The best years of our lives, William Wyler, 1946, EEUU, Myrna Loy, Fredric March, Dana Andrews.
La película que puso fin a la colaboración que durante una década llevaron a término el productor Samuel Goldwyn y el reputado director William Wyler, dúo que fue capaz de gestar películas sobresalientes ( Desengaño ), otras más o menos interesantes ( Calle sin Salida ) y algunas tan reconocidas como Cumbres Borrascosas, supuso un espectacular éxito de público en un momento en el que las producciones bélicas estaban ya en desuso por su escaso interés comercial para los estudios. Claro que la vuelta de tuerca por la que el arco argumental se centra en las dificultades que tienen que afrontar los veteranos de la II Guerra Mundial en su retorno a la vida civil separa a esta producción de las ficciones sobre la guerra propiamente dichas. Una temática valiente y a la que Goldwyn se quiso aproximar tras leer un artículo en una revista que, posteriormente, el corresponsal de guerra Mackinlay Kantor se encargó de publicar como libro. Material que sirvió de base para que Robert Sherwood construyera un milimétrico y sólido guión que sirve como caparazón a esta honesta adaptación cinematográfica en que se conforma Los Mejores Años de Nuestra Vida. El inusual acercamiento a las vicisitudes de la re-adaptación de los soldados, una vez firmado el armisticio que concluyó la contienda citada, reventó las taquillas como ninguna película lo había hecho desde Lo Que El Viento Se Llevó y se alzó con un buen puñado de galardones Oscar, entre ellos los de Película, Director, Actor, Actor de Reparto y Guión, en pleno proceso de reconversión de una economía de guerra a otra de paz en los EUA, período dominado por el aumento del paro y cierto descontento popular derivado del crecimiento de los precios y la inflación, entre otros factores.
La exploración realista de los efectos psicológicos, sociales y físicos que la vuelta a casa genera en los ex-combatientes queda personalizada en el trío protagonista con finura de trazo y mediante un sentido naturalista al que sin duda ayuda la representación, ya desde el inicio, de estos protagónicos como tipos medios que viven en una ciudad media. Este tratamiento otorgado a los caracteres despierta nuestro interés hacia ellos para seguirlos con facilidad en las cerca de tres horas de metraje. Las implicaciones que para ellos, sus círculos cercanos y la sociedad en general resultan de su regreso al hogar se retratan a través de una puesta en escena detallista, dirigida con clasicismo por Wyler, cuya elegancia formal queda demostrada una vez más, y en la que la magnífica labor del operador Gregg Toland desempeña un papel relevante. El uso del espacio a través de la profundidad de campo y el impecable trabajo con la iluminación se combinan con los encuadres ora virtuosos ora funcionales para corporeizar el trabajado libreto de Sherwood. Un texto que pone en solfa cuestiones políticas y sociales avanzadas a su tiempo (sexuales, sobre la energía atómica) u otras aún hoy controvertidas (fanatismo ideológico) y que da un barniz liberal al asunto para entroncarlo con el cine progresista norteamericano cuyo crecimiento fue cercenado de manera irremisible ya al año siguiente por la inquisición política de las huestes "maccarthystas". El heroísmo o el patriotismo emblemáticos se dejan a un lado para abordar materias cotidianas de la sociedad como el desempleo, el alcoholismo o el adulterio. En la mirada que se ofrece de los personajes y sus emociones, uno traumatizado por la guerra, otro que se siente desamparado por los cambios acaecidos en su ausencia, no se atisba idealismo, más al contrario, el perfeccionista Wyler, cuya propia experiencia en época de guerra como documentalista pudo servirle de acicate empático para con los ex-soldados, nos muestra de manera cabal las dudas y las preocupaciones, las ansiedades y angustias de estos individuos cuando retornan a sus hogares. Tampoco hay que olvidar que estamos ante un producto comercial que acompaña esta reflexión sobre el desencanto con las alegrías y esperanzas necesarias y la consiguiente sub-trama romántica. No obstante, estamos ante una muy honesta propuesta de cine comercial. El resultado obtenido es muy sentido a nivel dramático y la carga emocional de algunos momentos fluye con poderosa naturalidad y sensibilidad exquisita. Una madurez impecable es el valor que subyuga el filme para comunicar y exponer las taras físicas y psíquicas que padecieron los veteranos norteamericanos en lo que se llega a convertir para algunos de ellos en un nuevo y duro frente de batalla.
