21/2/13

Siete Días de Mayo


Seven days in May, John Frankenheimer, 1964, EEUU, Burt Lancaster, Kirk Douglas, Fredrich March.

Intenso thriller de política-ficción que aunque a primera vista parezca producto de su tiempo mantiene su frescura original merced a una serie de aciertos que comienzan con la conjunción de dos talentos televisivos, uno de esos encuentros creativos que alumbran de vez en cuando obras tan interesantes como este relato de conspiraciones políticas del que Jean Van Hamme debió tomar buena nota para crear algún episodio de su cómic de referencia, XIII. Apoyado en una vigorosa dirección de su realizador, John Frankenheimer, y en un cuidado libreto del muy apreciado en los círculos de la ciencia-ficción por ser el factótum de la mítica serie The Twilight Zone, Rod Serling, este sobrio ejercicio cinematográfico desarrolla una inquietante premisa argumental con claridad y fuerza expositiva. Una película sumamente atrayente y muy sólida que continúa ahondando en cierto sentido en las preocupaciones que Frankenheimer expusiera en su anterior obra, la exitosa El Mensajero del Miedo, y que corrobora la sugerente primera parte de la filmografía de este cineasta que proseguiría con otros productos atractivos para, con el transcurso de los años, ir decayendo en frescura y acabar en la irregularidad absoluta. En la primera parte de su itinerario cinematográfico el brioso realizador proveniente del vivero televisivo supo labrarse una reputación como hábil creador de ambientes y como hombre capaz de llevar adelante proyectos que no rehuían cuestiones sociopolíticas controvertidas. Aspectos que confluyen en esta propuesta en la que se establece una conexión artística guionista-director que alumbra una película tensa, realista, robusta que mantiene la atención del espectador durante sus dos horas de duración. Si bien es cierto que quizás la fracción intermedia que desarrolla la encuesta para demostrar el posible complot se resienta un tanto, la milimétrica e intrigante parte con la que se inicia el relato y, en menor medida, la conclusión emotiva y con rigor dramático del mismo, que evita cargar las tintas en el patrioterismo fácil, elevan la calidad del film a cotas notables. Los aficionados al subgénero de las maquinaciones políticas disfrutarán sobremanera, sin duda. Pero no únicamente se harán las delicias de los seguidores del relato conspiratorio, los aficionados al cine podrán deleitarse con un regalo muy trabajado y determinado por un personal estilo visual  basado en la profundidad de campo casi obsesiva, con su consecuente estudio de las composiciones que aunque pudiera convertirse en arma de doble filo por poder desembocar en frialdad o artificialidad, en el seno de esta propuesta potencia el elemento de la intriga y la tensión del ambiente político y militar en el que se desarrolla la narración, caracterizado por el formalismo más acusado. Un aspecto que se demuestra con coherencia también en las comedidas actuaciones de Burt Lancaster y Kirk Douglas, dominadas por la rigidez y la contención en su expresión corporal y la ausencia de aspavientos. Ambas estrellas componen de manera brillante sus personajes, el primero (por cierto, mentor de estos iniciales  pasos en el cine de Frankenheimer) un tipo amenazador, el segundo, amparado por su físico firme, un hombre de recta moral, y encabezan un reparto muy solvente en el que destaca un experimentado y seguro Fredric March y una sensitiva y otoñal Ava Gardner cuyo particular canto del cisne estaba a punto de darse a conocer, así como también intérpretes secundarios de prestigio tales como el alabado Edmond O'Brien, Martin Balsam o George Macready. Elenco que incorpora unos caracteres mimados por la labor de Serling quien los sitúa en un marco turbador muy propio de las circunstancias de la época. Un somero repaso a la actualidad política norteamericana a principios de los sesenta y a las cuestiones sociales que la marcan nos puede ayudar a entender el éxito del libro de Fletcher Knebel y Charles W. Bayley II, material original que inspira este tenso filme. Un contexto sociopolítico en el que las armas nucleares salían a la palestra protagonizando la coyuntura internacional dominada por la Guerra Fría en su pleno apogeo (se acaba de producir la Crisis de Los Misiles) y llegaban con lógica naturalidad al celuloide (¿Teléfono Rojo?, volamos hacia Moscú, por ejemplo, fue estrenada en las mismas fechas que la obra que nos ocupa). En fin, la Era Atómica en todo su esplendor y el debate sobre la desnuclearización, cuyos ecos aún nos llegan, en su epicentro. Un panorama no tan diferente al actual si bien se examina. En este entorno sólo cabía añadir el magnicidio del Presidente de los EUA, John F. Kennedy, y actitudes ultraconservadoras como las del General Edwin Walker, personaje de la vida real que, al parecer, inspiró a los autores del libro para concebir al alarmante General James M. Scott encarnado por Lancaster.


