Great Expectations, David Lean, 1946, GB, John Mills, Valerie Hobson, Bernard Miles.
Para muchos el díptico conformado por esta película y la posterior Oliver Twist que realizara el célebre cineasta David Lean sobre las obras de Charles Dickens sigue siendo la mejor aproximación al personal universo del no menos famoso escritor, llevado al cine, la televisión y, por supuesto, el teatro en incontables ocasiones. Y esto ya es decir porque las traslaciones continúan produciéndose a día de hoy con mayor o menor fortuna, con más o menos intención de fidelidad al espíritu de la letra "dickensiana" y con una u otra dosis de academicismo y corrección formal. Sea como fuere, el lector de Dickens siempre quiere encontrar en las adecuaciones a la pantalla escrupulosidad en la recreación de la época en que acontecen los hechos junto con la aparición de los caracteres que viven a lo largo y ancho de las subtramas que surgen paralelas en los libros, colección de personajes a los que el escritor concede vida y entidad propias de manera invariable y constante en sus obras y que cobran papel capital en lo que deviene una habitual coreografía coral. Además, ciertamente, el aficionado a la literatura de Dickens espera (o desea) que la riqueza en la caracterización y la reproducción del período histórico vayan de la mano del sentido del humor y el comentario social y humano con el que el prosista victoriano salpimentaba sus páginas. Considerando la importancia y notabilidad de la obra de Dickens, por una parte y, por la otra, su vasta complejidad y copiosa fecundidad en hilar arcos argumentales resueltos por coincidencias sorprendentes o forzadas, según quien lo mire, y desplegados con una profusión de personajes que en algunos libros como La Pequeña Dorrit supone un claro desafío al Número de Dunbar, podríamos concluir que adaptar cualquier título de este escritor es ardua y dificultosa tarea. La complicación intrínseca que supone la traducción del código escrito al cinematográfico confluye con los matices propios de las obras de Dickens a la hora de trasladarlas al celuloide, uno de los cuales agrava aún más la cuestión ya que la viveza y la virtud casi única en dotar de humanidad a los personajes de la que hace gala el insigne literato provoca que se instalen con pasmosa facilidad en el corazón y la mente del lector y que cada uno de nosotros elaboremos una imagen mental vívida y cristalina del personaje en liza. Representación que, invariablemente, condicionará el juicio que emitiremos sobre la figura que la incorpore en la pantalla. Siendo estos los obstáculos, que la mayoría de público y crítica reconozca Cadenas Rotas como una de las dos o tres mejores adaptaciones "dickensianas" y, sobre todo el hecho de que para otros tantos David Lean salga más que bien librado del empeño, supone un mérito indiscutible. Recompensa que debe ser retribuida entre todo el equipo de filmación, claro está.
Grandes Esperanzas, la brillante pero extensa novela de Dickens, se somete a un necesario proceso de condensación por Lean y sus habituales en esta etapa de su filmografía, Anthony Havellock-Allan y Ronald Neame (y aún participaron en el tratamiento del libreto de una u otra manera Cecil McGivern y Kay Walsh), de tal modo que se pueda acometer como producto cinematográfico. Una labor de compresión que elimina por el camino situaciones y personajes que se convierten en víctimas colaterales del proceso pero que permite centrar la acción dramática en el principal hilo conductor de la obra escrita. No olvidemos que en los tiempos de Dickens las obras se publicaban por entregas y el autor, según como iba la cosa, introducía ramificaciones conectadas con mayor o menor tino a la excusa central, las cuales se abandonaban o profundizaban dependiendo de la recepción que el respetable les dispensara. Singularidad histórica que amplificaba el radio de acción del argumento e imposible de trasladar al cine, salvo que se quiera iniciar una mastodóntica, en cuanto a duración, producción. Al menos una que sobrepase (que ya es decir) las lujosas superproducciones por las que David Lean es reconocido en la actualidad por el público general y que no es preciso mentar. En cualquier caso, por algún sitio se debe acotar y el resultado obtenido adolece de economía narrativa pese a alargarse el metraje hasta casi las dos horas, tiempo durante el que se consigue con sobriedad y madurez plasmar el mundo de Dickens con relativo éxito, capturando por momentos tanto el sentido cómico que, como se ha dicho, no era ajeno a él, como algunos sentimientos que emanan del mismo. No obstante, la virtud de la empresa la encontramos en, quizá, aquello más cotidiano de alcanzar ya que a través de un notable diseño de producción comandado por la dirección artística de John Bryan, y en el que la labor de Guy Green en la iluminación juega un rol destacable, el cuidado meticuloso que caracterizó la trayectoria de David Lean se hace notar. Es en la puesta en escena, en especial en su primera parte, donde brilla Cadenas Rotas y es en este elemento en el que encontramos el gran valor de la propuesta. La caracterización de la parte de la novela en la que Pip es un niño como cuento de terror gótico, elemento del que el mismísimo Lang extraería influencias y sobre el que planea