3/9/12

Iván, El Terrible


Иван Грозный, Sergei Eisenstein, 1944, URSS, Nikolai Tcherkassov, Lyudmila Tselikovskaya, Serafima Berman.

Es harto difícil, una vez terminado el visionado de la última película filmada por Eisenstein, que el espectador no se sienta apabullado y fascinado por el tremendo poderío visual alcanzado a lo largo de ella. Pocos films pueden siquiera emular el excepcional despliegue en la puesta en escena, culminado en esa considerable fuerza visual, del que hace gala el afamado realizador soviético en esta obra... pocos, muy pocos. La belleza formal de la propuesta trasciende cualquier otra consideración referida a la misma. Cierto es que la producción se desarrolló en plena II Guerra Mundial y su filmación se alargó hasta un período cercano a los tres años. Conocidos son los problemas que Eisenstein encontró con el régimen comandado por Stalin a la hora de estrenar la segunda parte de esta narración épica, hecho que advino cuando tanto el cineasta como el dirigente ya habían fallecido, allá por 1958 (una docena de años después de la finalización del rodaje); incidente que, lastimeramente, provocó que la prevista tercera parte nunca se pudiera llevar a cabo (según determinadas fuentes podrían existir algunas escenas que llegaron a rodarse). Las circunstancias del contexto político-histórico o la misma coyuntura personal y artística del cineasta con su prestigio recién recobrado en su país tras su anterior película (Alexander Nevsky, 1938) y la aparente conclusión de sus aventuras en el extranjero (Méjico y los EEUU), funcionaron como condicionantes en la gestación y elaboración de esta obra pero, por encima de ellas, queda un ejercicio cinematográfico de primer nivel (o más allá de éste).

Los postulados teóricos del director soviético, tratados con profusión en otros espacios formales y no tan formales, inciden sobre las posibilidades del montaje y, en esta abrumadora película en la que apenas se cuentan la decena de movimientos de cámara, este elemento es esencial en el devenir de la misma. Pero,  además, en Iván, El Terrible se muestran las influencias que Eisenstein capitaliza de manera brillante (el teatro japonés, la ópera, la pintura) hasta conseguir que su película sea una síntesis artística completa y se eleve por encima del propio medio. Aunque el autor abandona su habitual discurso proletario desplegado en el cine mudo, las dos partes de esta singular visión sobre el artífice de la unificación rusa en la baja Edad Media, denotan una especie de retrospección formal hacia el silente, expresada en las interpretaciones y en la ausencia de elementos sonoros diegéticos, particularidad que confiere un efecto singular muy expresivo a los movimientos de los actores, amplificándose así el significado y alcanzando la transmisión de la emoción del personaje. Por supuesto es imposible no mencionar la colaboración de Sergei Prokofiev que compone una celebrada partitura que relaciona la música con la imagen aunque sin fundirse, más bien es utilizada por Eisenstein de una manera aditiva, en la que cada arte (cine y música) guarda su espacio delimitado en el conjunto de la película. El poderío visual del filme se cimienta con un expresionismo magnificado por varios elementos, entre ellos, la utilización del blanco y negro sobre el que las sombras estudiadas protagonizan una función significativa y dramática (cabe decir que los últimos minutos de película están rodados en (bi)color sobre cuyo uso había comenzado a teorizar y experimentar Eisenstein), el posicionamiento de la cámara en ángulos forzados, la abundancia de primeros planos, la actuación de los intérpretes incidiendo en las miradas, declamaciones y movimientos que realizan y, por último, el imaginario desplegado a nivel simbólico e iconográfico. El subyugador barroquismo visual expuesto por Eisenstein que se despliega con suma atención al mínimo detalle y meditadas composiciones confiere inigualable belleza formal a este drama de intrigas palaciegas. Una propuesta de un realizador asociado al montaje que aquí se acerca más al modelo narrativo, sin dejar olvidada la relevancia de este elemento, siempre presente por la ausencia de movimientos de cámara (en determinados momentos como el de la coronación inicial, el montaje de atracciones se pone en liza), que deviene en una de las manifestaciones de la cultura rusa más importantes y se constata como obra capital dentro de la cinematografía mundial. La estilización extrema con la que se desenvuelve Iván, El Terrible, provoca que quede grabada en la memoria del cinéfilo pero otros aspectos también la hacen perdurable, desde la interpretación deudora del cine mudo, del kabuki japonés y coreografiada como un ballet hasta la experimentación final con el rojo y el amarillo, sin obviar la concepción de la edición, los detalles a los que se presta atención extrema y los primeros planos utilizados (reminiscencias de Dreyer y su Juana de Arco), la representación de una zarina mariana que sirve de ejemplo de la constante presencia de la religión en el relato, la magnífica dirección artística (fastuoso vestuario, "desnudos" y secos decorados) o la creación de un ambiente palaciego opresivo y claustrofóbico dominado por traiciones y maquinaciones, en definitiva, la combinación de los componentes del medio cinematográfico que lleva a cabo Eisenstein, provocan que podamos disfrutar de una película incontestable e imprescindible, eso sí, muy alejada de los cánones de inmediatez del cine contemporáneo, acordes, por otra parte, con la necesidad urgente de instantaneidad de la sociedad actual.



Nota: Se ha optado por incluir las dos partes filmadas, Iván, El Terrible e Iván, El Terrible: La Conjura de los Boyardos en la misma reseña por considerar que forman parte del mismo proyecto si atendemos al punto de vista cronológico, por supuesto, pero también al ideológico-artístico y formal, aunque presente cierto viraje hacia la paranoia y la obsesión la segunda película; probablemente esta peculiaridad generó el cambio de postura en el régimen soviético de mediados de los cuarenta que pasó de ensalzar, elogiar y premiar a Eisenstein por la primera a prohibir la segunda.




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