Red River, Howard Hawks & Arthur Rosson, 1947, EEUU, John Wayne, Montgomery Clift, Joanne Dru.
La llegada del -posiblemente- realizador más versátil del Hollywood clásico al género americano por excelencia no pudo tener más resultado que un producto básico en el que confluyen elementos tipo del género en cuestión colmados de su particular idiosincrasia. Es, sin duda alguna, Howard Hawks un cineasta que casi siempre supo volcar en sus filmes sus preocupaciones vitales y su misma "filosofía de vida". Y ello, aunque rodara bajo las directrices de los estudios o se moviera por las coordenadas del cine más comercial, como bien pudiera ser el caso de esta aventura épica, todo un compendio del más genuino Western y una de las más reputadas obras que de este género se produjeron en los años cuarenta e, incluso, podríamos asegurar que a lo largo de la historia. Tomando como punto de partida la historia de Borden Chase, quien ejerce de co-guionista con Charles Schnee, Hawks despliega su estilo ágil y natural para, por un lado, narrar las peripecias de los vaqueros que conducían el ganado de Texas a Kansas después de la Guerra de Secesión, y, por el otro, sumergirse de nuevo en los valores de la lealtad, la solidaridad y el compromiso hacia un objetivo común en pos del cual el grupo deberá eludir constantes peligros y aprender a vivir con la presencia de la muerte. Si bien es en otro filme anterior cuando el tratamiento de estos aspectos alcanza cotas excelsas no es menos cierto que en esta historia de trashumancia americana Hawks insiste con meridiana claridad en ellos. Los paralelismos entre estas dos películas prosiguen si atendemos a los caracteres de los personajes centrales encarnados, allí, por Cary Grant y, aquí, por el debutante Montgomery Clift; ambos son líderes comprensivos y vivos ejemplos de ciertas cualidades necesarias para ejercer como tales, los dos, hasta cierto punto, ocultan sus sentimientos en aras de la cohesión de la comunidad (en el caso de Clift aún se añade la lealtad que le debe a su padre adoptivo, interpretado por un sobrio John Wayne, icono del vaquero en el celuloide). Dos obras que corren paralelas también en la integración del paisaje en la acción y que, asimismo, coinciden en la innecesaria inclusión desde el punto de vista dramático de la sub-trama romántica, pese a la habilidad de Hawks en dotarla de cierta complejidad en la aventura de los pilotos de aviación o de imbricarla en la narración a través de la vivencia de los mismos hechos por los dos personajes principales en la de los vaqueros.
Howard Hawks es un maestro en la acción y la aventura, un magnífico narrador de historias a las que hace fluir con enérgica naturalidad, de manera sobria, sin alharacas, siempre con sentido del humor a la hora de verter sus dinámicos ideales en su obra, un tipo que empezó desde muy pronto en el negocio del cine y que supo rentabilizar sus experiencias, aficiones e ideas personales a la hora de plasmarlas en la pantalla. Y, por supuesto, era capaz de pasar de un género a otro con pasmosa facilidad, quizá este sea uno de los motivos por el que su desembarco en el Western se desarrollara con muchas de las características del género presentes pero también con la expresión de su ideario visible. Por eso es Río Rojo prototipo máximo de una época del Western, aquella en la que ya disfruta de prestigio y en la que su complejidad dramática lo empuja hacia su madurez, pero a un mismo tiempo funciona como vehículo que le sirve a su director como medio de expresión de sus preocupaciones vitales. Y por eso, en Río Rojo, tienen cabida principios fundamentales del Western, sea de manera implícita o corpórea, tales como la venganza, la violencia del agreste y salvaje entorno, la colonización y la lucha contra los indios, la misma Guerra de Secesión o los viajes iniciáticos, junto con valores tan "hawksianos" como la camaradería, la lealtad o la profesionalidad. Western en puridad, ya desde su localización geográfica y su ubicación temporal y por interpretar acontecimientos históricos revistiéndolos de mítica (la inolvidable y reconocida secuencia de montaje que supone el pistoletazo de salida del viaje del ganado) en el que Hawks estampa su ex libris y despliega la pericia que caracteriza a su cine. Esto es Río Rojo, epítome tamizado de un género siempre presente con A o con B en el cine norteamericano y de enorme impacto en la cultura de los EUA, tanto en la génesis del sentimiento de identidad colectiva como para la adopción de patrones de comportamiento o en la creación de mitos a través de su temática que supone el encuentro de la historia con la leyenda o, en otras palabras, la interpretación legendaria o la idealización épica de hechos históricos. Un territorio acotado con rotundidad en el que Hawks palmariamente y sin disimulo absorbe maneras "fordianas" (véase el elenco de secundarios asiduos de Ford, la misma presencia de Wayne y la ideología del personaje representado por él o la mayestática constancia del paisaje) deslizando su particular visión y, ya de paso, agrietando, aunque sea levemente, las posibilidades de formación de las sociedades: el diálogo, la comprensión y la adaptación a las necesidades comunes deberían (al menos) en determinado momento copar el lugar de la fuerza y la violencia. La confrontación se sirve como preludio del choque generacional que inundaría el cine norteamericano dos décadas después y que aquí queda identificado en los rasgos del binomio John Wayne-Montgomery Clift. El primero, esa imponente presencia que inaugura una etapa en su carrera de mayor complejidad con este Tom Dunson agrio y tiránico, monomaníaco empeñado en cazar a su ballena blanca, pero cuyas motivaciones y sufrimientos el espectador conoce sin poder llegar a condenar su conducta brutal y despiadada, asiste a la rebelión del segundo, paradigma del actor herido en su interior, del ser vulnerable que expande hasta el infinito su innegable atractivo físico, pero que aquí se desenvuelve como otro tipo duro (a fin de cuentas estamos ante una película clásica de vaqueros).
