Secret beyond the door..., Fritz Lang, 1948, EEUU, Joan Bennett, Michael Redgrave, Anne Revere.
En palabras del propio Fritz Lang "(...) este film estaba condenado al fracaso desde el principio (...). El guión era antiguo, el cámara no podía hacer lo que yo quería, y transigí con algunas ideas para permitir que el espectador oyera los pensamientos subconscientes. (...). Intenté hacer algo que fuese igual de evocador que esa escena de Rebeca en la que Judith Anderson habla de las mujeres muertas, de modo que hice que Redgrave hablara sobre esas habitaciones. Ese era el "secreto tras la puerta" y era muy ridículo (...). No debería haber hecho una película que no quería hacer". (Robert Porfirio, Alain Silver & James Ursini, Film Noir. Interviews with filmakers of the Classic Film Noir Period). Así que no va a ser desde este blog desde el que se contradiga a uno de los más reputados cineastas de todos los tiempos y menos si se refiere a su propia obra. Desde luego, este melodrama psicológico resulta fallido en su conjunto pese a tener, como no podía ser de otro modo tratándose de una película de Lang, aspectos sumamente interesantes, entre los cuales cabe citar el prometedor preámbulo, aunque, por otra parte, el mismo nos anticipe los derroteros por los que se va a mover la trama argumental, afectada por el endeble libreto de Silvia Richards (autora de la historia original de otro film peculiar de Lang, Encubridora) y su afección por la moda del psicoanálisis imperante por aquellos años y de la que Hollywood, por supuesto, no quiso sustraerse. Así pues, la historia queda mediatizada por la vorágine de esta corriente de la psicología, circunstancia que explica la resolución fácil (y que hoy nos parece ya muy trillada) del misterio planteado. Una solución argumental poco convincente que deja muchos cabos sueltos para servir un final poco climático e insatisfactorio y que enlaza con el tratamiento generalizado dado al psicoanálisis que como norma en aquellos años era presentado de manera simplista. Si bien lo dicho hasta aquí y los exabruptos del propio Lang reproducidos dejan a este filme en no muy buena posición cabe volver a decir que se desarrollan en él aspectos interesantes. No en vano, la película cuenta con un notable trabajo basado en los juegos de luces y sombras del operador Stanley Cortez (si bien el mismo Lang a tenor de lo expuesto no pareció del todo satisfecho) que explora las líneas abiertas por Val Lewton y Jacques Tourneur o el terror de la Universal y que consigue imágenes sugerentes y evocadoras como las de los planos en el bosque neblinoso y, por supuesto, aquellas en las que la protagonista incorporada por una correcta Joan Bennett recorre en camisón los pasillos de la mansión familiar. Es decir, que Fritz Lang sí alcanza a dotar a la película de un consistente envoltorio visual que hunde sus raíces en el más genuino cine negro. Además, en Secreto tras la Puerta el director de origen europeo acierta a crear momentos de suspense como el de la llegada de la heroína al caserón de la estirpe de su marido, aprovechado para introducir personajes de evidente potencial que acaban perdiéndose por el camino. Y es que el característico fatalismo noir de Lang desaparece entre explicaciones de diván en esa conclusión deshilachada que finaliza este melodrama psicológico que sigue las líneas marcadas por el "ciclo de mujeres en peligro". Aún con todo, su visión progresista se puede rastrear en la voluntad de tratar en lugar de castigar las conductas sociales del personaje encarnado por Michael Redgrave, el hijo del patriarca del clan inglés de actores en una de sus primeras incursiones en el cine norteamericano.
Esta historia de amor anómala queda mediatizada por el psicoanálisis popular y, como Recuerda para Hitchcock, no se cuenta entre lo mejor de su realizador pese a quedar impreso el talento de éste en algunos apuntes que comprenden la acertada construcción de un personaje central marcado por una crisis existencial derivada de una vida vacía que lo impulsa a la aventura -motivo por el cual podemos entender algunas reacciones que muestra-, y/o en ciertos momentos la creación de una sugerente atmósfera de ensoñación y, en otros pocos, dosis de misterio. Puntos a favor para acercarse a esta obra con evidentes paralelismos con Rebeca y algunos menos con Sospecha pero que se resiente en demasía, como ya se ha dicho, de sus explicaciones basadas en el psicoanálisis y que pocas veces supera un material en el que el maestro Lang no acaba de sentirse cómodo pese a que se despliegue a través de recursos tan idiosincráticos de uno de los géneros que más y mejor cultivó, como es el cine negro que él ayudó a gestar y educar. Sirva como ejemplo la confusión generada por el cambio de la voz en "off" que se da hacia el final de la película. En cualquier caso, la segunda (y última) producción de Diana Productions, la compañía que formaron el propio cineasta con el por aquel entonces marido de Bennett, Walter Wanger (también con una reputada trayectoria profesional como productor) queda marcada por no explorar situaciones que apunta (como, por ejemplo, las diferentes relaciones entabladas entre los habitantes de la casa), dejar otras irresolutas y solventar de manera poco ducha otras (explicación basada en traumas infantiles). Unos puntos flacos que resultan sorprendentes a tenor de la notoria y significativa historia profesional de su director, uno de los más importantes ya en la época del mudo y cuyas contribuciones al género fantástico o, como ya se ha hecho notar, al negro han escrito su nombre con letras doradas en el panteón del medio cinematográfico.
