I Walked with a Zombie, Jacques Tourneur, 1943, EEUU, James Ellison, Frances Dee, Tom Conway.
El ciclo que sobre el horror (por seguir la nomenclatura anglosajona) el productor Val Lewton inauguró dentro de la RKO con La Mujer Pantera un año antes de esta película continúa con esta propuesta que ahonda en las características formales ya expresadas con rotundidad en la obra citada y que generan la creación de una atmósfera inquietante por la que transpira un terror sutil. De absoluta vigencia hoy día, como así lo demuestra la constante presencia de ciertos elementos puestos en liza por el equipo de Lewton en las actuales producciones de terror (solo hay que recordar el paseo entre las plantaciones de azúcar de este film o la persecución, también de noche, en La Mujer Pantera), los presupuestos estilísticos del productor ayudaron a redefinir el género pues esta serie de películas, de entre las cuales la que nos ocupa es la segunda, supone otra forma de acercarse al género en la que el miedo o, cuando menos, el estado anímico de inquietud buscado en el espectador, se forma a partir de lo sugerido. La presencia constante de una amenaza en estado latente se construye, desde el punto de vista formal, con un magistral empleo de la iluminación y un exquisito sentido en el uso de la banda sonora (incluyendo sus silencios), elementos ambos que dotan al fuera de campo de una preeminencia capital en el resultado final. Pero además, el aspecto visual se adereza con una riqueza temática (las connotaciones sexuales de la primera entrega, aquí las referencias a la esclavitud sobre las que volveremos) que se sitúan de manera continuada en el territorio entre la realidad y la irrealidad, guardando un difícil equilibrio entre esta dualidad polar y, moviéndose, por tanto, siempre dentro del campo de juego de la ambigüedad. Un terreno amplio y complejo en el que los contrarios se nivelan en la percepción del espectador y ciencia-superstición (o acaso ciencia de cultura no occidental) o medicina-magia (o puede que medicina de una cultura diferente a la nuestra) o lo terrenal y lo sobrenatural actúan como pares unidos que el público no puede desligar para tomar posicionamiento hacia uno de sus elementos. Por ello, el efecto generado adquiere una tonalidad mágica, constatándose algo fantástico que subyace en la historia. Extraña sensación experimentada por el espectador que lo cubre de inquietud al plantearse la existencia de un poder taumatúrgico, reflexión que en el caso de una persona educada en la sociedad occidental no puede sino causar cierta zozobra.
Buena parte de responsabilidad en esta especie de resquebrajamiento en las creencias positivistas viene originado por la respetuosa exposición que de los rituales vudú se hace en la narración (que, por tanto, aumenta la plausibilidad de sus consecuencias) y en la posibilidad insinuada (o al menos potencialmente interpretable) sobre la maldición que recae en la familia terrateniente por la injerencia de uno de sus miembros en esas ceremonias. El tratamiento considerado hacia una religión distinta de la cristiana se completa con una singular deferencia respecto a los personajes negros, presentados y desarrollados con respeto y huyendo del estereotipo en boga en los años de realización del filme (y aún en la actualidad perduran vestigios de las caracterizaciones de negro gracioso).Y esto en unos tiempos en los que las leyes Jim Crow dominaban la vida social en el sur de los EUA, perpetuando jurídicamente la segregación racial sufrida por los negros. La película incrementa su abundancia de aspectos interesantes con las alusiones antes mencionadas en torno a la esclavitud y su miseria (el nacimiento de los niños se recibe con sollozos) y por mostrar el sistema de clases racial imperante en la isla. Curiosamente, la película que se muestra muy progresista en este sentido, no ofrece la misma cara en cuanto al adulterio o a la concepción de la unidad familiar.
Las condiciones impuestas por el estudio a la unidad comandada por Lewton, entre las cuales podemos citar las limitaciones presupuestarias (con las consecuencias de la reutilización de decorados de otros filmes de la RKO o la contratación de actores no demasiado conocidos, por ejemplo) y de duración de las películas (poco más de una hora), no fueron óbice para elaborar unas producciones con una riqueza visual y temática profundas por parte del productor y su equipo. Es más, puede que, incluso, aquellas restricciones se convirtieran en oportunidades al otorgar su cumplimiento de total libertad al productor para poner en práctica su manera de entender el género, una interpretación que se complementaría, particularmente, con la del director Jacques Tourneur en el principio del ciclo. La concepción del terror de ambas personalidades pivota sobre la sugerencia, recurso acaso utilizado por las constricciones económicas, elemento que encuentra su expresión en una iluminación de tono bajo. Las relaciones con otro de los géneros que mejor se desenvuelve en la ambigüedad, el "noir", se hace evidente con este contraste lumínico entre zonas claras y oscuras y con otro aspecto común a las ficciones de Lewton: el determinismo al que se ven abocados los personajes, víctimas de maldiciones ineludibles originadas en forma de leyendas medievales o de encantamientos mágico-religiosos. El cine destilado por Lewton (y Tourneur) en este período está emparentado con el cine negro el cual comenzaba a disfrutar de su época clásica por estas fechas.
