14/12/12

El Desvío


Detour, Edgar G. Ulmer, 1945, EEUU, Tom Neal, Ann Savage, Claudia Drake.

Pocas películas han logrado capturar y plasmar de manera tan demoledora la extraña y poderosa influencia que ejercen los inescrutables designios del destino sobre el devenir de los hombres como esta obra rodada bajo los parámetros de la pura serie B por el realizador de origen centroeuropeo Edgar G. Ulmer, un tipo acostumbrado a moverse en el territorio de las compañías recogidas bajo la denominación Poverty Row (aquellos estudios cuya producción la constituían filmes baratos protagonizados por actores desconocidos) por necesidad ya que, al parecer, un asunto de faldas lo abocó a trabajar en los márgenes de la industria "hollywoodiense". Sea como fuere, este cineasta consiguió sortear la escasez de presupuesto con el que contó en la mayoría de sus películas para alumbrar algunos productos tan interesantes como este y alcanzar un estatus de director de gran prestigio para la crítica especializada así como también para el cinéfilo de pro. En esta ocasión no podía ser de otra manera y encuentra soluciones brillantes e ingeniosas a la carencia de medios que le proporcionó su productor habitual Leo Fromkess, dueño de la PRC, para desarrollar un alucinante viaje al corazón del sueño americano, un minimalista pero perturbador ejercicio que se ha revalorizado con el paso del tiempo hasta adquirir condición de obra de culto -y no únicamente en el contorno del género negro al que se adscribe- y cuya influencia puede reconocerse en reputados directores más o menos recientes.

Como se ha apuntado, Ulmer sigue los cánones del negro más puro (juegos con la iluminación que crean un alto contraste entre zonas claras y oscuras mediante la labor del operador Benjamin H. Kline, presencia de voz "en off" para desgranar los acontecimientos de la trama, articulación de la narración en analepsis, realismo lingüístico con el que se expresan los personajes, aparición de una violencia moral y física extrema con la que se conducen estos últimos y presencia de una pérfida y maléfica mujer fatal la cual debería figurar en cualquier antología sobre el género que se precie de serlo) para filmar, mediante una hábil gestión de recursos, una narración sincopada y opresiva cuya negrura de fondo y forma entronca con el pesimismo (social) que tan bien supo expresar el género negro norteamericano en las postrimerías de la II Guerra Mundial o recién terminada ésta. El trayecto que emprende el anti-héroe que protagoniza el relato (encarnado por Tom Neal, actor y perdedor cuya biografía, que guarda un sorprendente y extraño paralelismo final con el personaje que encarna, podría dar para otra película) se convierte en una experiencia cinematográfica que desprende una extraña sensación de pesadilla sórdida y surrealista, una irracional y claustrofóbica paranoia que Ulmer acierta a desplegar con artificios evidentes (las transparencias) y/o con otros ingeniosos (la niebla con la que dibuja la ciudad o las sombras de los músicos reflejadas en una pared para crear el espacio de un club nocturno) utilizados para disimular los precarios decorados y, en definitiva, para salvar la limitación de medios. La particular personalidad cinematográfica de Ulmer, curtida en el expresionismo alemán a través de sus colaboraciones como director artístico en algunos filmes de Lang, por ejemplo, en la que la música (aquí siempre insistente y firmada por Erdody) y los decorados cobran especial significación, se une a ese ingenio y capacidad para encontrar soluciones a la escasez a la hora de plasmar de una manera brillante la historia sobre el fátum concebida por el escritor Martin Goldsmith basándose en su propia novela. La impresión por la que los acontecimientos parecen suceder fuera del control del perdedor protagonista cuya vida se mece en los meandros del inmisericorde y caprichoso hado se transmite con inusitada fiereza al espectador, sumiéndose éste en una sensación teñida de melancolía e indefensión. La reflexión sobre la posición vulnerable del ser humano, situado a merced de fuerzas desconocidas, es lanzada como golpe directo a la mandíbula de la audiencia. La angustia vital se expresa despojada de todo glamour, en toda su sórdida desnudez (en habitaciones de hotel barato, locales nocturnos de tercera fila). El plato se sirve, así, crudo y sin guarnición.


Los vericuetos del destino que conducen, dirigen y someten la vida del protagónico (o acaso son las sorprendentes decisiones que éste toma) se alinean con el fatalismo del negro. Los insondables proyectos que el destino nos reserva enfrentan al anti-héroe de este relato con una salvaje, depredadora y terrorífica "femme fatale" (incorporada por Ann Savage) que en su inmediatez trasciende el arquetipo y ejecuta una sádica inversión de roles de género. Pero también lo introducen en una espiral de sucesos aniquiladora e irrazonable a la que el espectador asiste anonadado y atónito. La vulnerabilidad del ser humano, domeñado por el peso del destino, se manifiesta en toda su inmensidad, la crítica a la ilusión del sueño americano se tiñe de desesperanza.

Una de las películas más oscuras y desesperadas de la cinematografía mundial (pese a su final impuesto por las normas del Código Hays) que no es de extrañar que haya alcanzado esa preeminencia como obra de culto de la que disfruta desde hace ya unos años. Película de ineludible visionado el cual puede llevarse ahora mismo a cabo si uno quiere ya que el filme es de dominio público y a buen seguro se puede encontrar con facilidad en la Red.



Las imágenes se han encontrado en la Red tras búsqueda con Google y se utilizan únicamente con fines de ilustración. Los derechos están reservados por sus creadores.

1 comentario:

  1. Grande Detour y grande Ulmer. Tremendo el expresionista talento visual del alemán, no en vano fue ayudante de Murnau, puesto aquí al servicio de todo un clásico del noir.
    Gran reseña.

    Saludos.

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