Ladri di biciclette, Vittorio De Sica, 1948, Italia, Lamberto Maggiorani, Enzo Staiola, Lianella Carell.
Ejemplo prototípico del movimiento neorrealista italiano y reconocida como una de las películas más humanas que se han rodado a lo largo de la historia esta búsqueda iniciática que protagonizan un padre y un hijo es parada obligatoria para cualquier aficionado al cine que quiera serlo. De una simplicidad aparente pero de un calado emocional y social hondo el relato urdido por el gran ideólogo del neorrealismo Cesare Zavattini y por el realizador Vittorio De Sica, basado en una novela de Luigi Bartolini, sigue pudiéndose disfrutar de manera amena, continúa tan fresco como el día de su estreno y, sin duda alguna, es opción clara para acercarse a los postulados de la corriente que tanto influenció (y sigue haciéndolo) al cine mundial desde la Nouvelle Vague al Cinema Novo, pasando por el Free Cinema. Puede que, en este sentido, sea la opción más sencilla porque disponiéndose como crónica y testigo de una sociedad derrumbada no explora territorios ni límites formales y acaba discurriendo de una manera entretenida que apela a la ternura más emotiva sin caer ni por asomo en el sentimentalismo lacrimógeno. Buena parte del mérito recae, curiosamente, en apoyarse en los recursos narrativos del cine normativo, algo que se intentaba evitar desde el neorrealismo pero bastones casi siempre utilizados por algunos cineastas adscritos al movimiento del que no hay que olvidar su heterogeneidad, sin ir más lejos el espectro recoge desde la radicalidad de Rossellini hasta, precisamente, el humanismo de De Sica. En este caso, la focalización en el niño (un extraordinario Enzo Staiola) consigue dotar al relato realista de mayor peso emotivo y manifiesta la tensión de los postulados neorrealistas con el Modo de Representación Institucional, siguiendo la terminología de Noël Burch, que otros miembros de la corriente llevaron hasta extremos más lejanos. Aquí, en la muestra que nos ocupa, los elementos dramáticos mueven a la conciencia social y ayudan a desarrollar una madura y humanista crónica de una arruinada sociedad de posguerra. La tragedia diaria a la que se enfrenta la clase obrera con su lucha por sobrevivir se expone con sencillez y naturalismo, también con un cariz moral más que político pero que no impide su compromiso social.
Ejemplo prototípico del movimiento neorrealista italiano y reconocida como una de las películas más humanas que se han rodado a lo largo de la historia esta búsqueda iniciática que protagonizan un padre y un hijo es parada obligatoria para cualquier aficionado al cine que quiera serlo. De una simplicidad aparente pero de un calado emocional y social hondo el relato urdido por el gran ideólogo del neorrealismo Cesare Zavattini y por el realizador Vittorio De Sica, basado en una novela de Luigi Bartolini, sigue pudiéndose disfrutar de manera amena, continúa tan fresco como el día de su estreno y, sin duda alguna, es opción clara para acercarse a los postulados de la corriente que tanto influenció (y sigue haciéndolo) al cine mundial desde la Nouvelle Vague al Cinema Novo, pasando por el Free Cinema. Puede que, en este sentido, sea la opción más sencilla porque disponiéndose como crónica y testigo de una sociedad derrumbada no explora territorios ni límites formales y acaba discurriendo de una manera entretenida que apela a la ternura más emotiva sin caer ni por asomo en el sentimentalismo lacrimógeno. Buena parte del mérito recae, curiosamente, en apoyarse en los recursos narrativos del cine normativo, algo que se intentaba evitar desde el neorrealismo pero bastones casi siempre utilizados por algunos cineastas adscritos al movimiento del que no hay que olvidar su heterogeneidad, sin ir más lejos el espectro recoge desde la radicalidad de Rossellini hasta, precisamente, el humanismo de De Sica. En este caso, la focalización en el niño (un extraordinario Enzo Staiola) consigue dotar al relato realista de mayor peso emotivo y manifiesta la tensión de los postulados neorrealistas con el Modo de Representación Institucional, siguiendo la terminología de Noël Burch, que otros miembros de la corriente llevaron hasta extremos más lejanos. Aquí, en la muestra que nos ocupa, los elementos dramáticos mueven a la conciencia social y ayudan a desarrollar una madura y humanista crónica de una arruinada sociedad de posguerra. La tragedia diaria a la que se enfrenta la clase obrera con su lucha por sobrevivir se expone con sencillez y naturalismo, también con un cariz moral más que político pero que no impide su compromiso social.
