creen los niños. El esfuerzo de creer algo que sabemos que no es cierto supone dotar a la propuesta de un componente contradictorio para el espectador, elemento que eleva su cualidad fantástica y posiciona a la audiencia en un nivel desconocido y acaso perturbador, un ejercicio de experimentación extrema que linda con el más genuino superrealismo. Surrealismo que Cocteau desarrolla mediante una historia más o menos convencional que pertenece al ciclo de cuentos "animal-novio", quizá el tipo de cuento de hadas con mayor cantidad de variaciones, y a la que despoja de sus connotaciones narcisistas y le confiere ciertos cambios que, por una parte, suavizan su envoltorio (el destino final de las hermanas o el origen lujurioso del encantamiento que sufre la Bestia, por ejemplo) y, por la otra, le permiten introducir algunas de sus preocupaciones personales y artísticas. Sea como fuere, los hallazgos visuales y estéticos se suceden a lo largo de la narración haciendo del visionado de esta película una experiencia inolvidable y un auténtico deleite para los sentidos. La terrorífica, por magnífica y maravillosa, puesta en escena que genera el halo romántico, hermoso y etéreo que sobrevuela durante todo el metraje, convierte a este proyecto en un poderoso viaje fantástico en el que sólo la magia del cine nos puede embarcar. Las dificultades del cine europeo de posguerra no impiden al vanguardista Cocteau desplegar una opulencia visual deslumbrante que hunde su inspiración en el mismo origen del cine y bajo la que la literatura ha querido ver múltiples lecturas, políticas como en otras producciones francesas, y, en fin, variopintas y diversas. Una fastuosa mirada onírica que recoge tradiciones silentes, manifiestas en gestos actorales y trucos técnicos, y que permite una recreación pasmosa, muy brillante, del espíritu del cuento de hadas. A buen seguro que las potentes imágenes plasmadas en esta película harían las delicias del matrimonio Opie y de Bruno Bettelheim. La fábula por la que se pone término a la relación edípica mediante el desplazamiento del vínculo infantil que une a la hija con el padre hacia el más maduro que la liga con el amante, no podía haber tenido mejor traslación en imágenes. Pura poesía en movimiento es lo alcanzado por Cocteau en la pieza más conocida y esencial de su corta filmografía. La imaginación visual desbordada baña todo el relato y se complementa con un suntuoso diseño de producción a cargo de Christian Bérard, visible en los decorados de René Moulaert y Carré y en el vestuario de Escoffier y Castillo. Para mostrar uno de los seres más atormentados y trágicos que han poblado la pantalla Cocteau se sirve de la labor del operador Henri Alekan que alumbra de manera onírica y sutil el mundo en el que vive confinado el monstruo y del maravilloso maquillaje de Arakelian que potencia la expresividad facial del actor Jean Marais cuyos ojos hablan por sí mismos (un Marais, galán clásico que en su doble papel luce mucho más como Bestia que como pretendiente de Bella). La gala se completa con una notable partitura de Georges Auric que el propio Cocteau reconocía haber utilizado de manera diferente a como el compositor la concibió por aplicarla o desplazarla a/en escenas diferentes. También existe la opción de acercarse a esta película con el audio sincronizado de la ópera compuesta por Philip Glass, alternativa que cuenta con muchos adeptos entre cinéfilos y melómanos, opiniones que le dan crédito, como mínimo, para intentar la experiencia.
Una de las películas mágicas por antonomasia cuyo poder emocional expresado cautiva a quien la disfrute y a la que su controvertido final con la extraña y desencantada reacción de Bella aún la enriquece más. La joven, tras un instante de sorpresa inicial por la nueva apariencia de la Bestia, es consciente de manera definitiva que la verdadera belleza se encuentra en el interior y acepta el aspecto físico exterior como contingencia necesaria para alcanzar la felicidad. Los importantes valores de la fábula están ahí pero dejémonos deleitar por la mirada que Cocteau lanza sobre el cuento en esta obra sublime, y esperemos que intemporal, de amor verdadero y que versa sobre las apariencias, la avaricia y la pureza del alma, la soledad y el miedo a nuestros instintos. Abramos la puerta al mundo de la fantasía y adentrémonos en él. Así pues, "Érase una vez"...
Las imágenes y el vídeo se han encontrado en la Red tras búsqueda con Google y se utilizan únicamente con fines de ilustración. Los derechos están reservados por sus creadores.
Pocas veces a lo largo de la historia del cine se ha conseguido capturar el tuétano de los cuentos de hadas. Una de estas contadas ocasiones es la aproximación a la fábula de La Bella y La Bestia con la que el polifacético artista Jean Cocteau alcanza a desbordar de poética fantasía la pantalla colmando los sentidos de la audiencia. Toda una obra de Arte. Partiendo de la base de la versión que del famoso cuento publicara a mediados del siglo XVIII Madame Leprince de Beaumont, que revisa, a su vez, la variante de Madame de Villeneuve, Jean Cocteau construye un fascinante universo, plagado de singular y sugestiva imaginería visual, bajo cuyo poder al espectador no le queda otra que sucumbir, subyugado y entregado ante tamaña demostración de sensibilidad y mágica fantasía. Derroche de imaginación y de sensitiva intuición, obra que nos hechiza como si presenciáramos un romántico encantamiento, La Bella y La Bestia de Cocteau no es de extrañar que sea capaz de sublimar al aficionado al cine. Un despliegue visual asombroso adorna una fantástica historia en la que están presentes elementos mágicos característicos de los cuentos (el caballo Magnífico, el guante, los diamantes y tantos otros), desde luego, Cocteau alcanza mediante una creatividad desbordante a aunar la magia del cine con la de los cuentos de hadas en esta extraordinaria película, su obra cinematográfica más recordada y reconocida, posiblemente.