Un estupendo diseño de producción bajo el mando de Cary Odell corona los duchos esfuerzos de Frankenheimer. Los decorados de fuerte raigambre en el terreno de la ciencia-ficción enmarcan a la perfección y alimentan la atmósfera de la propuesta de Frankenheimer, preocupado por el impacto de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) en la vida diaria de las personas. En este sentido, Siete Días de Mayo revela con claridad meridiana la potencia de la televisión como medio difusor de mensajes y como herramienta de comunicación. Por un lado, los circuitos cerrados de TV que monitorizan de manera constante los movimientos de los militares reflejan la claustrofobia y el aislamiento del mundo castrense que de manera implícita se pueden reconocer detrás de posiciones ideológicas como las del General Scott y sus confabulados y, por el otro, reafirman la continua presencia de las TIC en pantalla, sea para comprobar los resultados de maniobras o simulacros del ejército, sea para mantener conversaciones que superan la distancia espacial o emitir discursos con los que transmitir y divulgar  planteamientos ideológicos. Esta manifestación continua de la habitualidad de las TIC a lo largo de la narración reviste a la propuesta de un carácter futurista pese a que, es cierto, éste elemento pudiera haber quedado relativamente anticuado en su forma para los estándares de nuestros días. Sin embargo, el debate subyacente puede sustituir su figura central de la televisión por la Red de Redes para demostrar su vigencia. Y este es un elemento que aún otorga mayor vigencia a este atmosférico relato de intriga política. La reflexión sobre el papel de las TIC en nuestra sociedad es necesaria y es una preocupación contemporánea por definición estructural: la sociedad actual es TIC por naturaleza, es la Sociedad de la Información y el Conocimiento. Si nos atenemos exclusivamente al nivel formal, la introducción de las tecnologías en el desarrollo dramático supone colocar al film en el ámbito de la ciencia-ficción. El magnífico lazo escenográfico se conjunta con una sobria fotografía en blanco y negro de Ellsworth Fredricks, un ágil montaje de Ferris Webster y una intrigante partitura de Jerry Goldsmith. Precisamente, Frankenheimer emplea de manera muy inteligente la banda sonora del film, concediendo a los silencios una funcionalidad dramática amplificadora de algunos escenarios, sin ir más lejos. El uso de los decorados y de la banda sonora son dos de los mayores aciertos de esta película y explicitan el esmero en la concepción y ejecución de la misma.


No cabe la menor duda, estamos ante un trabajo muy cuidado y estudiado. Un ejercicio de innegable fuerza dramática que alcanza a exponer su discurso político en un escenario de intriga, tensión y suspense potentes. Una declaración de principios que, aunque contenga un discurso final que podría haberse atemperado un tanto, se desenvuelve sin concesiones veleidosas en cuanto al patriotismo o al sentimentalismo romántico. Respecto a lo primero, sí es cierto que en un par de ocasiones se muestra el símbolo de la bandera de los EEUU como fondo de alocuciones o discursos de los seguidores de las reglas democráticas pero la evidente y obvia utilización del maniqueísmo que se colige de ello es, en ocasiones, necesaria para la exposición o transmisión de dudas, preocupaciones y/o reflexiones políticas, en definitiva para el planteamiento de un discurso ideológico en el que se toma partido. En cuanto al sentimentalismo, sólo cabe valorar el desarrollo de la inclusión de la madura ex-amante de uno de los protagonistas para constatar que la película evita con éxito caer en fáciles soluciones. Un gran acierto, otro más de las desplegados por Frankenheimer en esta película, es su capacidad para eludir resultados estereotipados y ello pese a bordear una línea complicada que suele resolverse con frecuencia en el cliché más formulario y resultón. Claro que esta propuesta se distancia de las cintas simplistas y superficiales ya que, lejos del estándar habitual del cine norteamericano, parece que se ha llevado con un mínimo de rigor  ya en su documentación y a la escena de la Benemérita me remito.

