4/11/12

Los Niños del Paraíso


Les Enfants du Paradis, Marcel Carné, 1945, Francia, Arletty, Jean-Louis Barrault, Pierre Brasseur.

Considerada en la actualidad como una de las mejores películas francesas de todos los tiempos por unanimidad de la crítica especializada Los Niños del Paraíso es una nueva colaboración del tándem formado por el realizador Marcel Carné y el poeta y guionista cinematográfico Jacques Prévert, dúo que ya había alumbrado títulos tan significativos como Le Jour se lève con anterioridad a esta producción legendaria, también, por las dificultades a las que estuvo sujeta por su rodaje en plena ocupación Nazi de Francia. Superadas estas, que incluyeron desde fenómenos naturales como una tormenta que destruyó parte de los decorados, la fuga de un actor colaboracionista con los alemanes o la huída de los co-productores italianos  que iban a financiar parte del proyecto, amén de otros obstáculos relacionados con la ideología nacional-socialista (el creador de los decorados, el gran Alexandre Trauner, y el músico Joseph Kosma participaron en el filme desde la clandestinidad debido a su origen judío), el resultado final descolla por un fastuoso diseño de producción que incluye una majestuosa reproducción del Boulevard du Temple del París de 1830, poblado con miles de extras para la ocasión, por supuesto, todos ellos ataviados con su correspondiente vestuario: una visión plasmada en la pantalla que hace olvidar los escollos que se tuvieron que sortear para ofrecerla. Esta extraordinaria recreación no solo de ropa y peinados sino también de ambientes alcanza su cota en las escenas de la abarrotada calle citada en la que se localizaban, en la época por la que transcurre la acción de  la película, numerosos teatros y cafés que la convertían en un hervidero para la diversión y punto de encuentro de multitud de habitantes de la urbe parisina. Sin duda, la película captura el alma popular de esta  avenida, conocida con el sobrenombre de Boulevard du Crime por el tipo de representaciones teatrales que se ofrecían.


Sin embargo, Los Niños del Paraíso despliega virtudes de mayor enjundia canónica y que pueden explicar mejor el rango con el que se la considera. No me refiero al componente simbólico que pudiera tener, muchos ven en el personaje encarnado por la excelente y cautivadora Arletty un trasunto de la Francia ocupada, por ejemplo, sino a la rica y compleja textura de los personajes y las relaciones que se imbrican entre ellos, a los literarios diálogos escritos por Prévert y a la exposición que se hace del amor y sus diferentes tipos y formas en el milimétrico guión escrito por este autor. Sin olvidar el sincero homenaje que supone esta película al arte del teatro y del que podríamos concluir, parafraseando a aquel célebre dramaturgo del XVII, "la vida es teatro...". La oda al teatro pretendida se corrobora con la inclusión en el título del film de nuestro "Gallinero" (los franceses lo conocen como Paraíso) aunque este vocablo también hace referencia a los mismos actores cuando se encuentran en el proscenio. Precisamente, esta intersección de la vida real (de los personajes) con el drama teatral supone teñir el desarrollo de la obra con un aura onírica que la domina hasta causar una especie de sensación de irrealidad o fantasía, característica que ayuda a insertar esta propuesta como uno de los grandes ejemplos del realismo poético, tendencia o movimiento que intenta plasmar la realidad, siempre marcada por el destino, dotando a los elementos que la integran de propiedades que trascienden lo material y atendiendo a las cualidades estéticas de su representación. En este sentido, la artificialidad en la búsqueda de la belleza y el carácter literario dominante chocan con los presupuestos que años más tarde se defendieron por los jóvenes que protagonizaron el siguiente gran seísmo del cine francés, conocido como Nouvelle Vague. La estilización visual perseguida consigue ejecutarse a través de una brillante puesta en escena pero quizá sea una de las causas por las que la película destila ciertas dosis de frialdad. Como botón de muestra valga la escena conclusiva de la historia sesgada por la poca identificación creada con los personajes a lo largo del desarrollo de esta.

La falta de calidez del producto no impide constatar que el relato se despliega con un ritmo adecuado y que la complejidad y riqueza de personajes, relaciones y situaciones lo hacen avanzar de manera amena y agradable, sin hacernos recordar su larga duración (la película está dividida en dos partes, debido a la orden de la autoridades que limitaban a hora y media el tiempo máximo de las producciones, y supera las tres horas en total). Sin olvidar esas posibles referencias políticas mencionadas más arriba y haciendo hincapié en la profunda descripción de ambientes y situaciones expresada mediante la notable puesta en escena, es parada obligatoria aludir al cariz romántico, que no sentimental, del relato. En el centro del mismo se instala la cortesana Garance, flor misteriosa y libre y a su alrededor gravitan cuatro hombres que encarnan diferentes modos de amar, un criminal misántropo pero íntegro o consecuente consigo mismo, un sensible e idealista mimo, un narcisista y vividor actor y, por último, un violento y clasista aristócrata ejemplarizan la idealización de este sentimiento, muestran su vertiente posesiva y/o mercantilista o su consideración como juego. El amor que puede guardar varias formas como las de imposible o rechazado queda retratado y expuesto en  este drama humano disfrazado de gran producción "de estudio".

Un film mítico por su intrahistoria marcada por su elaboración bajo el Régimen de Vichy y por su calidad técnica cinematográfica pero que adolece de frialdad emocional y del que se puede disfrutar en una reciente restauración, adquirible vía Internet, no editada aún por estos lares. Una película que se basa en personajes reales de la primera mitad del siglo XIX (Jean-Gaspard Deburau fue un célebre mimo, Frédérick Lemaître cosechó gran éxito como actor de teatro y Pierre François Lacenaire cobró fama por la defensa que hizo de su carrera criminal y le sirve a Prévert de inspiración como el envenenador, pintor, dibujante y escritor Thomas Griffiths Wainewright les aprovechara a Dickens y a Wilde unos cuantos años antes) para desarrollar una profusa riqueza en sus caracteres y en sus emociones, en sus relaciones y comportamientos, elementos que dotan al filme de la compleja textura que atesora y que añadidos a su diseño de producción pueden explicar su tremendo éxito de público en el momento de su estreno en la Francia recién liberada. La lectura de sus posibles observaciones políticas queda en manos del espectador pero sin duda podría ser otro ingrediente más a tener en cuenta a la hora de degustar el filme y a unir a todos los méritos apuntados aquí y a otros como es la estupenda interpretación del elenco comandado por Arletty y Jean-Louis Barrault, quien, parece ser, tuvo algo que ver en la gestación del proyecto.



Las imágenes se han encontrado en la Red tras búsqueda con Google y se utilizan, únicamente, con fines de ilustración. Los derechos están resrevados por sus creadores.

1 comentario:

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    Madison
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