La humilde sinopsis esconde una historia humana absoluta, de honesta y transparente emocionalidad que desvela las miserias de la sociedad italiana de la época, algo que el gobierno democristiano no estaba dispuesto a aceptar. Mostrar el drama de la vida cotidiana de muchos habitantes, de los pobres y marginados, no era plato de buen gusto para las autoridades italianas y la Ley Andreotti promulgada al año siguiente de realización de este filme, si bien permitía controlar la -hasta entonces masiva- importación de películas, también se encargó de institucionalizar el control gubernamental sobre las producciones cinematográficas nacionales y así velar por la imagen del país que se transmitía con ellas. Empero el paisaje en ruinas la reorganización de la industria cinematográfica italiana era un hecho y algunas compañías como la Lux apuestan por el neorrealismo, la reestructuración del sistema de producción conlleva la integración del movimiento en el aparato industrial y comercial verificando su relativo fracaso transformacional, inocuidad nada extraña si se relaciona con un somero análisis de los resultados electorales que proporcionaron la victoria de la Democracia Cristiana, esto es, la perpetuación del régimen económico de libre mercado y del peso de la Iglesia en lo político y social, según el historiador Adams Sitney. Un inmovilismo cinematográfico paralelo al político-social que no impide que el cine neorrealista, por un lado, cale a nivel mundial y que, por el otro, se deslice de manera meridiana un decidido empeño social por sus relatos, en palabras de su gran teórico Zavattini se trata de mostrar "al hombre en su aventura cotidiana". Así pues, los deseos de cambio comienzan por la descripción de la realidad, aunque para trazar la crónica sociológica se tenga que recurrir a los códigos clásicos normativos, en mayor o menor grado. El cine para los neorrealistas es una herramienta de transformación social, sin embargo, en el caso de De Sica tanto su humanismo como sus formas parecen alejarlo de la ortodoxia. El realizador de Ladrón de Bicicletas, que contaba con una amplia trayectoria como actor de comedias, que compaginó su carrera de intérprete con la de director y que tuvo una singular habilidad para insertar el mundo de los niños en su obra, cultiva un estilo mucho más ameno y sencillo para el aficionado lego que la árida radicalidad de Rossellini (por seguir citando a los mismos cineastas). Su moralidad se despliega en la línea de una caridad cristiana que desnuda la miseria moral de la diferencia de clases y denuncia la inexistencia de solidaridad en el seno de la sociedad, explícita con la lectura del currículum oculto de la película. Así operan escenas como la de la comisaría, en la que el infortunado protagonista denuncia el robo que ha sufrido con la consiguiente indiferencia del policía que lo atiende, de la iglesia en la que se sirve una comida benéfica que parece urdida para limpiar conciencias, o de otras como las que transcurren en los mercados populares o en los corrillos formados en las oficinas de búsqueda de empleo y, también, la de la casa de empeños, momentos todos ellos que nos permiten comprobar como el drama afecta a una gran parte de la población, al parecer con poco remedio para evitarlo por las instancias oficiales. Son los pobres y desocupados, los ladrones de bicicletas (merece la pena recordar el plural del título original), los protagonistas de la película.