En suma, un brillante thriller político cimentado en un guión calculado y una contundente dirección, a la que quizá podríamos achacarle algún manierismo técnico pero que aún con esto no se le puede discutir su gran cantidad de aciertos. Como botón de muestra de ellos y a modo de glosario de la intensidad, la fuerza emotiva y dramática del film se pueden citar escenas como la de la manifestación con la que comienza la historia (rodada cámara en mano y confiriéndole, por ello, verismo documental), la construcción de la intriga que preside la primera parte del arco argumental, el desarrollo de la reunión de colaboradores del Presidente cuya tensión se agudiza con el paso del tiempo (transmitido con un magnífico proceso de edición), el alegato final escuchado casi íntegramente en "off" mientras se nos muestran las reacciones de los diferentes protagonistas y la vehemente confrontación entre Presidente y General, por no citar el mitin televisado de éste último. Momentos y razones suficientes para acercarse a este film que invita a la reflexión más actual. Sólo cabe preguntarse por la llegada de mesías o movimientos populistas en tiempos de crisis.



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6 comentarios:

  1. No la he visto... todavía.
    Tiene un gran reparto y un buen director.
    La veré.
    Saludos.

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  2. Espero que la disfrutes cuando la veas, la verdad es que están todos muy bien. Me alegra verte por aquí, saludos.

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  3. Frankenheimer es uno de mis directores de culto; su "YO VIGILO EL CAMINO" es una de las mejores películas que he visto en mi vida y vuelvo sobre ella siempre que puedo sin dejar de emocionarme.
    Cuando realiza "SIETE DÍAS DE MAYO" sin duda estaba en su mejor momento tras la muy interesante "MENSAJERO DEL MIEDO" (pero no olvides, Ca, que su última película es la impresionante "RONIN"). Bueno, en la que ahora nos ocupa, se interesó por otro tema inquietante y de ahí surgió este absorbente thriller político de tersa y penetrante puesta en escena. Salvo la pequeña concesión de la introducción en la trama de un innecesario personaje femenino (eso sí, se trata de una madura y bellísima Ava Gardner), todo en el film funciona con la precisión de un mecanismo de relojería... aplicado a una bomba.
    Un saludo.

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  4. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  5. Un film muy valiente en sus planteamientos y realizado con brío y elegancia. También me pareció destacable el uso muy inteligente de la profundidad de campo (sin llegar a los extremos de Orson Welles).

    Saludos.

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  6. Vaya, Teo...me alegra haber dado en el blanco. Sí, esta película demuestra el buen cine que era capaz de hacer Frankenheimer, en especial en aquellos años. A pesar de ser cierto tu comentario sobre la innecesaria presencia del personaje de Ava Gardner, prefiero quedarme con su funcionalidad como elemento que refuerza la honrada moral del personaje del Presidente Lyman y con la solución adulta y lejana de la comercialidad que se le da a la relación que mantiene con ambos protagonistas militares (su antiguo amante, el General Scott, y "Jiggs"). Es decir, un personaje potencialmente superfluo acaba añadiendo más valor aún a este consistente trabajo.
    Pues sí, Ricard, Frankenheimer emplea la profundidad de campo, recurso que casi, casi podemos considerar como "marca de la casa".
    Saludos a ambos.

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