Dark Passage, Delmer Daves, 1947, EEUU, Humphrey Bogart, Lauren Bacall, Agnes Moorehead.
La novela de título homónimo publicada por David Goodis un año antes sirve de base a Delmer Daves, realizador proveniente del campo de la escritura cinematográfica, para desarrollar un notable ejercicio negro destilado con dosis de melodrama que en la actualidad goza de estatus de clásico menor. Goodis, uno de los nombres sagrados de la novela negra norteamericana, autor adaptado en varias ocasiones en el cine, medio en el que llega a trabajar como guionista a raíz, precisamente, del éxito de la novela que da pie a la película que nos ocupa. Daves, un realizador sobrio, autor de un ramillete de buenas películas y conocido, fundamentalmente, por los Westerns que rodó en la década siguiente. Un director a reivindicar capaz de crear escenarios de fuerte tensión, en los que las relaciones que mantienen los personajes devienen factor capital y que no duda, en aras del efecto dramático, en atreverse con recursos como la cámara subjetiva, empleado en este filme y quizá el elemento por el que se recuerda esta propuesta, sin olvidar la presencia de la pareja protagonista, Bogart-Bacall. Un experimento, la narración desde el punto de vista subjetivo, que Robert Montgomery ya intentara poco antes con La Dama del Lago y que aquí ocupa buena parte del relato y queda integrada en él para enfatizar los sentimientos del protagonista. Qué duda cabe, Delmer Daves es un cineasta conciso que, siguiendo la senda abierta por John Huston por su labor previa como guionista, desarrolla una trayectoria más que interesante, uno de esos directores que desde las sombras -al menos en cuanto se refiere al público general- han hecho grande esto del cine. Para la ocasión concibe un "thriller" negro característico de la Warner que, pese a contar una historia que bordea peligrosamente la implausibilidad (circunstancia que parece inherente al género negro muchas de cuyas ficciones acaban resolviéndose con la obligada suspensión de la incredulidad por parte del espectador el cual asiste a una concatenación de coincidencias o se ve abocado a seguir pistas que conducen a ninguna parte o que acaban en oscuros callejones sin salida o que, simplemente, no ligan la salsa quedando múltiples puntos del relato insolubles) y que se solventa con el débil, obligado y forzado "happy end", desgrana buen número de virtudes y lidia con éxito con el controvertido procedimiento de la filmación en primera persona del singular. La trama argumental tiene altibajos sí, pero Daves es capaz de dotar al conjunto de una textura y solidez que aumenta el valor del producto con cada nuevo visionado y ejecuta algunas escenas con brío y tensión, irradiando una atmósfera tensa y potente, plena de fuerza. Valgan como ejemplos el intento de desayuno del acosado protagonista o la inusitada violencia explícita con la que despacha la confrontación entre éste y el personaje encarnado por una magnífica Agnes Moorehead. Por supuesto, tampoco hay que pasar por alto la aparición del inquietante y siniestro secundario incorporado por el veterano Houseley Stevenson, un "doctor especialista" que permite la inclusión de una caleidoscópica escena onírica tan propia del género negro. El poder de algunas escenas es indudable y la mano de Daves está muy presente en ellas, un tipo que sabía lo que se hacía y que se adelanta al mismísimo Hitchcock en las posibilidades dramáticas que ofrece la ciudad de San Francisco, de la que él era nativo, para las ficciones negras.
La Senda Tenebrosa merece ser reconocida como más que una de las colaboraciones de la legendaria pareja formada por Bogart y Bacall, quizá la menos conocida o recordada y, seguro, la menos valorada a nivel de crítica y público. La obra que nos ocupa es una buena película, una de esas piezas que se erigen en clásicos menores, más allá de contar con la presencia de Bogart, ya consolidado como elemento central de las películas en las que interviene y ya elemento iconográfico del género negro al que su sola aparición define y ello pese a su extensa filmografía. El relato queda forzado en su vertiente romántica por la impostura que supone la simplificación a la que se ve sometido respecto al material original de Goodis en aras de la comercialidad y la explotación de la presencia de la mítica pareja y es cierto que concluye de modo anticlimático pero recoge, a la vez que rompe, con las convenciones del género. Por un lado, antes del remate innecesario que supone la última escena de reunión final, la historia presenta un héroe alejado del protagónico "noir", el fatalismo que domina a los principales de estos relatos queda diluido por desarrollarse aquí como causa externa a aquél, tampoco se dan cita los arquetipos del género (acaso una suerte de mujer fatal) pero, por el otro, La Senda Tenebrosa es una parada obligatoria en el itinerario negro ya que en ella tienen cabida mecanismos propios de este tipo de ficciones: la única vía de escape para el héroe es, como tantas veces, el territorio de América del Sur y/o la descarnada visión del mundo urbano que nos ofrece, jungla poblada por una extraña galería de personajes, por cierto, unos caracteres personificados por un elenco de actores secundarios excelsos que ejecutan sus roles de manera notable en unos casos y superlativa en otros: Bruce Bennett, siempre correcto desde su atalaya natural, Rory Mallinson estupendo como el fiel amigo, Tom D'Andrea en la piel de un sorprendente aliado que encuentra el sufrido personaje principal, Douglas Kennedy ejerciendo de curioso e implacable policía en uno de los momentos más efectivos de la película, el ratero de tres al cuarto Clifton Young cuyo final en la vida real parece un juego macabro del destino si consideramos las escenas que ocurren en la habitación del hotel, en las que intenta acosar al héroe, el citado Stevenson y la misma Moorehead. Un catálogo de seres humanos que pululan por la urbe iluminada por Sidney Hicox y que pueblan este relato en el que se encadenan situaciones sin solución de continuidad. Únicamente cuando la historia apuesta por la vertiente melodramática decae en interés. Precisamente es esta vis, explorada en otras renombradas ocasiones por el cine negro, la que imposibilita el crecimiento de la semilla negra que anida en el interior de la película. Vertiente que apura el filón de la dupla estrella pero que impide que la intriga negra, que la atmósfera y situaciones características del género acaben poseyendo el alma de la propuesta. No obstante, el trabajo de Daves descolla por el nervio que demuestra en la construcción de un ambiente enmarcado en el negro más absoluto, la energía que desprende la resolución con la que ejecuta algunas escenas y el hallazgo que supo encontrar y que suponen las localizaciones de la ciudad integradas como uno de los ejes vertebradores de la historia. La inclinación por la intriga cercana al melodrama o la ejecución envejecida de ciertos pasajes físicos (luchas y huidas) no es suficiente rémora para soslayar los méritos de este notable ejemplo de cine negro, siempre a reivindicar al igual que la mayor parte de la trayectoria profesional de su director. Cine serio, elaborado con garra y tensión y dominado por un ambiente perfectamente construido cuando apuesta por adentrarse en el territorio del más puro cine negro. Título obligado para los aficionados al género negro que se precien de serlo y que ya recibe homenajes como el que le tributa Brian Azzarello en su aclamada e imprescindible serie, 100 Balas.
