23/9/08
Drácula
Dracula, Tod Browning, 1931, EEUU, Bela Lugosi, Helen Chandler, Dwight Frye.
Primera adaptación autorizada en el cine de la fantástica novela de Bram Stoker, aunque el tema vampírico en general ya se había tratado en la época silente y el personaje del Conde Drácula en concreto ya fue el protagonista del filme de Murnau, Nosferatu -rodado sin autorización por parte de los herederos del escritor, de hecho la viuda de Stoker intentó la destrucción de todas las copias de la película- y se había llevado a la pantalla por primera vez en una producción húngara de 1921 titulada Drakula Halala. Por cierto, no deja de ser curioso que el actor Bela Lugosi, el Drácula por antonomasia, fuera originario de este mismo país.
El proyecto del productor Carl Laemmle, Jr de emular las míticas producciones de su padre (El Jorobado de Notre Dame o El Fantasma de la Ópera, entre ellas) se vio frenado por las dificultades económicas propias de la Era de la Depresión y por el prematuro fallecimiento debido a un cáncer de laringe del que iba a ser actor protagonista de la cinta, Lon Chaney. A pesar de ello, el productor se empeñó, como ya hiciera con Sin Novedad en el Frente, en sacar adelante el proyecto. Para ello contrató a Tod Browning, director muy personal que ya había realizado una enorme película -Garras Humanas- y, a su vez, se había acercado al tema de los vampiros con su actor fetiche, el mismo Chaney, con el que colaboró en una decena de filmes. Tras descartar a una serie de intérpretes (entre los cuales estaban Conrad Veidt, el Cesare del Gabinete del Doctor Caligari, y Paul Muni, quien se encumbraría al año siguiente como Tony Camonte en Scarface) se escogió al hombre que venía interpretando la exitosa obra de teatro en Broadway sobre el personaje de Stoker y que no era otro que Bela Lugosi, el cual, en otro orden de cosas, parece ser tenía un caché menos elevado que el resto de nombres que se barajaron. Además, la película cuenta con la fotografía de Karl Freund, operador que ya colaboró en la magna Metropolis y que posteriormente dirigió otro clásico de la Universal, La Momia, y, más tarde aún, se encargó de la fotografía de Cayo Largo y de quien se dice que ejerció en varias situaciones durante la filmación de la película que nos ocupa como auténtico director dada la delegación que sobre él hizo Browning. La poca implicación del director oficial, ya sea por considerar el guión demasiado teatral y débil, ya por estar afectado por la muerte de su amigo Chaney con quien creía que trabajaría una vez más en este proyecto, se nota en la segunda parte del film.También encontramos en el reparto, por un lado, nombres importantes en producciones posteriores de la Universal como Dwight Frye en una interpretación notable del enajenado Renfield (por cierto, este actor, al igual que Lugosi, quedaría encasillado en personajes parecidos al que interpreta aquí tal que Fritz, el ayudante jorobado del Doctor Frankenstein) o Edward Van Sloan (también participa en la misma Frankenstein, La Momia y, asimismo, hizo de Profesor Van Helsing en la obra de teatro en la que se basa este Drácula) y, por el otro, nombres que parecía que alcanzarían el estrellato como Frances Dade (elegida en 1931 en la lista en la que se incluían a jóvenes actrices promesas, WAMPAS Baby Stars ) o David Manners ( actor del que el mismo Marlon Brando cuenta entre sus admiradores confesos y que actuó también en La Momia para acabar renegando de Hollywood y convertirse en escritor de cierto éxito).
Inspirándose de manera libre en el personaje literario la película significó el inicio del fantástico Ciclo de los Monstruos de la Universal: Frankenstein, La Momia, El Hombre Invisible, El Hombre Lobo serían los grandes exponentes del mismo. Sin duda, esta productora consiguió colmar las necesidades de fantasía o escapismo que demandaba el público norteamericano de la Depresión y, en este sentido, Drácula con su enorme impacto comercial supuso la gallina de los huevos de oro y, cabe decir, que no se desaprovechó. La estela de la Universal la siguió décadas después una no menos mítica productora, la Hammer que consiguió los derechos sobre el personaje de Stoker, pero esa ya es otra historia.
Esta película está adaptada de la novela por Hamilton Deane y John L.Balderston (guionista éste último también de Frankenstein, La Momia, Luz que Agoniza y colaborador en Lo que el Viento se Llevó) y está basada, como ya se ha apuntado, en una obra teatral escenificada en Broadway durante 1927-29 hecho que la lastra en demasía respecto a las actuaciones y a los mínimos decorados, especialmente en su segunda parte que transcurre ya con el Conde Drácula en Londres, resultando el conjunto decepcionante respecto a las enormes potencialidades del libro, entre las cuales destacan el inicio lleno de misterio, la terrorífica travesía en un barco transcrita en el diario de a bordo por su capitán, el impetuoso final o, en fin, muchísimos otros pasajes que acaban convertidas en un "sobre-diálogo" estático y en una acción carente de ritmo, rematando la película un decepcionante y anticlimático final.
Antes, no obstante, en el segmento de la historia que se sitúa en Transilvania el film parece que vaya a desarrollar ese potencial de la novela y crea unas altas expectativas que se fundan en las escenas del fabuloso castillo a través de la concepción de una brillante atmósfera gótica de tonos expresionistas (aquí los decorados sí son majestuosos y, mediante ellos, se consigue transmitir emociones) y de la presentación del personaje del Conde, realizada mediante la mítica frase pronunciada con particular dicción por Lugosi "Yo...soy...Drácu-u-ula", la invocación que hace el personaje de las criaturas de la noche y -en un gran trabajo de Freund- las sombras que envuelven la cara del vampiro mientras asoman destellos en sus ojos.
La significación de este Drácula se debe entender más allá de los valores técnicos o narrativos que atesora, más bien su importancia se vertebra en tres ejes alejados de estos presupuestos: avanzar la clave visual del género de terror, ser inicio del mismo y la magnífica actuación de Bela Lugosi. El actor consigue dotar al vampiro de un alto contenido sexual implícito apuntado en su conquista sobre Mina Harker y de un atractivo halo de misterio presentándolo como un extranjero seductor, educado, culto y enigmático que despliega un elevado poder hipnótico. Un Lugosi que, por cierto, no llevaba colmillos y demuestra que no le hacía falta enseñarlos. Contra la leyenda urbana en la que se expone el desconocimiento del idioma inglés por parte del actor de origen húngaro, cabe mencionar que, en la época de rodaje de esta película, ya había pasado una década desde su llegada como inmigrante ilegal a EEUU y contaba con un amplio bagaje teatral no solo en Europa sino también en Broadway. Si bien es cierto que cuando empezó su andadura en los escenarios americanos su dominio del idioma era escaso y su poca destreza en perfeccionarlo le privó de proseguir una carrera artística de mayor nivel. Y no es menos cierto el daño en forma de encasillamiento que le produjo el papel que lo convirtió en celebridad, rol que retomó en Abbot y Costello contra los Fantasmas. Contra otra creencia popular el gran Bela Lugosi únicamente interpretó al Conde en estas dos ocasiones. En fin, siempre nos quedará Lugosi.
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