El aspecto social del filme queda complementado con su vertiente comercial que amén de sus aliviaderos dramáticos (el humor con el que se llega a desarrollar la dipsomanía de uno de los protagónicos, la susodicha impuesta relación sentimental que, aún así, nunca cae en el almíbar) se puede personificar en el elenco por el que desfilan la gran Myrna Loy (una estupenda actriz cuyo dominio del tiempo cómico es superlativo), Fredric March (un intérprete de una pieza), el romo Dana Andrews, la grácil y vivaracha Teresa Wright, la voluptuosa Virginia Mayo (demostrando que podía ser más que una foto de portada de revista), la delicada y guapísima Cathy O'Donnell (en su primer papel de peso) y el veterano mutilado de guerra Harold Rossen (un actor no profesional que se alzó con dos Oscar por este rol: uno honorífico y otro como Mejor Actor de Reparto). A estos hay que añadir secundarios tan carismáticos como Gladys George, Steve Cochran o el músico Hoagy Carmichael. Una constelación que Wyler haciendo honor a su fama supo conducir hasta unas brillantes actuaciones.
En definitiva, la crónica de las dificultades de la desmovilización firmada por Wyler, que cuenta con la inestimable ayuda de Toland en la fotografía y de Daniel Mandell en la edición para trasladar a la pantalla el guión trenzado con esmero por Sherwood, se beneficia del instinto de Goldwyn para consolidarse como un clásico imperecedero y es, además, unas de las pocas películas que pone el dedo en la llaga en el momento en que ésta está en carne viva. Las secuelas somáticas (pérdida de miembros), emocionales (estrés traumático, pavor e inseguridad frente al cambio producido en la ausencia, comprobación sobre el tiempo que no se puede recuperar) y sociales (falta de trabajo que conduce a exclusión social) que sufren los protagonistas se revelan, en ciertas escenas, con ternura e intimidad sobrecogedoras en una cuidada producción. Cine comercial con cierta tendencia social elaborado con integridad.
Las imágenes se han encontrado en la Red tras búsqueda con Google y se utilizan exclusivamente con fines de ilustración. Los derechos están reservados por sus creadores.
La exploración realista de los efectos psicológicos, sociales y físicos que la vuelta a casa genera en los ex-combatientes queda personalizada en el trío protagonista con finura de trazo y mediante un sentido naturalista al que sin duda ayuda la representación, ya desde el inicio, de estos protagónicos como tipos medios que viven en una ciudad media. Este tratamiento otorgado a los caracteres despierta nuestro interés hacia ellos para seguirlos con facilidad en las cerca de tres horas de metraje. Las implicaciones que para ellos, sus círculos cercanos y la sociedad en general resultan de su regreso al hogar se retratan a través de una puesta en escena detallista, dirigida con clasicismo por Wyler, cuya elegancia formal queda demostrada una vez más, y en la que la magnífica labor del operador Gregg Toland desempeña un papel relevante. El uso del espacio a través de la profundidad de campo y el impecable trabajo con la iluminación se combinan con los encuadres ora virtuosos ora funcionales para corporeizar el trabajado libreto de Sherwood. Un texto que pone en solfa cuestiones políticas y sociales avanzadas a su tiempo (sexuales, sobre la energía atómica) u otras aún hoy controvertidas (fanatismo ideológico) y que da un barniz liberal al asunto para entroncarlo con el cine progresista norteamericano cuyo crecimiento fue cercenado de manera irremisible ya al año siguiente por la inquisición política de las huestes "maccarthystas". El heroísmo o el patriotismo emblemáticos se dejan a un lado para abordar materias cotidianas de la sociedad como el desempleo, el alcoholismo o el adulterio. En la mirada que se ofrece de los personajes y sus emociones, uno traumatizado por la guerra, otro que se siente desamparado por los cambios acaecidos en su ausencia, no se atisba idealismo, más al contrario, el perfeccionista Wyler, cuya propia experiencia en época de guerra como documentalista pudo servirle de acicate empático para con los ex-soldados, nos muestra de manera cabal las dudas y las preocupaciones, las ansiedades y angustias de estos individuos cuando retornan a sus hogares. Tampoco hay que olvidar que estamos ante un producto comercial que acompaña esta reflexión sobre el desencanto con las alegrías y esperanzas necesarias y la consiguiente sub-trama romántica. No obstante, estamos ante una muy honesta propuesta de cine comercial. El resultado obtenido es muy sentido a nivel dramático y la carga emocional de algunos momentos fluye con poderosa naturalidad y sensibilidad exquisita. Una madurez impecable es el valor que subyuga el filme para comunicar y exponer las taras físicas y psíquicas que padecieron los veteranos norteamericanos en lo que se llega a convertir para algunos de ellos en un nuevo y duro frente de batalla.