Si bien es cierto, como se ha apuntado, que en Yo anduve con un Zombi se siguen las constantes estético-formales incorporadas en La Mujer Pantera, se abandona el entorno urbano en que se desarrolla esta para situar la acción en un ambiente exótico pero que, sin embargo, no deja de enfrentar a los protagonistas (y, por ende, a los espectadores) con la realidad de sus propias pulsiones. En este sentido, la amenaza puede provenir del mismo ser humano y no de monstruos licántropos o vampiros, aberraciones que hasta ahora poblaban el género. Llegados a este punto hay que hacer una apreciación sobre el zombi planteado en esta película ya que su caracterización se aleja de la concepción que tiene el público contemporáneo y que fue popularizada por George A. Romero en La Noche de los Muertos Vivientes en 1968. Aquí, un zombi es un muerto en vida que se desenvuelve en estado perpetuo de sonambulismo, alguien carente de voluntad propia más próximo al Cesare de El Gabinete del Doctor Caligari que a los personajes de la cinta de Romero y todos sus herederos comedores de carne humana. En este sentido, el filme que nos ocupa maneja el concepto por el que se entendía al zombi en su época de realización y que ya se había explicitado en la considerada primera película del subgénero zombi una década antes, la producción de la Universal White Zombie, y que no dejaba de ser un paso lógico en la búsqueda de nuevos engendros que hicieran perdurar el éxito de los monstruos clásicos de este estudio, los cuales, dicho sea de paso, estaban siendo sobreexplotados como cualquier franquicia. Trabajos sobre la exótica y misteriosa religión vudú como el del peculiar William Seabrook a finales de los años veinte originaron material terrorífico con el que intentar crear unas nuevas criaturas para asustar y entretener al público de la Depresión. E, incluso años más tarde, ya hacia finales de la década de los cuarenta, la transgresora Maya Deren acudió en varios ocasiones a Haití para la investigación y filmación sobre las prácticas y rituales vudú. Es evidente que el vudú ha seguido ostentando cierto predicamento en el medio cinematográfico y en el género del terror y/o en el fantástico, apego ejemplificado en La Serpiente y el Arco Iris, película firmada por uno de los directores actuales más reconocidos dentro del género, Wes Craven.
La traslación que de la novela gótica llevan a término Lewton y Tourneur, sustituyendo el castillo o mansión por la hacienda colonial, mantiene el tono romántico inherente a este tipo de literatura, así como también está presente la opresión que por las convenciones sociales sufren los personajes y que hará que estos vivan dominados por una tensión latente pero permanente a lo largo del relato. El tono pesaroso de la atmósfera que domina la narración ya es introducido de manera directa mediante la irrupción del terrateniente encarnado por Tom Conway en el inicio del filme, generándose así un estado de tensión expectante en el espectador ya desde ese instante. Estado anímico que se acerca a la máxima inquietud en dos momentos inolvidables, a saber, el primer encuentro en la torre entre paciente y enfermera y el paseo nocturno a través de los senderos de la plantación de azúcar coronado con el primer plano del personaje incorporado por Darby Jones, una imagen, sin duda, indeleble e impactante y por la que muchos recuerdan esta producción. Considerados estos picos que ejemplarizan la maestría en el empleo de los recursos del medio cinematográfico, no cabe más que constatar que Yo anduve con un Zombi completa la propuesta de Lewton por acercarse al terror de manera más sutil, apoyándose en la creación de una atmósfera inquietante para cuya construcción se hace hincapié en los elementos citados: iluminación de fuerte contraste (en esta ocasión el operador es J. Roy Hunt), banda sonora entendida en sentido holístico, es decir, partitura (aquí firmada por Roy Webb), efectos de sonido y silencios; conferir al fuera de campo máxima expresión dramática y situar y mantener al público en la línea fronteriza entre lo terrenal y lo sobrenatural, lo real y lo fantástico. Película que, a pesar de su aparente sencillez y de su economía, dispone de una rica y copiosa textura formal y temática y que debe ser paso obligado para comprender la evolución de uno de los géneros que más éxito ha tenido y tiene entre los aficionados al cine. Un filme imperecedero como atestiguan las marcas que ha dejado en el camino de las películas de miedo y, que aún hoy día, continúan alumbrando el sendero por el que transitan muchas de estas pero, eso sí, dejando en la más completa oscuridad todo lo que acaece alrededor de la senda abierta.
Reseña en este blog de la película inaugural del ciclo de horror de Val Lewton en la RKO:
http://imprescinedible.blogspot.com.es/2012/03/la-mujer-pantera.html
Las imágenes y/o vídeos se han encontrado en la red tras búsqueda con Google y se utilizan simplemente con fines de ilustración. Los derechos están reservados por sus creadores.
http://imprescinedible.blogspot.com.es/2012/03/la-mujer-pantera.html
Las imágenes y/o vídeos se han encontrado en la red tras búsqueda con Google y se utilizan simplemente con fines de ilustración. Los derechos están reservados por sus creadores.
Extraordinaria película.
ResponderEliminarCon esa atmósfera onírica y fantasmagórica que tan buenos resultados le dio a Tourneur en la obra maestra "Cat People".
Serie B, con Mayúsculas.
Un saludo
Esta es, creo, tras “LA MUJER PANTERA”, la segunda colaboración del productor Val Lewton con Jacques Tourneur. Similar a su antecesora en temática y atmósfera, iguala si no supera a aquella en la creación de un universo extraño, enfermizo y espectral. Poesía que estremece, momentos que paralizan al espectador, a través de una expresionista utilización de la luz y las sombras, de una sabia manipulación de los escasos elementos que conforman una inspirada, bellísima, "onírica" puesta en escena.
ResponderEliminarUn saludo.
Coincidimos, pues, en destacar como punto clave de esta película la atmósfera creada a través del uso de mínimos recursos. A mi, personalmente, me parece superior a la película - que ambos citáis, La Mujer Pantera- que comenzó el ciclo de Lewton en la RKO. Saludos a ambos.
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