17/2/13

El Cartero siempre llama dos veces


The Postman always rings twice, Tay Garnett, 1946, EEUU, Lana Turner, John Garfield, Cecil Kellaway.

Pocos meses después del lanzamiento de la bomba de Harry Cohn y la Columbia el estudio más "glamouroso" lanzaba la suya propia. Con un tono negro más acentuado, servido por el feroz material original del exitoso escritor James M. Cain, la MGM sortea la férrea censura para desarrollar una historia situada en los años inminentes a la Gran Depresión que catapulta a Lana Turner, una de sus estrellas y actriz ya consolidada como anhelo de muchos jovencitos de los EEUU, a los puestos altos de la deseabilidad (masculina) de los mayores. Es de suponer que este matiz compartido por ambas películas ha ejercido cierto influjo en su consolidación como punto de encuentro para los mitómanos y también ha determinado su perdurabilidad como clásicos cuyo visionado resulta indispensable pasando por encima de sus virtudes y defectos cinematográficos. Para el caso que nos ocupa huelga decir que los admiradores de la breve y brutal novela de Cain echamos en falta su crudeza rítmica y nos encontramos con una adaptación que, filtrada como está para contentar a los censores y acomodarla a la moral dominante, queda despojada respecto a su fuente de la pasional brutalidad y descarnado (encarnado) naturalismo, atributos que el novelista despliega con contundencia en su conciso relato de estilo desapegado, seco y directo. Todo un plato cocinado sin aditivos y que la Metro se encarga de edulcorar para servirlo bautizado por primera vez de manera homónima. Engalanado con vestidos blancos y una iluminación clara opuesta a los cánones del género negro el universo inhóspito, sórdido y opresivo que habitan los primarios protagónicos de la cruda y violenta historia original queda retratado de manera suave y tolerable para ser expuesto a la mayor parte del público posible. Es curioso como alejándose de la novela se consigue capturar la imantación sexual del personaje incorporado con acierto por Lana Turner y, asimismo, en ciertos momentos se alcanza a proyectar algo del naturalismo del libro. Sin duda, la atractiva y correcta actriz que se muestra muy sensual y la elección de su "partenaire", el rudo y animalesco John Garfield, el efecto de cuya presencia física concuerda con las actitudes del vagabundo Frank Chambers de la novela , son determinantes en el sentido apuntado.


El escenario sin esperanza retratado por Cain en su primera novela, un mundo de deseo sexual coronado por la seducción franca, el adulterio pasional y el asesinato salvaje que envuelven la áspera y asfixiante monotonía por la que transcurre la vida de sus pobladores es consustancial al género negro, de tal modo que en su translación al celuloide, sigue sin dificultad y con lógica sus coordenadas. La temática que desenvuelve de sexo y crimen y la fatalidad que parece dirigir la vida de los protagonistas encauzan el relato original hacia el corazón "noir". La propuesta de la MGM para narrar la historia de destino sin amor a la que está condenada la pareja protagonista no hace más que ahondar en los presupuestos del género al apoyarse en los recursos tan característicos en él de la voz en "off" y la analepsis. Estos elementos posibilitan y explican la entronización de la propuesta en el seno de este género. Una coronación que no resiste embates escrupulosamente artísticos. Es cierto que unos hallazgos notables como la misma presentación del personaje de Cora (curiosamente una mujer morena y castiza en el libro) con el travelling desde la perspectiva de él o el juego al que se presta el cartel de "Man Wanted" o el intento de transmitir la congoja que sobrevuela el ecosistema por el que transcurre la narración con un ritmo inusual para el cine comercial americano- y aquí parece inevitable hacer referencia a la adaptación que unos años antes realizara Viscontitransposición bastarda que integra el clima dramático a su realidad de manera notable- son aciertos que definen al film de Tay Garnett, realizador de trayectoria irregular según los entendidos, como correcto pero su pretendida excelencia obedece a otros aspectos. El material excepcional para el género del desencanto propuesto por James M. Cain, prosista que ha seguido adaptándose de manera directa o indirecta con regularidad (Ligeramente Escarlata (1956), Fuego en el Cuerpo (1981)), se personifica de manera disciplinada y aceptable en esta ocasión. El recibimiento acogedor por parte de la audiencia a anteriores aproximaciones cinematográficas- unas brillantesotras realmente eficaces aunque no muy fieles al trabajo escrito- al mundo de este escritor impulsó definitivamente la adaptación de su "ópera prima" por la MGM, dificultada desde mucho tiempo atrás por la poderosa censura del Código Hays (el estudio compró los derechos poco después de la publicación original del libro, mediados los años 30). Una vez sorteada esta barrera, la productora decide rodar esta historia que sigue el esquema erótico-sexual tantas veces repetido para retratar el cosmos sórdido y mísero del novelista quien, como ya hiciera en Perdición, recurre a las pólizas aseguradoras (si bien aquí de modo más tangencial) para construir un arco argumental en el que el sexo y el crimen, la pasión carnal y el asesinato desatan la acción. En el camino de este retrato se quedan muchas cualidades esenciales de la narración original pero se encuentran algunas otras que nos sirven para  reinterpretarlo en un medio que sigue códigos normativos distintos (el mismo Cain no supo encontrarle el truco a esto del cine, por ejemplo) dejando esta adaptación en la memoria de los aficionados al cine y guardando especial recuerdo de ella los seguidores del ciclo negro. Por ello, es otra parada ineludible en el itinerario de este género aunque no pase de ser un ejercicio correcto sin llegar a las cotas de Perdición, ésta sí indiscutible obra maestra que hasta trasciende los contornos negros.

La tercera versión del relato de mismo título, la primera que incluye como reclamo el nombre del escritor, cosechó buenas críticas que se extienden hasta la actualidad, fue acogida con agrado mayoritario por el público de la época, mantiene un estatus privilegiado en el cuerpo del cine negro y lanzó de manera definitiva a Lana Turner, intérprete que demuestra con la composición de su incitante a la concupiscencia Cora Smith que podía ser una buena actriz. Circunstancias que, como se ha escrito más arriba, la convierten en una necesaria y segura apuesta y más cuando se valoran los méritos que también atesora y se obvia la presencia de sus debilidades.

Las imágenes se han encontrado tras búsqueda en la Red con Google y se utilizan únicamente con fines de ilustración. Los derechos están reservados por sus creadores.

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