La cuarta y postrera colaboración entre Fritz Lang y Joan Bennett, una actriz entronizada por los amantes del "noir", precisamente, por estas películas que rodaron ambos, queda como producto de su época, un melodrama con acento "hitchconiano", un tanto confuso o deslavazado desde el punto de vista argumental y al que uno de los grandes cineastas de todos los tiempos, que aún tenía algo que decir como demostró en obras posteriores, con dificultad consigue dotar de enjundia, mayormente en el plano visual, gracias a su evidente habilidad en el manejo de los recursos del medio. Pero en esta ocasión, la habitual inmersión en la oscuridad del alma humana que nos propone apenas tiene un quebradizo sostén que la hace derivar hacia esa conclusión aludida poco convincente. Las preocupaciones vitales del director no aparecen en un argumento que le es ajeno y bastante hace con crear un ambiente onírico, ciertamente sugestivo en determinados instantes, o concebir imágenes visuales igualmente fascinantes y de gran fuerza misteriosa que nos hacen recordar su talento e insuflar algo de suspense en algún punto de la narración, así como construir un evocador prólogo que casi acaba siendo lo mejor de la película y que entronca con otros preámbulos como los de su primera película americana u otra rareza de su catálogo, introducciones realmente interesantes por uno u otro motivo. Completa la función una reconocida aunque desatada partitura de uno de los compositores clásicos de música sinfónica para cine, Miklós Rózsa, y dos intérpretes femeninas con una sólida reputación como actrices de reparto, Anne Revere y Barbara O' Neill, que se desempeñan con solvencia en unos personajes desaprovechados.
Las imágenes se han encontrado en la Red tras búsqueda con Google y se utilizan únicamente con fines de ilustración. Los derechos están reservados por sus creadores.
Esta historia de amor anómala queda mediatizada por el psicoanálisis popular y, como Recuerda para Hitchcock, no se cuenta entre lo mejor de su realizador pese a quedar impreso el talento de éste en algunos apuntes que comprenden la acertada construcción de un personaje central marcado por una crisis existencial derivada de una vida vacía que lo impulsa a la aventura -motivo por el cual podemos entender algunas reacciones que muestra-, y/o en ciertos momentos la creación de una sugerente atmósfera de ensoñación y, en otros pocos, dosis de misterio. Puntos a favor para acercarse a esta obra con evidentes paralelismos con Rebeca y algunos menos con Sospecha pero que se resiente en demasía, como ya se ha dicho, de sus explicaciones basadas en el psicoanálisis y que pocas veces supera un material en el que el maestro Lang no acaba de sentirse cómodo pese a que se despliegue a través de recursos tan idiosincráticos de uno de los géneros que más y mejor cultivó, como es el cine negro que él ayudó a gestar y educar. Sirva como ejemplo la confusión generada por el cambio de la voz en "off" que se da hacia el final de la película. En cualquier caso, la segunda (y última) producción de Diana Productions, la compañía que formaron el propio cineasta con el por aquel entonces marido de Bennett, Walter Wanger (también con una reputada trayectoria profesional como productor) queda marcada por no explorar situaciones que apunta (como, por ejemplo, las diferentes relaciones entabladas entre los habitantes de la casa), dejar otras irresolutas y solventar de manera poco ducha otras (explicación basada en traumas infantiles). Unos puntos flacos que resultan sorprendentes a tenor de la notoria y significativa historia profesional de su director, uno de los más importantes ya en la época del mudo y cuyas contribuciones al género fantástico o, como ya se ha hecho notar, al negro han escrito su nombre con letras doradas en el panteón del medio cinematográfico.
La cuarta y postrera colaboración entre Fritz Lang y Joan Bennett, una actriz entronizada por los amantes del "noir", precisamente, por estas películas que rodaron ambos, queda como producto de su época, un melodrama con acento "hitchconiano", un tanto confuso o deslavazado desde el punto de vista argumental y al que uno de los grandes cineastas de todos los tiempos, que aún tenía algo que decir como demostró en obras posteriores, con dificultad consigue dotar de enjundia, mayormente en el plano visual, gracias a su evidente habilidad en el manejo de los recursos del medio. Pero en esta ocasión, la habitual inmersión en la oscuridad del alma humana que nos propone apenas tiene un quebradizo sostén que la hace derivar hacia esa conclusión aludida poco convincente. Las preocupaciones vitales del director no aparecen en un argumento que le es ajeno y bastante hace con crear un ambiente onírico, ciertamente sugestivo en determinados instantes, o concebir imágenes visuales igualmente fascinantes y de gran fuerza misteriosa que nos hacen recordar su talento e insuflar algo de suspense en algún punto de la narración, así como construir un evocador prólogo que casi acaba siendo lo mejor de la película y que entronca con otros preámbulos como los de su primera película americana u otra rareza de su catálogo, introducciones realmente interesantes por uno u otro motivo. Completa la función una reconocida aunque desatada partitura de uno de los compositores clásicos de música sinfónica para cine, Miklós Rózsa, y dos intérpretes femeninas con una sólida reputación como actrices de reparto, Anne Revere y Barbara O' Neill, que se desempeñan con solvencia en unos personajes desaprovechados.
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