The Palm Beach Story, Preston Sturges, 1942, EEUU, Claudette Colbert, Joel McCrea, Rudy Vallée.
Unos originales, reconocidos y comentados títulos de crédito que se desarrollan al son de una revisión de una ópera de Rossini dan inicio a esta comedia alumbrada por Preston Sturges, uno de los realizadores más singulares que ha dado Hollywood, un director que en apenas un lustro -desde 1940 a 1944- concibió una serie de películas que atacaban los cimientos de la sociedad estadounidense y que supo crear, sin duda, un estilo particular aunque se moviera en plena época del sistema de estudios. El control creativo del que disfrutó -al menos hasta este filme-, originado por el enorme prestigio cimentado en la década de los 30 por su labor como guionista, le permitió desarrollar una lista de comedias en el quinquenio mencionado que lo catapultan a la condición de clásico del género y ello pese a que su obra deja un tanto dislocado al espectador.
Aunque su estatus la sitúe por debajo de Los Viajes de Sullivan, la producción inmediatamente anterior de Sturges, Un Marido Rico pasa por desarrollar muchos de los elementos presentes en el Libro de Estilo del director y guionista y es, por tanto, una buena opción para adentrarse en el universo del mismo: la sátira hacia la cultura de su país, el ritmo desenfrenado o la aparición de excéntricos personajes son marca de fábrica, entre otros aspectos, del cine peculiar de este hombre también curioso (un rápido vistazo a su biografía nos desvela, entre otras particularidades, sus pinitos como inventor y/o el transcurso de su adolescencia a caballo entre Europa y los EUA rodeado de las amistades de su bohemia madre). La maestría en presentar y poner en evidencia totems de la sociedad estadounidense como el matrimonio o en retratar el papel que juega el sexo en la misma queda patente en los primeros minutos de este filme. Y es que Sturges poseía una rara habilidad para exponer temas importantes de manera sutil, cualidad que le permitía, asimismo, hilvanar historias eludiendo el largo tentáculo de los censores. En esta ocasión, la narración ofrece una mirada cáustica, quizá basada en la experiencia propia del realizador, sobre el matrimonio (es clarificador a este respecto el título que pretendía poner Sturges a la película, "Is Marriage necessary?") pero también respecto a la búsqueda del dinero como base de la obtención de la felicidad y a la utilización del sexo como motor de intercambio para conseguir ese confort material, en definitiva, la película pone sobre el tapete el poder del parné y de la carne; asuntos de capital importancia que se desenvuelven bajo la apariencia de una alocada comedia.
La subversión que Sturges ejecutara en Las Tres Noches de Eva respecto a la inversión de los roles de género de la sociedad patriarcal sigue produciéndose en Un Marido Rico y otra nota característica de su idiosincrasia como es el retrato que ofrece de las clases altas, las cuales son presentadas como gente ociosa y frívola alejada de la realidad, también está presente en esta historia. Sobre este particular quizás se pueda rastrear cierto elemento autoparódico ya que el propio Sturges pertenecía a una familia acomodada y podía saber de primera mano los usos y costumbres de tipos como John D. Hackensaker III, el millonario que encarna de manera magnífica, descubriendo su vis cómica, el primer crooner oficial, Rudy Valée. También aparece en esta película el sentido homenaje que suele incorporar Sturges al mudo introduciendo dosis de slapstick, además de otro elemento muy característico del director como es la creación de personajes estrambóticos que en ocasiones resultan, incluso, excesivos al igual que ciertas situaciones absurdas desarrolladas con ellos que pueden derivar en envejecidas y forzadas. No podemos dejar de mencionar la fidelidad que este realizador predicaba respecto a un grupo de actores a los que solía emplear en sus películas entre los que se cuentan William Demarest, Franklin Pangborn y Esther Howard y que aquí también aparecen como no podía ser de otra manera.
Un Marido Rico puede verse como muestra representativa de la obra de Sturges, un cineasta al que cualquier aficionado al cine que se precie debe acercarse alguna vez y eso teniendo presente que las películas que concibió, especialmente en aquel período de hiperactividad, es recomendable visionarlas más de una vez para poder apreciarlas, dando cuenta este detalle de la originalidad y el ingenio de sus propuestas que, por otra parte, hacen tambalearse los pilares básicos sobre los que se sustenta la sociedad norteamericana.
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