la espectral Señorita Havisham, uno de los personajes más grandes e interesantes del trabajo "dickensiano", es un hallazgo notable puesto al descubierto por Lean y sus colaboradores. Desde luego, muy superior a la académica última adaptación tanto en su presentación como en su ejecución (Martita Hunt parece vivir en su propio aquelarre sin los aspavientos, manierismos y tics de la "burtoniana" Helena Bonham-Carter). Es este comienzo de película el que converge con lo que Lean se llevaba entre manos en su incipiente filmografía, siendo esta franqueza en la revisión del mundo de Dickens que intenta el cineasta la que agranda la cualidad del proyecto. Este se completa con un estupendo reparto de secundarios entre los que cabe mencionar a Alec Guinness que, en su primer papel de enjundia en esto del cine, incorpora al compañero de aventuras del protagonista como hiciera en el teatro, a la jovencita Jean Simmons dando vida al antipático amor de Pip cuando éste es niño, al actor de imponente presencia Francis L. Sullivan como el orondo abogado Jaggers y a Ivor Barnard, el cual incorpora al ayudante del jurista y personaje que en la novela original protagoniza su estupenda propia historia. Hablando del elenco es menester, asimismo, cavilar las razones por las que se escogió al casi cuarentón John Mills para dar vida al recién entrado en la veintena protagonista, sin duda, un elemento poco sintónico y que puede llegar a distraer la atención del espectador. La guinda del goloso pastel la pone Walter Goehr con su brillante partitura que fue galardonada con el Oscar, así como también lo consiguió la dirección de arte de Bryan. Un premio que fue esquivo con el trabajo de Lean, con el guión y con el máximo que se otorga (el de película) pese a estar nominada Cadenas Rotas en estas tres categorías. Pero algo que denota el éxito que cosechó esta adaptación de las líneas escritas por Dickens a la gran pantalla. Una notoriedad que se alarga a fecha de hoy con ese reconocimiento expuesto al principio como una de las mejores aproximaciones al trabajo de este egregio y admirable escritor. Una adaptación que el espectador debe comprender desde la dificultad de llevarla a buen puerto como correcta y, por momentos concretos como los que desgrana en su primer tramo, brillante.
Las imágenes se han encontrado tras búsqueda con Google y se utilizan únicamente con fines de ilustración. Los derechos están reservados por sus creadores.
Para muchos el díptico conformado por esta película y la posterior Oliver Twist que realizara el célebre cineasta David Lean sobre las obras de Charles Dickens sigue siendo la mejor aproximación al personal universo del no menos famoso escritor, llevado al cine, la televisión y, por supuesto, el teatro en incontables ocasiones. Y esto ya es decir porque las traslaciones continúan produciéndose a día de hoy con mayor o menor fortuna, con más o menos intención de fidelidad al espíritu de la letra "dickensiana" y con una u otra dosis de academicismo y corrección formal. Sea como fuere, el lector de Dickens siempre quiere encontrar en las adecuaciones a la pantalla escrupulosidad en la recreación de la época en que acontecen los hechos junto con la aparición de los caracteres que viven a lo largo y ancho de las subtramas que surgen paralelas en los libros, colección de personajes a los que el escritor concede vida y entidad propias de manera invariable y constante en sus obras y que cobran papel capital en lo que deviene una habitual coreografía coral. Además, ciertamente, el aficionado a la literatura de Dickens espera (o desea) que la riqueza en la caracterización y la reproducción del período histórico vayan de la mano del sentido del humor y el comentario social y humano con el que el prosista victoriano salpimentaba sus páginas. Considerando la importancia y notabilidad de la obra de Dickens, por una parte y, por la otra, su vasta complejidad y copiosa fecundidad en hilar arcos argumentales resueltos por coincidencias sorprendentes o forzadas, según quien lo mire, y desplegados con una profusión de personajes que en algunos libros como La Pequeña Dorrit supone un claro desafío al Número de Dunbar, podríamos concluir que adaptar cualquier título de este escritor es ardua y dificultosa tarea. La complicación intrínseca que supone la traducción del código escrito al cinematográfico confluye con los matices propios de las obras de Dickens a la hora de trasladarlas al celuloide, uno de los cuales agrava aún más la cuestión ya que la viveza y la virtud casi única en dotar de humanidad a los personajes de la que hace gala el insigne literato provoca que se instalen con pasmosa facilidad en el corazón y la mente del lector y que cada uno de nosotros elaboremos una imagen mental vívida y cristalina del personaje en liza. Representación que, invariablemente, condicionará el juicio que emitiremos sobre la figura que la incorpore en la pantalla. Siendo estos los obstáculos, que la mayoría de público y crítica reconozca Cadenas Rotas como una de las dos o tres mejores adaptaciones "dickensianas" y, sobre todo el hecho de que para otros tantos David Lean salga más que bien librado del empeño, supone un mérito indiscutible. Recompensa que debe ser retribuida entre todo el equipo de filmación, claro está.
