14/3/13

El Extraño


The Stranger, Orson Welles, 1946, EEUU, Edward G. Robinson, Loretta Young, Orson Welles.

Despachada generalmente como una pieza menor en la filmografía de Orson Welles y ninguneada en parte por críticos y aficionados (y parece ser por el propio cineasta) El Extraño es un digno ejercicio cinematográfico en el que se pueden rastrear pistas que dirigen directamente al espectador hacia el universo "wellesiano". Desde luego, en esta película, que es cierto que contiene algún elemento endeble, se atisba el poderío visual del cine de Welles, cimentado en los extraordinarios contrastes de sombras (la labor de Russel Metty con la fotografía en clave baja propia del género negro es, en este punto, inestimable) o los encuadres forzados, características propias de su cine que, presentes en este trabajo, siquiera anuncian de manera potencial la visión cinematográfica de este gran realizador. Cierto es que el primer proyecto cinematográfico acometido por Welles tras su regreso a los EEUU, una vez concluido su periplo por Brasil para rodar la inicial de una larga lista de ideas inconclusas (el documental It's All True), es, posiblemente, su filme más comercial como lo refrenda el hecho de ser su única película que consiguió beneficios económicos ya desde el momento de su estreno pero en él se plantean ciertas cuestiones estéticas y morales muy propias de su singular personalidad. Por supuesto, uno se termina preguntando hasta dónde podrían haber llegado las potencialidades visuales e, incluso, narrativas que se sugieren en esta película si el gran cineasta que fue (y es) Welles hubiera tomado el timón de la nave con plena libertad. Cuestión que, por otra parte, también se puede plantear referida al conjunto de su obra. Sea como fuere, El Extraño es, como se ha apuntado, una película merecedora de cierta atención merced a una serie de aciertos, especialmente visuales, bajo los que se intuye subyacente el genio de su director que, por otro lado, también demuestra su querencia por encarnar cierto tipo de personajes. El buen cinéfilo, a buen seguro, guarda en su memoria algún detalle relacionado con esta propuesta y, de igual modo, no tardará en evocarse desde su retina una u otra imagen de las que conforman el filme de Welles más "hitchcokiano". Quizá, por esto último El Extraño fue el producto más exitoso de Welles. Una parada obligatoria para recuperar crédito a ojos de la industria de Hollywood tras el escaso rendimiento comercial de su magna ópera prima y el fiasco en taquilla de su segundo largometraje. El gran cineasta se encontró ante la tesitura de enfrentar un proyecto convencional sobre el que, no obstante, supo volcar ciertas constantes idiosincráticas. Una película menos arriesgada si se quiere pero efectiva. Una historia más o menos común que termina abundando en el ciclo de mujeres en peligro pero que también anuncia otro, el de los Nazis de incógnito en la posguerra e incorpora elementos pioneros como la utilización de fragmentos reales de documentales de los campos de concentración. Todo ello, tutelado por el dominio absoluto que Welles ejercía sobre el lenguaje del medio en su aspecto visual. Una concepción visionaria sobre el arte cinematográfico impelida por la iluminación de raíz expresionista, los inusuales encuadres o el uso de grandes angulares y largos planos-secuencia, entre otros elementos. Una catarata de recursos que dotan al cine de Welles de personal apariencia y lo revisten de indiscutible poderío formal.


El Extraño, una buena película. Seguramente recordada con cariño por muchos espectadores desprovistos de purismo que advierten en ella un correcto ejemplo de suspense con tintes de cine negro, son capaces de apreciar unas consistentes actuaciones en su dúo masculino protagonista (Edward G. Robinson, un actor sobrio y competente para encarnar todo tipo de papeles, desde los "Rico" Bandello y Johnny Rocco hasta implacables agentes de seguros, y, por supuesto, Orson Welles, particular y magnético como siempre),  audiencia que alcanza a apreciar el virtuosismo visual exhibido (que, dicho sea de paso, en ocasiones alcanza grandes cotas que permanecen imborrables en el recuerdo) dejándose subyugar por él. Público que, en definitiva, disfruta del intento de Welles por demostrar que podía ser un director productivo o rentable para los estudios. Pero, no podía ser de otro modo, la tentativa por la que el genio se comporta obediente tras la reprimenda trasciende el mero ámbito comercial para apuntar virtudes estético-formales y narrativo-dramáticas notables. Entre las primeras, ya se ha dicho, el corsé impuesto no impide la profusión de composiciones basadas en la estudiada posición de la cámara e iluminación sui géneris, un hábil uso del montaje (a cargo de Ernest Nims) o emplear el recurso de unos primeros planos cerrados, agobiantes. En el segundo grupo, la estupenda creación, mediante muchas de las anteriores herramientas, del sentimiento de una pequeña comunidad y de los inquietantes secretos que puede ésta esconder bajo su epidermis sitúa a El Extraño en una interesante línea ya explorada por Hitchcock y traslada la paranoia vivida en la época, y ejemplarizada por el interés del cine por saber de la vida de los Nazis una vez terminada la II Guerra Mundial, a un nivel mucho más perturbador por no necesitar de localización exótica alguna- la guarida del monstruo puede ser la casa vecina-.


Rodada en un período de fecundidad artística y creativa, tanto en el cine como en el teatro y la radio, por parte de uno de los cineastas más relevantes de todos los tiempos, El Extraño pese a desvelar la identidad de uno de los personajes centrales relativamente pronto, consigue mantener cierto suspense y tensión aún perdiendo fuerza en algunos momentos y alumbrada con los juegos de luces y sombras característicos del negro y, ciertamente, del mismo Welles, quien además de aportar estilización formal a la función, la dota de cierta ambigüedad que comienza ya en su título, se deja ver con agrado, destilando por el camino chispazos de gran cine que aseguran que la obra es más de Welles de lo que se dice.

Las imágenes se han encontrado en la Red tras búsqueda con Google y se utilizan únicamente con fines de ilustración. Los derechos pertenecen a sus creadores.

4 comentarios:

  1. Como señalas, es un Welles quizás menor pero muy digno y con escenas tan brillantes como el final en la torre del reloj. Saludos.

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    1. Efectivamente, ricard, en la reseña he intentado reivindicar esta digna pieza menor. Saludos.

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  2. Siempre me ha parecido que el bache de la película es el gúión, pero siendo como fue mutilado varias veces no es de extrañar, visualmente es un peliculón y ese final en el reloj es como dice ricard brillante.
    Saludos.

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    1. Si, algunas de las propuestas de Welles para la historia como el prólogo en Suramérica y que el agente fuera interpretado por una mujer fueron rechazadas pero al final pudo incluir algún que detalle que estampan en esta película su sello personal. Veo que el celebrado final en el campanario es uno de esos momentos grabados en la memoria. Saludos, querido Addison.

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