El aspecto social del filme queda complementado con su vertiente comercial que amén de sus aliviaderos dramáticos (el humor con el que se llega a desarrollar la dipsomanía de uno de los protagónicos, la susodicha impuesta relación sentimental que, aún así, nunca cae en el almíbar) se puede personificar en el elenco por el que desfilan la gran Myrna Loy (una estupenda actriz cuyo dominio del tiempo cómico es superlativo), Fredric March (un intérprete de una pieza), el romo Dana Andrews, la grácil y vivaracha Teresa Wright, la voluptuosa Virginia Mayo (demostrando que podía ser más que una foto de portada de revista), la delicada y guapísima Cathy O'Donnell (en su primer papel de peso) y el veterano mutilado de guerra Harold Rossen (un actor no profesional que se alzó con dos Oscar por este rol: uno honorífico y otro como Mejor Actor de Reparto). A estos hay que añadir secundarios tan carismáticos como Gladys George, Steve Cochran o el músico Hoagy Carmichael. Una constelación que Wyler haciendo honor a su fama supo conducir hasta unas brillantes actuaciones.
En definitiva, la crónica de las dificultades de la desmovilización firmada por Wyler, que cuenta con la inestimable ayuda de Toland en la fotografía y de Daniel Mandell en la edición para trasladar a la pantalla el guión trenzado con esmero por Sherwood, se beneficia del instinto de Goldwyn para consolidarse como un clásico imperecedero y es, además, unas de las pocas películas que pone el dedo en la llaga en el momento en que ésta está en carne viva. Las secuelas somáticas (pérdida de miembros), emocionales (estrés traumático, pavor e inseguridad frente al cambio producido en la ausencia, comprobación sobre el tiempo que no se puede recuperar) y sociales (falta de trabajo que conduce a exclusión social) que sufren los protagonistas se revelan, en ciertas escenas, con ternura e intimidad sobrecogedoras en una cuidada producción. Cine comercial con cierta tendencia social elaborado con integridad.
Las imágenes se han encontrado en la Red tras búsqueda con Google y se utilizan exclusivamente con fines de ilustración. Los derechos están reservados por sus creadores.
Pues sí: un imprescindible!!
ResponderEliminarSobre la Segunda Guerra Mundial existen películas de sobra pero no con el tema que esta películas nos aborda: el regreso de aquellos hombres que ahora son en parte, diferentes a los que se fueron.
Además de un gran guión, el reparto es muy atractivo y el gran Wyler supo sacerle buen provehco.
Saludos.
¡Bienvenida! Sí, parece que el cine "hollywoodense" actual se mueve por otros derroteros, lejos de plantear de forma tan madura aspectos como los de esta película. ¡Feliz Año tenga usted!
ResponderEliminarUna excelente película esta, con la que Wyler y Goldwing dieron de lleno en la diana del éxito mirando (creo que por primera vez en la historia del cine USA) a "la otra cara" del género bélico, la de la vuelta al anhelado hogar y la reinserción familiar y social de los combatientes que arrastran todo tipo de secuelas físicas y mentales tras la contienda.
ResponderEliminarLa estupenda realización de Wyler y las magníficas interpretaciones de su reparto coral hacen que los mecanismos dramáticos de la película sigan funcionando a día de hoy tan bien como lo hicieron en su momento al comienzo de la postguerra... es lo que tienen los clásicos que saben igual de bien hoy como ayer.
Un abrazo y Feliz Año.
Hay una película de Dmytryk (que habrá que "agenciarse") un pelín posterior que también trata este tema pero sin duda esta es mucho más conocida y, coincido contigo, sigue igual de fresca hoy que ayer. Feliz Año, compañero bloggero.
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