Force of Evil, Abraham Polonsky, 1948, EEUU, John Garfield, Thomas Gomez, Marie Windsor.
A la hora de abordar cualquier comentario sobre uno de los títulos emblemáticos del ciclo negro americano y obra de culto para buena parte del aficionado al género es inevitable hacer referencia a uno de los episodios más siniestros que se han dado en la historia del cine: la Caza de Brujas, persecución política instigada por los sectores más reaccionarios de la sociedad norteamericana que cercenó la carrera de muchos profesionales de Hollywood y que alcanzó máxima virulencia a principios de los años cincuenta con la segunda ronda de declaraciones ante la Comisión de Actividades Antiamericanas (HUAC, por sus siglas en inglés). Un clima de delación imbuido desde la histeria ante el Terror Rojo se instaló en la colonia de los profesionales del cine en los EEUU y derivó en las tristemente famosas listas negras de las que ni el director y co-guionista del filme que nos ocupa, ni su intérprete principal pudieron librarse. Es Polonsky uno de los cineastas malditos de Hollywood por este motivo, única causa por la que fue impedido para proseguir su trayectoria profesional con normalidad pese a firmar (o por firmar) esta interesante obra que protagoniza otro hombre marcado por las maniobras de la HUAC, John Garfield, actor salvaje que abrió el camino a tipos como Brando o Clift y cuyo prematuro fallecimiento siempre se ha relacionado con la presión a la que fue sometido durante y después del proceso que lo llevó a testificar ante la Comisión. Ambos ya habían colaborado el año anterior en otro título mítico del negro (Cuerpo y Alma) producido como este por el estudio independiente del actor, The Enterprise Productions, si bien Polonsky ejerció en aquella ocasión únicamente como escritor del libreto, labor que le valió para ser nominado al Oscar y para consolidar una sólida reputación profesional que le posibilitó dar el salto a la dirección, precisamente, con esta aproximación al oscuro mundo de las apuestas clandestinas repleta de una violencia seca y dura y un claro poderío visual. Otro relato urbano del género negro dominado por los expresionistas juegos con la iluminación en su aspecto formal y por sombras de la naturaleza humana en su vertiente moral.
A través de una economía plasmada en el desarrollo sincopado del argumento Polonsky captura la angustia existencial del ser humano y es capaz de denunciar la corrupción del sistema capitalista situando la acción en su centro neurálgico, el barrio neoyorquino de Wall Street. Es desde aquí desde donde Joe Morse, el abogado encarnado por Garfield, ayuda a blanquear el dinero de un nuevo tipo de gángster que en una evolución respecto al representado en el cine de la década anterior ya se dedica a las finanzas y que, asimismo, con la fuerza del dinero logrado a través de sus actividades ilegales gestiona, a partir de los consejos profesionales de ambiciosos abogados como el protagonista, negocios dentro de la más escrupulosa legalidad. Un planteamiento argumental en el que no poca gente ve toda una andanada contra el sistema capitalista que permite, cuando no promueve, estas situaciones. En cualquier caso, la película incide en la temática y formas características del ciclo negro norteamericano denunciando la corrupción de una sociedad que ha perdido la inocencia y que vive dominada por el pesimismo ante la degradación moral de los individuos. Si acaso en una conclusión en la que Joe toma conciencia entra un hálito de esperanza. Las imágenes poderosas que se deslizan sobre los escenarios, sucios y naturales, de la ciudad de Nueva York, extrayendo de ella su enorme potencial para el género negro, otorgan cuerpo a una obra mítica, dura y concisa cuyos latigazos de violencia no hacen más que confirmar que no hay escapatoria posible para unos personajes sobrepasados por las circunstancias y sin ninguna capacidad de control sobre éstas. Todos los elementos del género negro que Polonsky destila en plena Caza de Brujas, desde la narración en "off", la presencia de la acostumbrada "devora-hombres" -incorporada por una de esas actrices que parecen nacidas para el género, la gran Marie Windsor-, el admirable trabajo de George Barnes en la fotografía, se conjugan con su evidente habilidad cinematográfica y su aguda capacidad crítica y consiguen construir una ficción criminal teñida de crítica sociopolítica envuelta como drama familiar y aderezada con su oportuna sub-trama romántica, una obra, en fin, que hoy día se considera de culto en el mentidero negro, uno de esos títulos míticos de este género que continua con el máximo predicamento y prosigue su desarrollo por diferentes caminos beban o no del clasicismo más absoluto.