El artículo costumbrista de una sociedad deprimida queda aquí investido de un conmovedor poder emocional a través de una de las relaciones padre-hijo más bellas jamás filmadas. Desde el punto de vista formal articular la sentimentalidad del relato en torno al niño refuerza el canon normativo pero, si se mira desde el prisma de la emoción, ayuda a la implicación de la audiencia y logra la intensidad emocional que puede remover conciencias. En esta película de nuevo está presente la característica pugna entre realismo y dramatización del movimiento neorrealista, más la postura de De Sica y de Zavattini es clara (si se apura, ya desde su anterior El Limpiabotas), su exposición de la realidad no es documental, está proyectada desde la cotidianeidad pero al tiempo sigue una elaborada planificación. Un neorrealismo más preparado, si se quiere, pero no menos puro ya que estamos ante una de las cuatro o cinco grandes muestras de la corriente neorrealista, posiblemente de las más accesibles o por qué no la mejor opción para acercarse a este cine caracterizado, entre otros aspectos, por su mayoritario uso de actores no profesionales (Lamberto Maggiorani, un obrero que llevó a su hijo a las pruebas para el papel del niño acabó encarnando al protagonista de esta historia), la filmación en el escenario natural del drama (ésta es una de esas películas que integran a la ciudad donde transcurre la acción en el todo unitario) y un fuerte componente social que mimetiza la historia narrada con la realidad. Loada por muchos y en variadas ocasiones, Ladrón de Bicicletas no falta en las múltiples listas de mejores películas de la historia que se destilan a lo largo y ancho de la geografía mundial por organismos, entidades, especialistas y/o aficionados.
El artículo costumbrista de una sociedad deprimida queda aquí investido de un conmovedor poder emocional a través de una de las relaciones padre-hijo más bellas jamás filmadas. Desde el punto de vista formal articular la sentimentalidad del relato en torno al niño refuerza el canon normativo pero, si se mira desde el prisma de la emoción, ayuda a la implicación de la audiencia y logra la intensidad emocional que puede remover conciencias. En esta película de nuevo está presente la característica pugna entre realismo y dramatización del movimiento neorrealista, más la postura de De Sica y de Zavattini es clara (si se apura, ya desde su anterior El Limpiabotas), su exposición de la realidad no es documental, está proyectada desde la cotidianeidad pero al tiempo sigue una elaborada planificación. Un neorrealismo más preparado, si se quiere, pero no menos puro ya que estamos ante una de las cuatro o cinco grandes muestras de la corriente neorrealista, posiblemente de las más accesibles o por qué no la mejor opción para acercarse a este cine caracterizado, entre otros aspectos, por su mayoritario uso de actores no profesionales (Lamberto Maggiorani, un obrero que llevó a su hijo a las pruebas para el papel del niño acabó encarnando al protagonista de esta historia), la filmación en el escenario natural del drama (ésta es una de esas películas que integran a la ciudad donde transcurre la acción en el todo unitario) y un fuerte componente social que mimetiza la historia narrada con la realidad. Loada por muchos y en variadas ocasiones, Ladrón de Bicicletas no falta en las múltiples listas de mejores películas de la historia que se destilan a lo largo y ancho de la geografía mundial por organismos, entidades, especialistas y/o aficionados.
La conmovedora historia de la lucha por la dignidad en la que se retrata la deshumanización y la indiferencia de la sociedad, con lo que parece corroborarse la pérdida del idealismo inicial del movimiento, desemboca en una visión pesimista y en la más cruel desesperanza. Humillado, abatido y desolado en la impresionante escena que preludia el final de la narración, el obrero sólo será salvado por el amor filial, serán los niños los que porten la comprensión con la que plantar la semilla de la solidaridad y sobre los que recaiga la esperanza con la que encarar un futuro incierto. Los sentimientos humanistas se coronan en la unidad familiar, el cálido afecto que se alberga en ella abre la puerta de la necesaria ilusión con la que afrontar lo siguiente. Sí, cualquier cinéfilo habrá visto Ladrón de Bicicletas, cualquier aficionado al cine deberá haberla visto, pero sigue reteniendo su vigor y vigencia y se mantiene como clásico imperecedero e imprescindible.
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Obra maestra inconmensiurable, tan real que parece que la miseria atraviesa la pantalla y amenaza con quedarse adherida al espectador, haces una reseña fantástica analizando las connotaciones politias y sociales del film muy atinadas entiendo yo, y ademas es en cierto modo hermosa.
ResponderEliminarSaludos.
Compruebo que sientes devoción por esta película y es que, ciertamente, las listas no van erradas con ella. Saludos, Addison y gracias por tu efusiva participación.
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