27/1/17

La Ciudad de las Estrellas /La La Land

La La Land, EEUU, 2016, Ryan Gosling, Emma Stone, Rosemary DeWitt.
Antes de comenzar debo hacer un par de puntualizaciones. Por una parte, reconozco mi posicionamiento parcial respeto a esta película ya que desde el momento en el que descubrí el tráiler de manera casual vía Internet (antes de la lluvia de nominaciones a los Oscar y de la gala de los Globos de Oro) pensé que se trataba de un claro homenaje al cine clásico que suele ocupar este espacio, ergo, se convirtió para mí en necesidad vital su visionado. En aquel momento, con sólo haber disfrutado de esos segmentos de metraje seleccionados para su promoción el tremendo éxito que está viviendo la propuesta me resultó poco menos que impensable. En segundo lugar, habiendo asistido ya a su proyección en la sala correspondiente (por favor, véanla en versión original) pienso que para su mayor deleite es necesario cierto bagaje cinematográfico por parte del espectador. Ojo, no se me entienda mal, me refiero a que la obra, efectivamente, está plagada de referencias al cine de una época, no ya únicamente musical sino mas bien a todo ese período en su conjunto, unas alusiones introducidas de una u otra manera como emotivo y nostálgico tributo y que acaban por convertirse en un apasionante juego cinéfilo que, sin embargo, puede pasar desapercibido para quien carezca de ese bagaje al que me refiero. No obstante, todas estos guiños podrían picar la curiosidad de los que se hayan acercado a esta película porque parece que toca verla. Por ella desfilan de manera explícita imágenes simbólicas de muchos musicales pero también aparecen incontables alusiones a obras de visionado obligatorio (La Fiera de mi Niña) que bien se ponen en boca de los personajes o bien se presentan como elementos de atrezo (el cartel de Forajidos, obra seminal del género negro tan en boga en estos días, colgado en la pared de la casa de una de las protagonistas). Y esto son sólo dos ejemplos.


La figura fundamental de Busby Berkeley,
uno de tantos referentes que aparecen en
La La Land
Por lo tanto, mis sospechas fueron certezas, algo que se confirma ya a las primeras de cambio con la introducción del logo de Cinemascope, la primera imagen con la que se topa el espectador en esta propuesta firmada por Damien Chazelle cuyo primer ballet, por otra parte, transmite la vitalidad tan propiamente genuina del género musical clásico, y ello a pesar de ciertos movimientos de cámara característicos de hoy, demasiado sincopados, en los que el joven realizador volverá a insistir en otro momento, un poco más adelante, cuando la protagonista acude a una fiesta ante la insistencia de sus amigas. Excesos en los que, afortunadamente, la película no se prodiga mucho más.


Continuos elementos metacinematográficos
Mitad comedia romántica (ese tipo de películas al que parte de la audiencia de nuestros días adora) y mitad musical (género que de vez en cuando parece querer volver y que siempre ha explicitado cualidades oníricasLa La Land esquiva los habituales vericuetos lacrimógenos y recursos empalagosos de las primeras para desplegar una recreación acompasada a nuestros días de los segundos pero, insisto, desde el respeto y la admiración, no sé si, quizá también, desde la añoranza.


Comedia romántica que describe una relación
alejada de los clichés actuales
Dosificados ambos, comedia romántica y musical, no se abusa de la primera aunque exista una muy mínima (por lo inevitable) presencia de aspectos sentimentalistas y, respecto al segundo, ni tan siquiera se atisba voluntad por modernizar el género, mucho menos actitudes transgresoras, aunque se opte por el enmascaramiento de algunos de los números musicales con interesantes juegos de luces para simplificar su ejecución o, se decida dejarlos llanamente como piezas cantadas. Por aquí se reúnen, como ya se ha dicho, números musicales icónicos que tributan a Berkeley o a Kelly, entre otros, integrándose en el discurso narrativo del modo en que lo hacían en la época de esplendor del género. Las (pocas) coreografías y canciones avanzan la acción (como el número que transcurre en la casa que la protagonista comparte con sus amigas y en el que Chazelle se atreve con un plano cenital à la Berkeley) o muestran los sentimientos de los protagonistas (aquella que se desarrolla cuando la pareja comienza a relacionarse tras una fiesta). La partitura de Justin Hurwitz, aunque quizá a veces demasiado insistente y apoyada en un piano persistente, resulta acertada y se consigue crear un leitmotiv para la pareja y para el conjunto de la película. Igualmente, la ciudad de Los Angeles (otra representante genuina de sueños) queda perfectamente incorporada en la acción narrativa y los escenarios en los que se desenvuelven los protagonistas cobran dinamismo relatándonos el estilo de vida y lo que sienten estos, elemento este del contexto que recuerda poderosamente a muchas de las obras del cine clásico homenajeado. La urbe californiana se convierte así en otro protagonista. Una construcción de personajes principales que en el caso del encarnado por Ryan Gosling alcanza carácter ejemplar, y el actor le saca partido con su composición merecedora de aplauso.


Epítome del romanticismo Sebastian es todo un caballero andante
que aporta su magia a quien le rodea.
La película concluye de manera estupenda, pese al borrón que supone la representación aceptada de la vida en pareja, con un número que nos lleva directamente al corazón de aquellos ballets con que se cerraban grandes clásicos del musical, un epitafio que alcanza a capturar la cualidad mágica del género y que condensa toda la carga emotiva y nostálgica ya desarrollada a lo largo del metraje por Chazelle. Sin duda, un digno colofón a una más que meritoria película, un "blockbuster" que no tiene nada que ver con otros producidos por la fábrica de Hollywood que también han coleccionado nominaciones en los famosos Oscar. !Qué diferencia con Avatar, por ejemplo! Aquella auténtica tomadura de pelo, reproductora de los estereotipos más zafios del cine de acción a los que disfrazaba para más inri de pseudomística y pesudoecologismo. Por contra, en la película de Chazelle podemos retrotraernos a unos tiempos en los que el cine, pese a su innegable voluntad escapista y su producción industrial, se concebía de manera distinta e, incluso, podemos llegar a sentir por momentos lo que probablemente sentirían los espectadores de aquella época.





Las imágenes se han encontrado tras búsqueda con Google y se utilizan, únicamente, con fines de ilustración.

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