Arsenic and Old Lace, Frank Capra, 1944, EEUU, Cary Grant, Priscilla Lane, Raymond Massey.
Rodada a finales de 1941 pero estrenada tres años más tarde por aquello de incluir una cláusula en los derechos de adaptación de la exitosa obra de teatro homónima de Joseph Kesselring por la que la Warner se obligaba a exhibir el filme una vez concluyeran las representaciones de aquella en Broadway, Arsenico por Compasión se aleja de los trabajos habituales por aquellos años de su realizador, Frank Capra. Circunstancia que dada la polémica que envuelve la filmografía de este director, será bien recibida por algunos y no tanto por otros muchos. El cineasta de origen italiano, quizá el que mejor supo conectar con el público norteamericano de la Gran Depresión y plasmar en la gran pantalla el ideario de los ciudadanos estadounidenses, especialmente en su Trilogía Americana producida entre 1936 y 1941 ( El Secreto de Vivir, Caballero sin Espada y Juan Nadie) a la que podría añadirse el clásico ¡Qué Bello es Vivir! un lustro después, dirige en esta ocasión una comedia sin pretensiones moralistas antes de comenzar su serie de documentales militares sobre la II Guerra Mundial producidos para el Departamento de Guerra de EEUU. Así pues, Arsénico por Compasión se sitúa como producto de escapismo sobre el que este director no vuelca su ideología o su visión social. Aquí, se limita a trasladar el material original con la ayuda del libreto de los hermanos Epstein, alcanzando, eso sí, otro gran éxito entre la audiencia y cosechando mayoritarias buenas críticas, aspectos ambos que siguen produciéndose a día de hoy puesto que esta comedia goza de buena reputación manteniendo su vigencia. Claro que siempre hay excepciones.
Desde luego, nos encontramos ante otro tipo de fábula diferente a la social, una saeta de humor negro de evidente teatralidad, algo edulcorada por el Código Hays y en la que destaca, y esto es algo que sus críticos le achacan, la hipérbole. Esta exageración es notoria y se ejemplifica en la actuación de Cary Grant, brillante por momentos, desmelenado a instancias de su director en otros. La grandilocuencia quizá esté buscada para enfatizar el absurdo de la situación y amplificar la vis cómica de la función. Esto pudiera ser verificado por las interpretaciones de todos los miembros del reparto (los pasos a "saltitos" de la espléndida Josephine Hull, el marcado encorvamiento de Peter Lorre) aunque bien es cierto que Grant lleva el peso central de la acción. Unos magníficos actores y actrices que hacen creíble la disparatada premisa principal que no se mencionará porque todo el mundo tiene derecho a sus pequeños "secretillos" y más las dos bondadosas, caritativas y adorables ancianas que ejercen otro rol fundamental para el arco argumental del relato. No obstante, la mencionada Hull, su compañera Jean Adair y John Alexander, liberados momentáneamente de sus actuaciones en Broadway, retoman sus papeles con nota y Raymond Massey ocupa con brillantez el lugar del mismísimo Boris Karloff, quien representaba al díscolo hermano del protagonista en las tablas y que genera la broma metacinematográfica más reconocible de las que pueblan la obra. Con este elenco rematado con Edward Everett Horton, una eficaz fotografía del reputado Sol Polito, una partitura de Max Steiner que se integra a la perfección en la historia acentuando determinados giros/parodias de género en la misma y un guión que encuentra algunos diálogos verdaderamente ingeniosos, Frank Capra juega con buenas bazas para lograr una comedia entretenida pese a su duración (en torno a las dos horas). Si bien es cierto que se queda en eso, una buena comedia con la que divertirse. Y eso que se la considera como una de las grandes comedias clásicas americanas. Capra intenta demadrarse pero carece del ímpetu de Hawks, por ejemplo, y el ritmo que imprime en la acción queda algo exánime, el conato de frenesí queda amortiguado en ocasiones por el origen teatral del material y algunas situaciones resultan forzadas cuando no envejecidas. Para narrar la extravagante peripecia del protagonista que descubre los hobbies de sus dos queridas tías Capra no persigue la subversión, cualidad que agrandaría la mordacidad de la propuesta, o la irreverencia, algo que la dotaría de mayor profundidad. Más bien, Capra se limita a transponer la fuente a códigos cinematográficos. Su dirección es funcional aunque se permita algún atrevimiento formal habilidoso en su carácter aplicado y correcto.
Bueno, está bien, a pesar de lo antedicho y pese a que la proposición que nos hace el director, representante para muchos de los buenos sentimientos y de la ilusión, aquí no parece tan íntima como en otras ocasiones, incluso la podemos posicionar alejada de su idiosincrasia, el particular surrealismo de la historia, incrementado por las acertadas sobreactuaciones ( Tourneur rizaría el rizo con este mismo elemento años más tarde), así como las divertidas situaciones que se plantean en determinados momentos y algunos diálogos ocurrentes nos dejan una película con la que disfrutar y reír, ¡claro que sí!. El controvertido Capra no nos da su habitual baño de optimismo (algunos lo pueden añorar) pero tampoco nos muestra su cara sentimental (otros lo agradecerán) y consigue hacernos pasar un buen rato apoyándose en un capaz equipo de colaboradores para adaptar una obra que nos proporciona una receta muy jugosa para salir del paso entre cuyos ingredientes se incluye una pizca de arsénico, otra de estricnina y otro poco de cianuro a añadir al buen humor. ¡A su salud!
Las imágenes se han encontrado tras búsqueda con Google y se utilizan únicamente con fines de ilustración. Los derechos están reservados por sus creadores.
