Odd Man Out, Carol Reed, 1947, GB, James Mason, Robert Newton, Cyril Cusack.
Filme que goza de gran predicamento entre el cinéfilo de pro, Larga es la Noche supone una premonición de una de las grandes películas de todos los tiempos pues en él están presentes muchos de los elementos que se dan cita en esa obra cumbre que es El Tercer Hombre, rodada un par de años más tarde por el mismo director, un cineasta, Carol Reed, que ya atesoraba una trayectoria considerable pero cuya eclosión se produce con esta historia muy apropiada para las fiestas que estamos celebrando. Desde luego que su programación en cualquier canal de televisión podría ser original, se saldría de los acostumbrados clásicos navideños y estaría en clara sintonía con el ambiente que se respira estos días. Y es que Larga es la Noche es un canto de amor cristiano bien entendido explicitado en dos puntas de lanza, a saber: la citación de la primera carta paulina a los Corintios que es el discurso que pronuncia en plena caída del caballo el protagonista y la presencia de un personaje que se mueve exclusivamente por amor, la novia del héroe. Es ésta la única que no busca rédito alguno de su encuentro con él y la que no tiene miedo a las repercusiones que su relación pueda suponer. El resto persigue recompensas materiales, artísticas o morales, incluso el cura de la función pretende purificar el alma del fugitivo antes de entregarlo a las autoridades. Es la chica la que movida por amor intenta salvar a su compañero del destino al que está abocado. Un hado que, por otro lado, dirige la narración entroncándola así con el cine negro y su fatalismo.
Pero, volviendo al subtexto cristiano de la película cabe decir que éste desplaza por completo a un posible estudio del conflicto armado protagonizado por una "organización" radicada en Irlanda. El análisis de las causas, desarrollo y estado de la situación sociopolítica queda relegado y no es el fin de la propuesta como bien se manifiesta ya a las primeras de cambio con ese título introductorio, un preámbulo escrito que nos avisa que esto va a ir sobre los sentimientos de las personas. Nos quedamos con la localización geográfica (una ciudad al norte de Irlanda) y una organización ilegal de la que no se expresa nombre, suficiente para hacernos una idea de quien se está hablando y punto de apoyo para construir un discurso de tono neutro respecto al enfrentamiento, aunque sí parece condenarse el uso de la violencia con el rechazo que de ésta hace el protagonista al principio de la aventura. Sin embargo, no es la radiografía sociopolítica el fin del trabajo de Reed, que también ejerce labores de productor, más bien este se centra en crear un desasosiego y una desorientación en la audiencia a través de la puesta en escena ,de una atmósfera y un ambiente turbios y extraños que dominan la narración, subrayados con la correcta partitura de William Alwyn. Su mismo desarrollo lo demuestra ya que iniciado el relato como un clásico ejercicio de cine negro con la comisión de un acto criminal pasa a avanzar de manera diferente y singular en un giro argumental que sitúa su centro de acción en las relaciones que establece el baile de personajes que se presentan con el protagónico interpretado por James Mason (ver en versión original, por favor) y las variadas reacciones que se generan como consecuencia de dichas interacciones. El libreto del prestigioso R.C. Sherriff, y tampoco el mismo progreso de los hechos, no busca despertar simpatías por el fugitivo, nunca su demonización, de la tensión y suspense que se desprende de la caza de un hombre se nos desliza hacia una alegoría metafísica, sin hacer referencia a aspectos políticos. La odisea vivida por el hombre que huye se desenvuelve de modo cuasi existencial dejando de lado la intriga inicial para abrir paso a una obra posiblemente árida pero a la que vale la pena acercarse, una película diferente, quizá un poco larga pero interesante. Una atracción fundamentada en la capacidad de Reed y su director de fotografía, Robert Krasker, para concebir atmósfera con la imagen en un claro signo anticipatorio de la magna peripecia vivida por el escritor norteamericano de noveluchas del Oeste por las calles de la vieja Viena. Si la ciudad europea era allí parte del escenario, en esta ocasión es la ciudad irlandesa de Belfast la que se funde como decorado real, de nuevo la sabia utilización de los callejones, plazas, refugios anti-aéreos y demás elementos de la urbe refulge como mérito indiscutible de la obra y todos retratan la ruina moral de sus habitantes. No es la única simbología ya que las rejas que sirven de fondo a la conclusión lógica y poderosa de la narración (y aún más sorprendente resulta la de la novela original de F. L. Green) guardan reminiscencias negras.
La negrura se completa con el envoltorio visual y el fatalismo reflejado en el reloj de la torre a cuyos pies finaliza el relato que parece decir que ha llegado la hora para el desamparado protagonista. De la procesión de personajes que desfilan a su alrededor únicamente la debutante Kathleen Ryan ofrece la posibilidad de verdadera redención al héroe, aproximándose a él con verdadero amor. Los otros constituyen un rosario de personalidades cuyos vínculos con el protagonista vertebran la historia, la cual adquiere un tinte de delirio con la introducción de una terna de sujetos excéntricos (un vagabundo oportunista, un pintor alcohólico y un cirujano desheredado de la profesión) que acaban por dotarla de un aura de surrealismo y transfiriendo al espectador la sensación de inestabilidad sufrida por el huido.