Como también es cierto que estamos ante una muestra de cine comercial que impide cargar las tintas contra Dunson (tengan en cuenta que es John Wayne, toda una estrella) y condenar sus métodos expeditivos tan sintónicos con la visión que gran parte de la sociedad estadounidense tiene sobre la colonización del Oeste americano, circunstancia que afecta al componente dramático del relato, restándole fuerza, y que, posiblemente, propicia la desconcertante conclusión de éste. El extraño final feliz condiciona la virulencia de la narración pero también algunas de las distintas capas de Dunson/Wayne operan como factores que abogan por salvaguardar la imagen del actor, dificultando que otras de calado dramático y narrativo copen todo el espectro del hilo argumental y completen el perfil psicológico del personaje. Así las cosas, Hawks sí acierta en confrontar al padre y al hijo adoptivos cultivando la semilla del desencuentro a medida que aquel ejecuta actos despóticos á la Bounty pero el relato pierde intensidad con la pretendida búsqueda de venganza, que eso sí, deja la imagen antológica de Wayne avanzando entre las vacas y apartando impasible estas de su camino a manotazo limpio. Y es poco después de estallar la rebelión cuando se introduce la historia romántica que debe tener (o suele tener) el cine comercial y a la que Hawks confiere cierto empaque al, como se ha dicho antes, engastar su función dramática como paralelismo entre el pasado de los dos hombres, por una parte, y, por la otra, al rematar la historia con el inesperado desenlace que no hace sino poner de relieve, una vez más, el poder de la mujer "hawksiana". Una conclusión seguramente anticlimática, acelerada y abrupta que difiere de la novelada historia original y que pretende resolver una situación de tensión con una nota de pretendido sentido del humor. Sin duda, algo inesperado para el espectador. Y este curioso final no es el único cuerpo extraño ya que por el camino Hawks nos deja una extraña escena homoerótica con "el tiro a la lata" que protagonizan el pistolero Cherry Valance (un correcto y chulesco John Ireland) y el personaje de Clift.
No obstante lo antedicho respecto a la construcción dramática de la venganza o el arco argumental sentimental (es llamativo que las escenas protagonizadas por una dura pero entregada a su causa Joanne Dru funcionen mejor con Wayne que con Clift) lo innegable es que estamos ante una película fluida, amena y espectacular cuyas más de dos horas de duración parecen menos por condensar el espíritu épico y de aventura y desarrollar la acción mediante escenas tan impactantes y logradas como la de la estampida o la del paso del río y/o aderezando el conjunto con el asueto del humor tipificado en el magnífico desdentado Groot de ese secundario legendario que es Walter Brennan. Río Rojo es una obra comercial de éxito en su estreno y que goza de gran reconocimiento a día de hoy entre la crítica especializada, una película, en fin, que permite disfrutar del universo personal de un gran cineasta que siempre supo trasladar a cualquiera de sus filmes su sentido de la vida con una maneras nada pretenciosas. Aquí, en una aventura de inesperada modernidad -a pesar de las transparencias- que podría perfectamente pasar por uno de los productos protagonizados por Scwharzenegger o Willis -recuerden la frase que espeta en cierto momento de la acción Clift a otro vaquero sobre la taza de café que habían convenido tomar poco antes- Hawks se muestra seguro de sí mismo y demuestra su conocimiento del medio cinematográfico que le sirve para construir un relato de aventura vital y rebeldía, con acción y ritmo trepidantes y dosis de humor, espectacular en ocasiones, y natural casi siempre, entretenido y que le da para reflexionar sobre la lealtad, la amistad, el compañerismo y la unión para lograr una meta conjunta. Los amantes del cine clásico y los seguidores del Western tienen una casa de postas obligatoria en esta Río Rojo. Y qué decir de los/las fans de Clift.
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Viene a ser la quintaesencia del género.
ResponderEliminarPues, sí, especialmente de esa época anterior a la explosión de tipos como Mann o Daves y, por supuesto, a la madurez auto-crítica y/o al revisionismo posterior de leyendas y/o nuevos valores. Un cordial saludo.
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