Desde luego, nos encontramos ante otro tipo de fábula diferente a la social, una saeta de humor negro de evidente teatralidad, algo edulcorada por el Código Hays y en la que destaca, y esto es algo que sus críticos le achacan, la hipérbole. Esta exageración es notoria y se ejemplifica en la actuación de Cary Grant, brillante por momentos, desmelenado a instancias de su director en otros. La grandilocuencia quizá esté buscada para enfatizar el absurdo de la situación y amplificar la vis cómica de la función. Esto pudiera ser verificado por las interpretaciones de todos los miembros del reparto (los pasos a "saltitos" de la espléndida Josephine Hull, el marcado encorvamiento de Peter Lorre) aunque bien es cierto que Grant lleva el peso central de la acción. Unos magníficos actores y actrices que hacen creíble la disparatada premisa principal que no se mencionará porque todo el mundo tiene derecho a sus pequeños "secretillos" y más las dos bondadosas, caritativas y adorables ancianas que ejercen otro rol fundamental para el arco argumental del relato. No obstante, la mencionada Hull, su compañera Jean Adair y John Alexander, liberados momentáneamente de sus actuaciones en Broadway, retoman sus papeles con nota y Raymond Massey ocupa con brillantez el lugar del mismísimo Boris Karloff, quien representaba al díscolo hermano del protagonista en las tablas y que genera la broma metacinematográfica más reconocible de las que pueblan la obra. Con este elenco rematado con Edward Everett Horton, una eficaz fotografía del reputado Sol Polito, una partitura de Max Steiner que se integra a la perfección en la historia acentuando determinados giros/parodias de género en la misma y un guión que encuentra algunos diálogos verdaderamente ingeniosos, Frank Capra juega con buenas bazas para lograr una comedia entretenida pese a su duración (en torno a las dos horas). Si bien es cierto que se queda en eso, una buena comedia con la que divertirse. Y eso que se la considera como una de las grandes comedias clásicas americanas. Capra intenta demadrarse pero carece del ímpetu de Hawks, por ejemplo, y el ritmo que imprime en la acción queda algo exánime, el conato de frenesí queda amortiguado en ocasiones por el origen teatral del material y algunas situaciones resultan forzadas cuando no envejecidas. Para narrar la extravagante peripecia del protagonista que descubre los hobbies de sus dos queridas tías Capra no persigue la subversión, cualidad que agrandaría la mordacidad de la propuesta, o la irreverencia, algo que la dotaría de mayor profundidad. Más bien, Capra se limita a transponer la fuente a códigos cinematográficos. Su dirección es funcional aunque se permita algún atrevimiento formal habilidoso en su carácter aplicado y correcto.
Bueno, está bien, a pesar de lo antedicho y pese a que la proposición que nos hace el director, representante para muchos de los buenos sentimientos y de la ilusión, aquí no parece tan íntima como en otras ocasiones, incluso la podemos posicionar alejada de su idiosincrasia, el particular surrealismo de la historia, incrementado por las acertadas sobreactuaciones ( Tourneur rizaría el rizo con este mismo elemento años más tarde), así como las divertidas situaciones que se plantean en determinados momentos y algunos diálogos ocurrentes nos dejan una película con la que disfrutar y reír, ¡claro que sí!. El controvertido Capra no nos da su habitual baño de optimismo (algunos lo pueden añorar) pero tampoco nos muestra su cara sentimental (otros lo agradecerán) y consigue hacernos pasar un buen rato apoyándose en un capaz equipo de colaboradores para adaptar una obra que nos proporciona una receta muy jugosa para salir del paso entre cuyos ingredientes se incluye una pizca de arsénico, otra de estricnina y otro poco de cianuro a añadir al buen humor. ¡A su salud!
Las imágenes se han encontrado tras búsqueda con Google y se utilizan únicamente con fines de ilustración. Los derechos están reservados por sus creadores.
Porque tú lo dices y me fío de tu palabra, Ca, pero yo juraría que esa película apenas dura hora y media, tal es la diversión que siempre me ha procurado en las varias ocasiones que la he disfrutado hasta llorar de risa en alguna ocasión.
ResponderEliminarCierto que en otras manos esa historia hubiera podido tener muchísimo más vitriolo (pienso en Wilder) y también un ritmo todavía más alocado (como tú apuntas, Hawks) pero desde luego Capra sabe mover la cámara lo suficiente para olvidar su origen teatral: en mi opinión, la reducción de escenario favorece un cierto sentido opresivo, claustrofóbico casi para el protagonista, incrementado por el creciente número de visitantes al macabro escenario.
He leído la pieza original de teatro años después de haber visto por primera vez la película y no me ha parecido que mengüe su interés en esa traslación.
Sólo me queda desear que a nadie se le ocurra realizar otra versión...
Un abrazo.
El enloquecido "crescendo" de la trama, el febril trasiego de personajes (incluido un "fiambre"), el endiablado ritmo interno de los planos y unos actores inspirados (o tal vez contagiados) por todo esto, hacen de esta farsa negra, originaria de las tablas, uno de los ejercicios más dinámicos, divertidos, brillantes y también atípicos en la carrera de Frank Capra.
ResponderEliminarPese a la brevedad de este comentario, no me voy sin hacer mención a unas antológicas creaciones a cargo de todo el elenco, incluidos -por supuesto- unos memorables secundarios.
Un saludo.
Veo que tenemos dos prestigiosos y empedernidos "fans" de esta película.
ResponderEliminarBueno, Josep, en estos momentos tiemblo de pensar en la posibilidad de ciertos "remakes" :). Si has leído la obra podrás alumbrarnos sobre si la fuerza del asunto radica en ella más que en las aportaciones de Capra.
Teo, imagina que sería ver en vivo y en directo a este reparto (o parte) en alguna representación. Saludos a ambos.