Ya con el preámbulo, toda una declaración de intenciones lanzada como andanada directa, el espectador se sitúa en unas coordenadas infrecuentes, el artificio queda expuesto y se nos invita, en audaz atrevimiento, a suspender uno de los axiomas del cine: el principio de impresión de realidad. La entrada al país de la fantasía romántica queda franca para que podamos adentrarnos en él con los sentidos abiertos. El espectador atraviesa el umbral del mundo universal de los cuentos pero tamizado con la personal interpretación de Cocteau. Llevado de la mano por este artista, se embarca en una travesía mágica, en un viaje de puro cine que le obliga a creer acontecimientos que, ya se nos ha explicado, sólo creen los niños. El esfuerzo de creer algo que sabemos que no es cierto supone dotar a la propuesta de un componente contradictorio para el espectador, elemento que eleva su cualidad fantástica y posiciona a la audiencia en un nivel desconocido y acaso perturbador, un ejercicio de experimentación extrema que linda con el más genuino superrealismo. Surrealismo que Cocteau desarrolla mediante una historia más o menos convencional que pertenece al ciclo de cuentos "animal-novio", quizá el tipo de cuento de hadas con mayor cantidad de variaciones, y a la que despoja de sus connotaciones narcisistas y le confiere ciertos cambios que, por una parte, suavizan su envoltorio (el destino final de las hermanas o el origen lujurioso del encantamiento que sufre la Bestia, por ejemplo) y, por la otra, le permiten introducir algunas de sus preocupaciones personales y artísticas. Sea como fuere, los hallazgos visuales y estéticos se suceden a lo largo de la narración haciendo del visionado de esta película una experiencia inolvidable y un auténtico deleite para los sentidos. La terrorífica, por magnífica y maravillosa, puesta en escena que genera el halo romántico, hermoso y etéreo que sobrevuela durante todo el metraje, convierte a este proyecto en un poderoso viaje fantástico en el que sólo la magia del cine nos puede embarcar. Las dificultades del cine europeo de posguerra no impiden al vanguardista Cocteau desplegar una opulencia visual deslumbrante que hunde su inspiración en el mismo origen del cine y bajo la que la literatura ha querido ver múltiples lecturas, políticas como en otras producciones francesas, y, en fin, variopintas y diversas. Una fastuosa mirada onírica que recoge tradiciones silentes, manifiestas en gestos actorales y trucos técnicos, y que permite una recreación pasmosa, muy brillante, del espíritu del cuento de hadas. A buen seguro que las potentes imágenes plasmadas en esta película harían las delicias del matrimonio Opie y de Bruno Bettelheim. La fábula por la que se pone término a la relación edípica mediante el desplazamiento del vínculo infantil que une a la hija con el padre hacia el más maduro que la liga con el amante, no podía haber tenido mejor traslación en imágenes. Pura poesía en movimiento es lo alcanzado por Cocteau en la pieza más conocida y esencial de su corta filmografía. La imaginación visual desbordada baña todo el relato y se complementa con un suntuoso diseño de producción a cargo de Christian Bérard, visible en los decorados de René Moulaert y Carré y en el vestuario de Escoffier y Castillo. Para mostrar uno de los seres más atormentados y trágicos que han poblado la pantalla Cocteau se sirve de la labor del operador Henri Alekan que alumbra de manera onírica y sutil el mundo en el que vive confinado el monstruo y del maravilloso maquillaje de Arakelian que potencia la expresividad facial del actor Jean Marais cuyos ojos hablan por sí mismos (un Marais, galán clásico que en su doble papel luce mucho más como Bestia que como pretendiente de Bella). La gala se completa con una notable partitura de Georges Auric que el propio Cocteau reconocía haber utilizado de manera diferente a como el compositor la concibió por aplicarla o desplazarla a/en escenas diferentes. También existe la opción de acercarse a esta película con el audio sincronizado de la ópera compuesta por Philip Glass, alternativa que cuenta con muchos adeptos entre cinéfilos y melómanos, opiniones que le dan crédito, como mínimo, para intentar la experiencia.
Una de las películas mágicas por antonomasia cuyo poder emocional expresado cautiva a quien la disfrute y a la que su controvertido final con la extraña y desencantada reacción de Bella aún la enriquece más. La joven, tras un instante de sorpresa inicial por la nueva apariencia de la Bestia, es consciente de manera definitiva que la verdadera belleza se encuentra en el interior y acepta el aspecto físico exterior como contingencia necesaria para alcanzar la felicidad. Los importantes valores de la fábula están ahí pero dejémonos deleitar por la mirada que Cocteau lanza sobre el cuento en esta obra sublime, y esperemos que intemporal, de amor verdadero y que versa sobre las apariencias, la avaricia y la pureza del alma, la soledad y el miedo a nuestros instintos. Abramos la puerta al mundo de la fantasía y adentrémonos en él. Así pues, "Érase una vez"...
Las imágenes y el vídeo se han encontrado en la Red tras búsqueda con Google y se utilizan únicamente con fines de ilustración. Los derechos están reservados por sus creadores.