La película que da inicio a la trilogía por la que es recordado Carol Reed, con la que se alzó con el BAFTA al Mejor Film y que supuso su reconocimiento internacional justo antes de rodar su díptico con Graham Greene, la obra de "naturalismo surrealista" que anuncia, con sus ángulos quebrados y encuadres desequilibrados, con su iluminación y por su explotación del decorado de una gran ciudad como parte simbiótica en el relato, un film extraordinario como es El Tercer Hombre y que, por el camino se permite hallazgos visuales como el de las burbujas de cerveza derramada, la historia de un hombre al que su destino alcanza sin posibilidad de escapatoria alguna y sin conocer en su agonía la verdadera caridad y amor cristianos, puede ser, pese a su ritmo lento y potenciales efectos desorientadores en algunos, una buena elección en cualquier momento del año pero qué mejores fechas para conocerla o rememorarla que estas.
Las imágenes se han encontrado en la Red tras búsqueda con Google y se utilizan únicamente con fines de ilustración. Los derechos pertenecen a los creadores.
Pero, volviendo al subtexto cristiano de la película cabe decir que éste desplaza por completo a un posible estudio del conflicto armado protagonizado por una "organización" radicada en Irlanda. El análisis de las causas, desarrollo y estado de la situación sociopolítica queda relegado y no es el fin de la propuesta como bien se manifiesta ya a las primeras de cambio con ese título introductorio, un preámbulo escrito que nos avisa que esto va a ir sobre los sentimientos de las personas. Nos quedamos con la localización geográfica (una ciudad al norte de Irlanda) y una organización ilegal de la que no se expresa nombre, suficiente para hacernos una idea de quien se está hablando y punto de apoyo para construir un discurso de tono neutro respecto al enfrentamiento, aunque sí parece condenarse el uso de la violencia con el rechazo que de ésta hace el protagonista al principio de la aventura. Sin embargo, no es la radiografía sociopolítica el fin del trabajo de Reed, que también ejerce labores de productor, más bien este se centra en crear un desasosiego y una desorientación en la audiencia a través de la puesta en escena ,de una atmósfera y un ambiente turbios y extraños que dominan la narración, subrayados con la correcta partitura de William Alwyn. Su mismo desarrollo lo demuestra ya que iniciado el relato como un clásico ejercicio de cine negro con la comisión de un acto criminal pasa a avanzar de manera diferente y singular en un giro argumental que sitúa su centro de acción en las relaciones que establece el baile de personajes que se presentan con el protagónico interpretado por James Mason (ver en versión original, por favor) y las variadas reacciones que se generan como consecuencia de dichas interacciones. El libreto del prestigioso R.C. Sherriff, y tampoco el mismo progreso de los hechos, no busca despertar simpatías por el fugitivo, nunca su demonización, de la tensión y suspense que se desprende de la caza de un hombre se nos desliza hacia una alegoría metafísica, sin hacer referencia a aspectos políticos. La odisea vivida por el hombre que huye se desenvuelve de modo cuasi existencial dejando de lado la intriga inicial para abrir paso a una obra posiblemente árida pero a la que vale la pena acercarse, una película diferente, quizá un poco larga pero interesante. Una atracción fundamentada en la capacidad de Reed y su director de fotografía, Robert Krasker, para concebir atmósfera con la imagen en un claro signo anticipatorio de la magna peripecia vivida por el escritor norteamericano de noveluchas del Oeste por las calles de la vieja Viena. Si la ciudad europea era allí parte del escenario, en esta ocasión es la ciudad irlandesa de Belfast la que se funde como decorado real, de nuevo la sabia utilización de los callejones, plazas, refugios anti-aéreos y demás elementos de la urbe refulge como mérito indiscutible de la obra y todos retratan la ruina moral de sus habitantes. No es la única simbología ya que las rejas que sirven de fondo a la conclusión lógica y poderosa de la narración (y aún más sorprendente resulta la de la novela original de F. L. Green) guardan reminiscencias negras.
La negrura se completa con el envoltorio visual y el fatalismo reflejado en el reloj de la torre a cuyos pies finaliza el relato que parece decir que ha llegado la hora para el desamparado protagonista. De la procesión de personajes que desfilan a su alrededor únicamente la debutante Kathleen Ryan ofrece la posibilidad de verdadera redención al héroe, aproximándose a él con verdadero amor. Los otros constituyen un rosario de personalidades cuyos vínculos con el protagonista vertebran la historia, la cual adquiere un tinte de delirio con la introducción de una terna de sujetos excéntricos (un vagabundo oportunista, un pintor alcohólico y un cirujano desheredado de la profesión) que acaban por dotarla de un aura de surrealismo y transfiriendo al espectador la sensación de inestabilidad sufrida por el huido.
La película que da inicio a la trilogía por la que es recordado Carol Reed, con la que se alzó con el BAFTA al Mejor Film y que supuso su reconocimiento internacional justo antes de rodar su díptico con Graham Greene, la obra de "naturalismo surrealista" que anuncia, con sus ángulos quebrados y encuadres desequilibrados, con su iluminación y por su explotación del decorado de una gran ciudad como parte simbiótica en el relato, un film extraordinario como es El Tercer Hombre y que, por el camino se permite hallazgos visuales como el de las burbujas de cerveza derramada, la historia de un hombre al que su destino alcanza sin posibilidad de escapatoria alguna y sin conocer en su agonía la verdadera caridad y amor cristianos, puede ser, pese a su ritmo lento y potenciales efectos desorientadores en algunos, una buena elección en cualquier momento del año pero qué mejores fechas para conocerla o rememorarla que estas.
Las imágenes se han encontrado en la Red tras búsqueda con Google y se utilizan únicamente con fines de ilustración. Los derechos pertenecen a los creadores.
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