Abraham Polonsky, cineasta marcado por acogerse a la V Enmienda del Bill of Rights de su país en su comparecencia ante la HUAC el 25 de Abril de 1951 y que, por ello, tardaría una veintena de años en volver a ponerse tras las cámaras -dos décadas en las que se buscaría la vida en la televisión o, como tantos otros, escribiendo guiones bajo seudónimo- rodó su ópera prima en una época convulsa para una industria de Hollywood nerviosa por la promulgación de leyes anti-monopolio, la feroz competencia de la TV, o la misma Caza de Brujas que, probablemente, auto-impuso en la práctica la aparición de la censura entre los profesionales del sector como mecanismo de defensa destinado a no padecer ningún tipo de represalias (el propio Polonsky calificaría años más tarde al período comprendido entre 1951 y 1952 como el Año del Miedo dejando constancia del clima enrarecido que se vivía en la colonia de Hollywood). Un ambiente que se enmarcaba en el general de la sociedad estadounidense y del que la HUAC no hizo más que ser una de sus cabezas visibles asegurando el sentimiento hacia hechos históricos como el fin de la Guerra Civil China o la detonación de la primera bomba atómica soviética, y un contexto, en fin, que posibilitó la constitución de la OTAN y generó conflictos como el de Corea. No es de extrañar que en esa vorágine anti-comunista germinaran leyes, se dictaran disposiciones y se dieran sonados casos de espionaje que debieran abrir el campo de la reflexión crítica (¿quién vigila a los vigilantes?). Tanto el director y co-guionista como el actor principal (y co-productor) de esta película fueron dos de las más reconocidas víctimas del Maccarthysmo, quizá por ello esta película trascienda el ejercicio cinematográfico para levantar acta del período de terror que sacudió al cine norteamericano. La Fuerza del Destino, basada en la novela de otro hombre señalado por la HUAC, Ira Wolfert, quien participó en la redacción del libreto, narra un relato criminal protagonizado por un tipo rudo, cínico y ventajista que busca sacar tajada y acaba viviendo su particular descenso a los infiernos y, por otro lado, en el desarrollo de esta ficción se opta por situar el mundo corrupto dominado por la codicia en el que se desenvuelven sus personajes en pleno manantial de los recursos del capitalismo. Un atrevimiento de contenido que se complementa con la brillantez formal, en la que destacan, como se ha dicho, los habituales y expresionistas juegos con sombras, los encuadres agresivos, un soberbio diseño de producción dirigido por Richard Day y las interpretaciones de la citada Marie Windsor y del extraordinario Thomas Gomez, en una propuesta servida por un realizador maldito que queda enclavada en el corazón del género negro.
Las imágenes se han encontrado con Google y se utilizan únicamente con fines de ilustración. Los derechos pertenecen a sus creadores.