Las imágenes se han encontrado en la Red tras búsqueda con Google y se utilizan únicamente con fines de ilustración. Los derechos están reservados por sus creadores.
La Senda Tenebrosa merece ser reconocida como más que una de las colaboraciones de la legendaria pareja formada por Bogart y Bacall, quizá la menos conocida o recordada y, seguro, la menos valorada a nivel de crítica y público. La obra que nos ocupa es una buena película, una de esas piezas que se erigen en clásicos menores, más allá de contar con la presencia de Bogart, ya consolidado como elemento central de las películas en las que interviene y ya elemento iconográfico del género negro al que su sola aparición define y ello pese a su extensa filmografía. El relato queda forzado en su vertiente romántica por la impostura que supone la simplificación a la que se ve sometido respecto al material original de Goodis en aras de la comercialidad y la explotación de la presencia de la mítica pareja y es cierto que concluye de modo anticlimático pero recoge, a la vez que rompe, con las convenciones del género. Por un lado, antes del remate innecesario que supone la última escena de reunión final, la historia presenta un héroe alejado del protagónico "noir", el fatalismo que domina a los principales de estos relatos queda diluido por desarrollarse aquí como causa externa a aquél, tampoco se dan cita los arquetipos del género (acaso una suerte de mujer fatal) pero, por el otro, La Senda Tenebrosa es una parada obligatoria en el itinerario negro ya que en ella tienen cabida mecanismos propios de este tipo de ficciones: la única vía de escape para el héroe es, como tantas veces, el territorio de América del Sur y/o la descarnada visión del mundo urbano que nos ofrece, jungla poblada por una extraña galería de personajes, por cierto, unos caracteres personificados por un elenco de actores secundarios excelsos que ejecutan sus roles de manera notable en unos casos y superlativa en otros: Bruce Bennett, siempre correcto desde su atalaya natural, Rory Mallinson estupendo como el fiel amigo, Tom D'Andrea en la piel de un sorprendente aliado que encuentra el sufrido personaje principal, Douglas Kennedy ejerciendo de curioso e implacable policía en uno de los momentos más efectivos de la película, el ratero de tres al cuarto Clifton Young cuyo final en la vida real parece un juego macabro del destino si consideramos las escenas que ocurren en la habitación del hotel, en las que intenta acosar al héroe, el citado Stevenson y la misma Moorehead. Un catálogo de seres humanos que pululan por la urbe iluminada por Sidney Hicox y que pueblan este relato en el que se encadenan situaciones sin solución de continuidad. Únicamente cuando la historia apuesta por la vertiente melodramática decae en interés. Precisamente es esta vis, explorada en otras renombradas ocasiones por el cine negro, la que imposibilita el crecimiento de la semilla negra que anida en el interior de la película. Vertiente que apura el filón de la dupla estrella pero que impide que la intriga negra, que la atmósfera y situaciones características del género acaben poseyendo el alma de la propuesta. No obstante, el trabajo de Daves descolla por el nervio que demuestra en la construcción de un ambiente enmarcado en el negro más absoluto, la energía que desprende la resolución con la que ejecuta algunas escenas y el hallazgo que supo encontrar y que suponen las localizaciones de la ciudad integradas como uno de los ejes vertebradores de la historia. La inclinación por la intriga cercana al melodrama o la ejecución envejecida de ciertos pasajes físicos (luchas y huidas) no es suficiente rémora para soslayar los méritos de este notable ejemplo de cine negro, siempre a reivindicar al igual que la mayor parte de la trayectoria profesional de su director. Cine serio, elaborado con garra y tensión y dominado por un ambiente perfectamente construido cuando apuesta por adentrarse en el territorio del más puro cine negro. Título obligado para los aficionados al género negro que se precien de serlo y que ya recibe homenajes como el que le tributa Brian Azzarello en su aclamada e imprescindible serie, 100 Balas.
Las imágenes se han encontrado en la Red tras búsqueda con Google y se utilizan únicamente con fines de ilustración. Los derechos están reservados por sus creadores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario