The Omega Man, Boris Sagal, 1971, EEUU, Charlton Heston, Anthony Zerbe, Rosalind Cash.
El excelente material original en el que se inspira esta producción -quizá prototípica- de la ciencia-ficción de los años setenta, la novela Soy Leyenda, escrita a mediados de los cincuenta por uno de los más grandes creadores del género, Richard Matheson, merecía mejor suerte en su transposición al celuloide. Cierto es que, en esta segunda adaptación al medio cinematográfico del cuento post-apocalíptico concebido por Matheson, se le despoja de muchos de sus significados para dejar la impresionante balada sobre la soledad y su honda reflexión sobre la convención de la normalidad en un producto banal con las acostumbradas cavilaciones inherentes al género sobre el uso que la Humanidad hace de la ciencia y la tecnología. Una novela de tremenda influencia en el campo de la ciencia-ficción y del terror en varios medios, la seminal La Noche de Los Muertos Vivientes de George A. Romero o el cómic de Robert Kirkman convertido en la exitosa serie de TV, Walking Dead, son dos ejemplos a vuela pluma, y obra que ha conocido dos adaptaciones más en el cine, la anterior a ésta, protagonizada por el mismísimo Vincent Price, El Último Hombre sobre la Tierra, una producción italiana cuyo primer tratamiento del guión corrió a cargo del propio escritor, quien acabó abandonando el proyecto, y otra mucho más reciente de título homónimo al libro en la que el protagónico recae en Will Smith. En esta versión que nos ocupa, la interesante premisa de la fuente original se desvía hacia derroteros de puro escapismo, la simplificación de la historia queda atrapada en un vano intento comercial que acaba por sortear la profunda potencialidad de las ideas desplegadas por el brillante escritor en su obra. No obstante, la película ha adquirido un estatus de culto sin saberse muy bien el porqué. Ciertamente, El Último Hombre Vivo desarrolla cierta fascinación perturbadora en su primer tercio a través de unas imágenes potentes y sugerentes, desde luego para los devoradores de ciencia-ficción es un entretenimiento nostálgico, pero a medida que progresa su narración se vuelve previsible, rutinaria y, en ciertos momentos, presenta cierto tono kitsch y, en otros, unas escenas de acción realmente endebles, para terminar, en su último tercio, languideciendo en un producto de entretenimiento pretencioso. Una película que mantiene, respecto de la novela, el alcoholismo del personaje central, las ansias de exterminar (aunque de manera diferente) con las que se conduce y la inicial soledad que sufre. Del resto, poco o nada. Bueno, sí, el emplazamiento topográfico y temporal es respetado.
Y, sin embargo, el conjunto vale la pena, puede que el sugestivo escenario planteado lo explique. Las escenas con las que da comienzo esta historia postcatástrofe ejercen un poderoso influjo que se puede rastrear en propuestas relativamente recientes y de enorme éxito del fantástico como 28 Días Después, sin ir más lejos. El reflejo de una (mega) urbe vacía y muerta se logra con habilidad con algunos manierismos técnicos, sí, pero con resultado eficaz. A partir de aquí la fórmula opta por explotar aspectos sociales y artísticos de su época resultando hoy día envejecida. Pero no en lo que atañe al momento cronológico en el que se sitúa la catástrofe (que al igual que en el libro se produce a mediados de la década de los setenta), si no en lo que respecta a la tesitura histórica de producción del filme. Y esto es un elemento que ancla la propuesta, y mucho, hasta el punto que la misma toma un cariz obsoleto y, además, discordante de todo punto con la historia original. La introducción en el relato de temas contemporáneos como el movimiento hippie o el de los Derechos Civiles (con el personaje encarnado por la atractiva, pero nada más, Rosalind Cash) y la inserción del oportuno desnudo femenino deviene insustancial e injustificada, denotando una intención oportunista para captar a un público joven y modernizar el espectro de la audiencia en un momento de crisis para la industria cinematográfica de Hollywood. Asimismo, la dirección de Boris Sagal, realizador que desarrolló la mayor parte de su trayectoria profesional en el medio televisivo, adolece de la misma querencia por poner en solfa recursos en boga por aquellos tiempos y lo que comienza como una interesante optimización de los mismos (zoom), acaba como abuso recurrente. La partitura de Rob Greiner, ecléctica e irregular, se desenvuelve con igual carácter errático. El libreto escrito por el matrimonio Corrington