Grandes Esperanzas, la brillante pero extensa novela de Dickens, se somete a un necesario proceso de condensación por Lean y sus habituales en esta etapa de su filmografía, Anthony Havellock-Allan y Ronald Neame (y aún participaron en el tratamiento del libreto de una u otra manera Cecil McGivern y Kay Walsh), de tal modo que se pueda acometer como producto cinematográfico. Una labor de compresión que elimina por el camino situaciones y personajes que se convierten en víctimas colaterales del proceso pero que permite centrar la acción dramática en el principal hilo conductor de la obra escrita. No olvidemos que en los tiempos de Dickens las obras se publicaban por entregas y el autor, según como iba la cosa, introducía ramificaciones conectadas con mayor o menor tino a la excusa central, las cuales se abandonaban o profundizaban dependiendo de la recepción que el respetable les dispensara. Singularidad histórica que amplificaba el radio de acción del argumento e imposible de trasladar al cine, salvo que se quiera iniciar una mastodóntica, en cuanto a duración, producción. Al menos una que sobrepase (que ya es decir) las lujosas superproducciones por las que David Lean es reconocido en la actualidad por el público general y que no es preciso mentar. En cualquier caso, por algún sitio se debe acotar y el resultado obtenido adolece de economía narrativa pese a alargarse el metraje hasta casi las dos horas, tiempo durante el que se consigue con sobriedad y madurez plasmar el mundo de Dickens con relativo éxito, capturando por momentos tanto el sentido cómico que, como se ha dicho, no era ajeno a él, como algunos sentimientos que emanan del mismo. No obstante, la virtud de la empresa la encontramos en, quizá, aquello más cotidiano de alcanzar ya que a través de un notable diseño de producción comandado por la dirección artística de John Bryan, y en el que la labor de Guy Green en la iluminación juega un rol destacable, el cuidado meticuloso que caracterizó la trayectoria de David Lean se hace notar. Es en la puesta en escena, en especial en su primera parte, donde brilla Cadenas Rotas y es en este elemento en el que encontramos el gran valor de la propuesta. La caracterización de la parte de la novela en la que Pip es un niño como cuento de terror gótico, elemento del que el mismísimo Lang extraería influencias y sobre el que planea la espectral Señorita Havisham, uno de los personajes más grandes e interesantes del trabajo "dickensiano", es un hallazgo notable puesto al descubierto por Lean y sus colaboradores. Desde luego, muy superior a la académica última adaptación tanto en su presentación como en su ejecución (Martita Hunt parece vivir en su propio aquelarre sin los aspavientos, manierismos y tics de la "burtoniana" Helena Bonham-Carter). Es este comienzo de película el que converge con lo que Lean se llevaba entre manos en su incipiente filmografía, siendo esta franqueza en la revisión del mundo de Dickens que intenta el cineasta la que agranda la cualidad del proyecto. Este se completa con un estupendo reparto de secundarios entre los que cabe mencionar a Alec Guinness que, en su primer papel de enjundia en esto del cine, incorpora al compañero de aventuras del protagonista como hiciera en el teatro, a la jovencita Jean Simmons dando vida al antipático amor de Pip cuando éste es niño, al actor de imponente presencia Francis L. Sullivan como el orondo abogado Jaggers y a Ivor Barnard, el cual incorpora al ayudante del jurista y personaje que en la novela original protagoniza su estupenda propia historia. Hablando del elenco es menester, asimismo, cavilar las razones por las que se escogió al casi cuarentón John Mills para dar vida al recién entrado en la veintena protagonista, sin duda, un elemento poco sintónico y que puede llegar a distraer la atención del espectador. La guinda del goloso pastel la pone Walter Goehr con su brillante partitura que fue galardonada con el Oscar, así como también lo consiguió la dirección de arte de Bryan. Un premio que fue esquivo con el trabajo de Lean, con el guión y con el máximo que se otorga (el de película) pese a estar nominada Cadenas Rotas en estas tres categorías. Pero algo que denota el éxito que cosechó esta adaptación de las líneas escritas por Dickens a la gran pantalla. Una notoriedad que se alarga a fecha de hoy con ese reconocimiento expuesto al principio como una de las mejores aproximaciones al trabajo de este egregio y admirable escritor. Una adaptación que el espectador debe comprender desde la dificultad de llevarla a buen puerto como correcta y, por momentos concretos como los que desgrana en su primer tramo, brillante.
Las imágenes se han encontrado tras búsqueda con Google y se utilizan únicamente con fines de ilustración. Los derechos están reservados por sus creadores.
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