29/5/11
Gloria
Gloria, John Cassavetes, 1980, EEUU, Gena Rowlands, John Adames, Julie Carmen.
Unos originales títulos de crédito con fondos del artista abstracto y autor de collage, el afroamericano Romare Bearden, inician una película atípica y de exigente visionado que obtuvo "ex aequo"con Atlantic City el León de Oro de Venecia. El filme más "comercial" del icono del cine independiente estadounidense John Cassavetes pasa por ser un ejercicio diferente a la corriente mayoritaria, un acercamiento personal al género negro apoyado en el protagonismo de su mujer, Gena Rowlands, y de la propia ciudad en la que transcurre la acción: una Nueva York muy alejada de la habitualmente presentada pues aquí surge desprovista de todo "glamour", antes al contrario se nos presenta como una urbe mugrienta e inhóspita.
Prologado por uno planos aéreos de la ciudad que ya permiten intuir la importancia de la misma en el relato, éste cuenta con un inicio espléndido del que Luc Besson tomaría buena nota para su Léon, El Profesional (1994), en el que la tensión es palpable manteniéndose ésta en el primer tramo del filme aunque la inverosimilitud de algunas situaciones planteadas, el tempo lento y el excesivo metraje dejan el conjunto del filme como interesante pero incómodo. La discrepancia entre el relato (una huida a vida o muerte) y la arritmia que domina el mismo pueden explicar esa incomodidad. Además los eventos improbables de la propia persecución-fuga interrumpen la verdadera cuestión del film: la relación entre Gloria (Gena Rowlands en un auténtico tour de force) y el niño de ascendencia puertorriqueña (John Adames cuya interpretación fue galardonada con el primer Razzie y que, sinceramente, no lo hace tan mal). Esta relación ambivalente, quizás por ello difícil de transmitir, y por tanto de conseguir la identificación con el espectador, se desarrolla en un tono muy frío y desconcertante lastrando la película hasta tornarla un tanto aburrida. No obstante, la reflexión sobre los roles de género y, en especial, sobre el desarraigo (y si hacemos caso al propio Cassavetes, sobre la maternidad) son planteadas dentro de esa ligazón entre la mujer y el niño.
Si el vínculo que une a los dos protagonistas resulta fallido (y más si recordamos Los Contrabandistas de Moonfleet, 1955, o incluso Capitanes Intrépidos, 1937) por la ausencia de la necesaria emotividad, que no sensiblería, la presencia constante y dominadora de la urbe ejerce un efecto fascinante dotando al filme de un aura de cuento de hadas para adultos. Es esta radiografía de la ciudad y de sus etnias la que otorga al filme un plus pues la exposición de un paisaje urbano vivo consigue una atmósfera encerrada por la que deambulan los personajes y, también, nos hace reflexionar sobre lo latente de las grandes urbes mostrando la suciedad y la tristeza de las mismas, dotando a la película de un tono de realismo y un aire semi-documental relevantes. Es este el mayor acierto de Cassavetes y su operario de cámara Fred Schuler quienes logran extraer la mugre y la desapacibilidad de NY.
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