hace hincapié en el manido y fácil maniqueísmo y emplaza la narración en el habitual miedo apocalíptico al uso que el ser humano hace de la ciencia y la tecnología, adornándolo con cierta actitud ambientalista o ecologista implícita pero visible a través de las escenas incorporadas de la película-documental sobre Woodstock o que retratan los peligros atómicos. Todo en sintonía con el entorno sociopolítico del público al que parece querer captar. Aunque la pareja pone la guinda al desarrollar la historia con claras referencias cristianas y retrotrayendo a parte de los supervivientes, caracterizados como una especie de albinos mutantes tecnofóbicos, al medievo en una, cuando menos, singular apuesta que no causa sino estupor pero que se muestra eficaz en su mensaje coronado en un final recordado y controvertido que acierta, esto sí, a dejar un poso agridulce. La conclusión aludida no fue el único aspecto polémico, también la inclusión de un beso interracial, entre el rubio Heston y la afroamericana Cash, dio que hablar aunque no fuera, ni mucho menos, el primero. Un Charlton Heston, por cierto, que protagonizaba de manera correcta la segunda de sus incursiones como superviviente apocalíptico tras la magna El Planeta de Los Simios y antes de aparecer en el cierre de esta particular trilogía en Cuando El Destino nos alcance. Unos roles por los que ha quedado instalado en el corazoncito del aficionado a la ciencia-ficción, pese a que para el público mayoritario ha pasado a la posteridad por otros bien diferentes. Algo similar a lo que acontece sobre su vida privada o, mejor, sobre su visión política: hoy se le recuerda gracias al ínclito Michael Moore como el anciano presidente de la norteamericana Asociación Nacional del Rifle y, qué duda cabe, su evolución desde posiciones progresistas que le llevaron a ser, en tiempos, un fuerte y firme defensor de los Derechos Civiles hasta su vejez más que conservadora es un hecho comprobable pero que no es óbice para reconocerle su activismo social en un momento crítico y definitivo de la historia de su país. Como tampoco se puede negar el halo de esta propuesta que protagoniza, la cual cuenta con un buen número de adeptos para los que representa una más que emblemática muestra del género de ciencia-ficción. Una película que dejará insatisfechos los paladares más exigentes pero que colmará a más de un aficionado al género y de la que se salva su primera parte, con mucho, superior al resto.
La sugerente frase publicitaria con la que se lanzó la película ("¡El último hombre vivo...no está solo!") que guarda reminiscencias de un primoroso cuento de terror que sólo consta de dos frases ("El último hombre sobre la Tierra estaba sentado solo en una habitación. Sonó una llamada a la puerta...") y el prometedor inicio de ésta junto con el material original que le sirve remotamente de base auguran un buen film de ciencia-ficción pero, por desgracia, en una década prolífica para el género aunque proclive al espolio de la literatura de cabecera las promesas se van marchitando y ni la transformación de los vampiros originales por los albinos mutantes (en una especie de premonición del albinismo del entrañable Copito de Nieve esperemos que no originada por las mismas causas), ni trufar la narración con evidente iconografía cristiano-medieval son bazas que sirvan para que la película remonte el vuelo. Su final, precisamente avisado a lo largo del relato con estos simbolismos y alguna referencia más directa aún, difiere del imaginado por Matheson. Robert Neville es, por otras cuestiones, leyenda.
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Como adaptación de la novela de Matheson, la película es inasumible. Pero si logramos olvidarnos de su modelo literario, resulta una cinta entretenida jalonada de momentos afortunados (todo el inquietante arranque con Charlton Heston como único transeunte de una ciudad muerta) y algunas torpezas y convenciones narrativas, además de insufribles parrafadas de “concienciación” en torno a la locura y la estupidez humanas.
ResponderEliminarUn saludo.
Es curioso que encontrándole defectos ambos la consideremos como entretenida. Sin duda, el inquietante, sugerente y poderoso tramo inicial tiene la mayor parte de culpa en ello. En este comienzo podríamos decir que el escenario planteado por Matheson en su novela resulta bien plasmado en la pantalla por Sagal, el resto tiene un relativo interés cuando no carece directamente de éste. Me alegra leerte por aquí de nuevo. Un saludo.
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