28/1/12

¡Qué Verde era mi Valle!



How green was my valley, John Ford, 1941, EEUU, Walter Pidgeon, Maureen O'Hara, Donald Crisp.

La polémica histórica que acompaña a este filme por su consecución del Oscar a la Mejor Película en el año en el que participaba la ínclita Ciudadano Kane y/o, sin ir más lejos, el mito fundacional del género negro, El Halcón Maltés, no es óbice para reconocerla como una muestra del genio de uno de los grandes directores que ha dado el cine. El universo "fordiano", pleno de una apabullante sensibilidad visual, se despliega con naturalidad en esta historia que adapta la exitosa novela homónima de Richard Llewellyn, material que permite a Ford explorar muchos de los elementos característicos de su filmografía, entre otros, las relaciones entre el hombre maduro y el joven (niño, en este caso), el peso de la familia y la lucha contra la adversidad que tienen que librar muchos de sus personajes. Sin duda que esta película podría ser una de las mejores elecciones para acercarse al trabajo de este realizador famoso por sus Westerns (algo de lo que él mismo estaba especialmente orgulloso si consideramos como se autopresentaba: "Me llamo John Ford y hago películas del Oeste") pero cuya trayectoria sobrepasa ese género y lo confirma como uno de los grandes maestros del medio.

Rodada en un período que podríamos definir como de llegada a la madurez del realizador quien había dirigido el año anterior Las Uvas de la Ira y dos años antes La Diligencia¡Qué Verde era mi Valle! descolla por su emotivo poder visual, volviendo a poner de relieve la profunda sensibilidad del director, capaz de crear composiciones que podrían configurar una exposición fotográfica pero a las que generalmente añade una carga emocional significativa, superando así el mero ejercicio técnico. El aspecto visual del filme no es, ni mucho menos, el único ingrediente del cine "fordiano" que nos encontramos aquí ya que es acompañado por otras características que aparecen en el conjunto de su obra, algunas de las cuales ya han sido nombradas más arriba, y de entre las que me gustaría destacar la habilidad del director en describir y transmitir el sentimiento de comunidad, yendo más allá del trazado de un cuadro costumbrista (que él mismo había desplegado años antes en El Juez Priest, por ejemplo), estado emocional difícil de lograr y que Ford consigue con aparente pasmosa facilidad.




Es cierto que el relato, en ocasiones, adolece de un sentimentalismo exagerado, algo explicable, quizá en parte, por su carácter de superproducción émula de Lo Que El Viento Se Llevó, condición ésta truncada por la II Guerra Mundial que imposibilitó el rodaje en las localizaciones previstas en Gales y originó el descarte de utilizar el color para abaratar costes por parte de la Fox. No obstante la presencia de elementos excesivamente dramáticos en momentos puntuales, el aura de nostalgia evocadora que impregna todo el relato, capital para el desarrollo del mismo, es conseguida por Ford de manera excelsa expresando el sentimiento de añoranza sin edulcorantes sentimentales y dotándolo de una presencia etérea y constante. A quien le parezca almibarada esta añoranza sólo cabría preguntarle si alguna vez ha escuchado a sus abuelos.

La capacidad de conmover puesta en liza por Ford y la maestría que despliega en hacer comprender al espectador los sentimientos de los personajes, todo ello utilizando los recursos del medio cinematográfico, quedan logradas en esta historia humana de pérdida de la inocencia. La narración expone una época de cambios sociales a través de la desintegración familiar y permite introducir pilares temáticos básicos del director como el amor a la tierra o el protagonismo de la familia y otros aspectos temáticos recurrentes en la filmografía "fordiana" como las referencias a cuestiones político-sociales (emigración, sindicalismo) que aunque aquí no se desarrollen en toda su potencionalidad quedan apuntadas. Aspectos primordiales del corpus "fordiano" que se complementan con la intensa sensibilidad estético-visual del realizador que consigue construir, mediante la cuidada composición de las imágenes, la sensación de cohesión en la comunidad, por una parte, y, por la otra, tiñe el relato de remembranza melancólica.

El apabullante dominio de los mecanismos de expresión del medio del que hace gala Ford se corroboró con las positivas críticas recibidas (culminadas con la consecución del Premio de la Crítica de Nueva York) mientras que el éxito de público se remató con la obtención de cinco galardones Oscar, entre ellos, el nombrado al principio de Mejor Película.

El sello personal de John Ford domina esta producción en la que también destacan los magníficos decorados de Richard Day: la creación de un halo onírico y/o de "cuento" que irradian deviene ideal a la evocación del tiempo pasado y al aura de añoranza que sobrevuela la narración. Por otra parte, la poesía visual de Ford se apoya en el brillante trabajo del operador Arthur C. Miller y , como curiosidad, no se puede olvidar la irrupción de Roddy Mc Dowall (al que muchos recordarán como Cornelio en El Planeta de Los Simios) en el papel que lo presentó al gran público.




Las virtudes de ¡Qué Verde Era Mi Valle! sobrepasan a sus deméritos de manera holgada y ni el exagerado sentimentalismo de algunos momentos, ni el considerarla como una película menor con respecto a Ciudadano Kane (sino quiere ser uno tildado de hereje) pueden dejar de desaconsejar la visión de este filme, prueba del talento de uno de los directores más importantes de la historia del Cine para evocar sentimientos y, en definitiva, conmover.

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