A través de una economía plasmada en el desarrollo sincopado del argumento Polonsky captura la angustia existencial del ser humano y es capaz de denunciar la corrupción del sistema capitalista situando la acción en su centro neurálgico, el barrio neoyorquino de Wall Street. Es desde aquí desde donde Joe Morse, el abogado encarnado por Garfield, ayuda a blanquear el dinero de un nuevo tipo de gángster que en una evolución respecto al representado en el cine de la década anterior ya se dedica a las finanzas y que, asimismo, con la fuerza del dinero logrado a través de sus actividades ilegales gestiona, a partir de los consejos profesionales de ambiciosos abogados como el protagonista, negocios dentro de la más escrupulosa legalidad. Un planteamiento argumental en el que no poca gente ve toda una andanada contra el sistema capitalista que permite, cuando no promueve, estas situaciones. En cualquier caso, la película incide en la temática y formas características del ciclo negro norteamericano denunciando la corrupción de una sociedad que ha perdido la inocencia y que vive dominada por el pesimismo ante la degradación moral de los individuos. Si acaso en una conclusión en la que Joe toma conciencia entra un hálito de esperanza. Las imágenes poderosas que se deslizan sobre los escenarios, sucios y naturales, de la ciudad de Nueva York, extrayendo de ella su enorme potencial para el género negro, otorgan cuerpo a una obra mítica, dura y concisa cuyos latigazos de violencia no hacen más que confirmar que no hay escapatoria posible para unos personajes sobrepasados por las circunstancias y sin ninguna capacidad de control sobre éstas. Todos los elementos del género negro que Polonsky destila en plena Caza de Brujas, desde la narración en "off", la presencia de la acostumbrada "devora-hombres" -incorporada por una de esas actrices que parecen nacidas para el género, la gran Marie Windsor-, el admirable trabajo de George Barnes en la fotografía, se conjugan con su evidente habilidad cinematográfica y su aguda capacidad crítica y consiguen construir una ficción criminal teñida de crítica sociopolítica envuelta como drama familiar y aderezada con su oportuna sub-trama romántica, una obra, en fin, que hoy día se considera de culto en el mentidero negro, uno de esos títulos míticos de este género que continua con el máximo predicamento y prosigue su desarrollo por diferentes caminos beban o no del clasicismo más absoluto.
Abraham Polonsky, cineasta marcado por acogerse a la V Enmienda del Bill of Rights de su país en su comparecencia ante la HUAC el 25 de Abril de 1951 y que, por ello, tardaría una veintena de años en volver a ponerse tras las cámaras -dos décadas en las que se buscaría la vida en la televisión o, como tantos otros, escribiendo guiones bajo seudónimo- rodó su ópera prima en una época convulsa para una industria de Hollywood nerviosa por la promulgación de leyes anti-monopolio, la feroz competencia de la TV, o la misma Caza de Brujas que, probablemente, auto-impuso en la práctica la aparición de la censura entre los profesionales del sector como mecanismo de defensa destinado a no padecer ningún tipo de represalias (el propio Polonsky calificaría años más tarde al período comprendido entre 1951 y 1952 como el Año del Miedo dejando constancia del clima enrarecido que se vivía en la colonia de Hollywood). Un ambiente que se enmarcaba en el general de la sociedad estadounidense y del que la HUAC no hizo más que ser una de sus cabezas visibles asegurando el sentimiento hacia hechos históricos como el fin de la Guerra Civil China o la detonación de la primera bomba atómica soviética, y un contexto, en fin, que posibilitó la constitución de la OTAN y generó conflictos como el de Corea. No es de extrañar que en esa vorágine anti-comunista germinaran leyes, se dictaran disposiciones y se dieran sonados casos de espionaje que debieran abrir el campo de la reflexión crítica (¿quién vigila a los vigilantes?). Tanto el director y co-guionista como el actor principal (y co-productor) de esta película fueron dos de las más reconocidas víctimas del Maccarthysmo, quizá por ello esta película trascienda el ejercicio cinematográfico para levantar acta del período de terror que sacudió al cine norteamericano. La Fuerza del Destino, basada en la novela de otro hombre señalado por la HUAC, Ira Wolfert, quien participó en la redacción del libreto, narra un relato criminal protagonizado por un tipo rudo, cínico y ventajista que busca sacar tajada y acaba viviendo su particular descenso a los infiernos y, por otro lado, en el desarrollo de esta ficción se opta por situar el mundo corrupto dominado por la codicia en el que se desenvuelven sus personajes en pleno manantial de los recursos del capitalismo. Un atrevimiento de contenido que se complementa con la brillantez formal, en la que destacan, como se ha dicho, los habituales y expresionistas juegos con sombras, los encuadres agresivos, un soberbio diseño de producción dirigido por Richard Day y las interpretaciones de la citada Marie Windsor y del extraordinario Thomas Gomez, en una propuesta servida por un realizador maldito que queda enclavada en el corazón del género negro.
Las imágenes se han encontrado con Google y se utilizan únicamente con fines de ilustración. Los derechos pertenecen a sus creadores.
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