5/12/12

Días sin Huella


The Lost Weekend, Billy Wilder, 1945, EEUU, Ray Milland, Jane Wyman, Phillip Terry.

El descarnado estudio de la dipsomanía que llevara a cabo Billy Wilder prosigue con la exploración de las miserias humanas que emprendiera con su anterior película, la obra maestra negra Perdición, y se reconoce como el primer acercamiento serio a su objeto ya que hasta este momento Hollywood, con alguna excepción como La Lucha rodada por el mismísimo D. W. Griffith a principios de los años 30, consideraba el personaje del borracho como la parte cómica de las historias y habitualmente quedaba retratado como alguien divertido (e incluso héroes como los Charles resolvían los misterios a los que se enfrentaban entre copa y copa). Esta manera ligera de describir a las personas con tendencia a asumir estados de ebriedad queda en entredicho con la adaptación -suavizada- de la exitosa novela de Charles R. Jackson que el tándem formado por el realizador Billy Wilder y su asiduo colaborador por aquellos años Charles Brackett, deciden acometer  en las postrimerías de la II Guerra Mundial. Un tema sorprendente en ese contexto pero que captura la angustia existencial que reina en este y que el cine negro, asimismo, comenzaba a capturar, pero que, además, corrobora o abre la veda a cierta preocupación social en el cine norteamericano de la época (poco después William Wyler rodaría su crónica del reintegro de los veteranos en la vida diaria, Los Mejores Años de Nuestra Vida) sacándose a relucir, de este modo, el lado oscuro de la sociedad. Por otra parte, parece ser que Wilder decidió abordar el asunto del alcoholismo tras mantener una problemática colaboración con el escritor Raymond Chandler a la hora de alumbrar el libreto para Perdición y comprobar los efectos de esta dependencia sobre el creador de Marlowe. Sea como fuere, el prestigioso y reconocido cineasta firma una película dura que se acerca a uno de los tabús sociales sin ambages y que prescinde del análisis de las causas (apenas esbozadas) que lo provocan para centrarse en mostrar las consecuencias devastadoras que produce. Un giro copernicano en el tratamiento del alcoholismo del que, aquí, no se niega su condición de problema social quedando manifiestas algunas de las múltiples problemáticas asociadas (aislamiento social a través del deterioro de las relaciones interpersonales, incapacidad de insertarse en el mundo laboral) en lugar de caracterizar al bebedor como borrachín gracioso. Una mirada inmisericorde que rehuye el moralismo para exhibir el objeto como es. Si acaso, produce compasión por el alcoholizado protagónico encarnado por un acertado Ray Milland, un tipo que, despojado de cualquier escrúpulo moral en su descenso particular a los infiernos, no tiene atisbo de duda alguna en engañar y robar a cualquiera. Algunos momentos de la narración alcanzan una profundidad emocional cruel y dolorosa.


La descripción de la tragedia humana y patética en la que está inmerso este dipsomaníaco consiguió un enorme éxito en taquilla y obtuvo un inmediato reconocimiento entre la crítica, llegando a conseguir cuatro galardones Oscar (Película, Director, Actor y Guión) y alzándose con el Gran Premio en Cannes (la actual Palma de Oro). Sin duda, un asombroso triunfo si nos atenemos a la dureza de la propuesta. Decididamente, en la actualidad, Días sin Huella  no goza de tanto reconocimiento popular como otras de las películas que integran la importante filmografía de Billy Wilder, uno de los directores clásicos (y no tan clásicos) más conocidos entre la audiencia general pero podemos considerarla como uno de sus mayores éxitos en el momento de su estreno y una obra importante no sólo por la trascendencia que comporta su enfoque sobre el objeto, que sigue ejerciendo influencia a la hora de abordarlo en el cine contemporáneo, sino también por su indiscutible calidad cinematográfica apoyada en una poderosa fotografía en clave baja y en el uso de la profundidad de campo y contando en su epicentro con la desnuda objetividad a la hora de plasmar la devastación derivada del abuso del alcohol. La ruina queda amplificada por una interesante partitura musical de Miklós Rózsa, compositor clásico que como ya hiciera ese mismo año en Recuerda, utiliza de manera pionera el electrónico Theremin. Unas consecuencias desoladoras expuestas con aroma "noirish" ya que se articulan mediante "flash-back" y se narran a través de la voz en "off" en un tono naturalista que apresa la ansiedad vital del protagonista (y del contexto socio-histórico), recursos y cualidades todas ellas características del género negro. No obstante, esta excelencia se ve amenazada por cierto envejecimiento en determinados aspectos de la película, constatable esto último para la generalidad del público actual en los efectos fotográficos ideados por Gordon Jennings con los que se construye la alucinación que sufre el protagonista en pleno Delirium Tremens pero que cobran mayor gravedad para el aficionado en su final (cortesía del Código Hays), incoherente respecto a lo acontecido con anterioridad en el arco argumental aunque, cabe decir, Wilder y Brackett intentan su salvamento marcándolo con un carácter abierto. También ciertas presentaciones un tanto ingenuas para nuestros tiempos, generalmente derivadas de la compresión de la narración, la cual se empeña en intentar condensar todas las paradas del viaje del alcohol, producen cierta sensación esquemática en el desarrollo del drama. Sin embargo, las virtudes superan con mucho a estos deméritos y quien ha regresado a su feliz hogar después de una larga noche de entretenimiento poco saludable se identificará con el paseo que el protagonista emprende por las soleadas pero frías calles de la ciudad al recordar la extraña y antitética sensación que lo envuelve en esas circunstancias.

La amarga observación destilada por Wilder sobre el alcoholismo, expresada con nervio descarnado, profundiza sobre el alma del ser humano y su fragilidad, víctima propiciatoria de inseguridades y frustraciones. La degradación mostrada deja manifiesta la problemática social del objeto tratado sin moralismos y sin miramientos. Puede que gran parte del público (incluso de los confesos seguidores - lejanos - de Wilder) hayan olvidado o, incluso, desconozcan esta botella de su bodega pero los buenos aficionados al medio cinematográfico y los más fieles adeptos al genio de este director seguro que la paladean con deleite y se dejan embriagar por el buen cine alambicado cada vez que la descorchan. Eso sí, de manera responsable.



Las imágenes se han encontrado tras búsqueda con Google y se utilizan únicamente con fines de ilustración. Los derechos están reservados por sus creadores.

2 comentarios:

  1. Con "Días de vino y rosas", el mejor título sobre la adicción alcohólica. Saludos.

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  2. Dos películas importantes sobre este tema, sí. Dos "clàssics del cinema". Bienvenido a este blog.

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